Ninguno de ellos se juega con fortuna. Un sobrero de Yerbabuena, el
mejor del festejo. Estocada magistral de Uceda, descaro y desenfado de Esaú,
inseguro David Mora.
BARQUERITO
CADA UNO DE los tres toros cinqueños de la corrida de Montalvo
fue distinto. Dos de ellos, primero y quinto, rondaban los 600 kilos. El peso pareció
en el unocarga severa. De hocico chato, fue toro de perfil acochinado, pero de
notable cuajo. Pareció más temible el porte del otro, que, cuajo monumental,
badana rizada y frondosa, hirsutas las cerdas de la penca del rabo, pechos
fantásticos, se movió de partida con encendido temple.
El otro cinqueño, segundo de la fiesta, dio cincuenta kilos menos en
vivo y esa diferencia se dejó ver. Más bajo, finos los cabos, pezuñas
delicadas, vuelto de pitones, algo degollado, el toro era, a pesar de su seriedad,
un dije. Enmorillado, larguito, bajo de agujas. Modélicas hechuras. En Montalvo
conviven vírgenes o cruzadas varias líneas y ese espléndido segundo toro se
daba el aire original de Jandilla.
Ninguno de los tres toros vino a vivir mayor gloria. El de las áureas
hechuras descolgó enseguida con infalible estilo pero nada más descolgar
empezaron a írsele las manos. Amenazaba estrago: los apoyos eran malos, se
enceló demasiado en el caballo, el propio Uceda
quiso quitarlo del peto y convencerlo –y sostenerlo-, pero se hizo
indisimulable la fragilidad, se echó encima la gente y al fin fue devuelto el
toro. Cinco años esperando una batalla que no llega ni a librarse pero se muere
igual.
La idea de Esaú Fernández de
irse a porta gayola para recibir al toro de la confirmación de alternativa tuvo
más de épica que de ciencia. La épica: una larga afarolada de rodillas de alto
riesgo y la secuela de unos lances en bombardeo –¡pim, pam, pum!- porque de
salida el toro fue extraordinariamente codicioso. Toda la corrida de Montalvo,
con la excepción el quinto y a última hora, sacó notable fijeza, y en ese punto
se llevó la palma ese toro de la confirmación, que, sin embargo, pagó caro el
revuelo tormentoso de ese primer puñado de lances forzados en la puerta de
toriles.
Del primer puyazo salió el toro reventado en un vuelco y, al alzarse, se
movió con deficiente coordinación. Se desató una bronca que reclamaba la
devolución del toro pero el palco apostó por él. Y hasta el propio Esaú, que pretendió brindar al público.
No le dejaron. El toro había perdido las manos y se tambaleaba, y volvió
tambalearse y a perder el firme dos veces a lo largo de un breve y atrevido
trabajo. Esaú es como torero el
desenfado mismo y de eso hizo alarde: apertura en la distancia para un cambiado
por la espalda que pasó rozando, péndulos entre pitones de notoria firmeza,
pulso no malo. Y el amor propio de ponerse con la zurda cuando la bronca contra
el palco ya era una gresca como de motín.
La fatalidad del tremebundo quinto fue que después de haber tomado con
son y por derecho el capote de David
Mora en lances a pies juntos, y después de haber navegado un poco y
haberse, además, dolido en un segundo puyazo, enterró los pitones y se pegó un
volatín completo. El volatín dejó algo mermado al toro; un segundo entierro de
pitones a comienzo de faena fue el roto para el descosido; y, en fin, una faena
imprecisa de David Mora no ayudó. El
toro iba a acabar yéndose como los que se rajan, se le fue de las manos a Mora y campó sin destino aunque no por
sus respetos. Largo trasteo justificatorio que se encontró enseguida con muchas
reticencias sonoras porque a la apuesta de David
por el toro le faltó fe. De una estocada caída dobló ese toro tan imponente. De
media muy habilidosa el de la confirmación de Esaú.
De los otros montalvos de la
fiesta dos, tercero y sexto, eran cuatreños y colorados. Las hechuras del
tercero, que salió con mucha vida, parecían anunciar cosa grande. El toro,
rienda suelta en lances mixtos de saludo de David Mora, apuntó luego fragilidad, se vencía y quedaba al atacar
por la mano izquierda y, aunque galopó en banderillas, dio pronto impresión de
ser pájaro de corto vuelo. Como la propia faena de David Mora, que fue más al aire del toro mientras duró que de medirse
con él.
A menos la pelea y de pronto se derrumbó el toro cuan largo era. Y era
largo. No mejor suerte corrió el otro colorado, al que Esaú Fernández –doble alarde- volvió a recibir a porta gayola con
descaro seguro. Molido en un primer puyazo hasta casi afligirse, el toro,
pronto en un quite de Uceda Leal,
duró solo diez viajes en serio. Y ahí estuvo Esaú con su calma y su sangre fría. Hasta que el toro se puso de
rodillas y pidió la cuenta.
De todo el surtido de sucesos salió mejor librado que nadie un sobrero
cinqueño de Yerbabuena –negro tizón, aleonado, acarnerado- que llegó a
enterrar pitones pero se empleó en el caballo y sacó a la hora del ajuste de
cuentas una virtud mayor: codicia. Pero codicia que bajaba de grado de un viaje
a otro. Bellas estiradas primeras, pero falló el motor. David Mora le hizo un quite garboso por chicuelinas, Antoñares
le aguantó en banderillas dos brincos terribles al nudo de la garganta y Uceda Leal lo pasó por las dos manos en
tandas que se hicieron laboriosas cuando se fue apagando el toro. Trabajo de
fino criterio, bien pensado, no brillante. Y el remate de una memorable
estocada al volapié. De ejecución modélica. Un pelín trasera.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- El
torilero de la plaza de Vitoria se llama Manuel
y, cuando no trabaja de torilero, lo hace de conserje en el Hotel Canciller -el
NH de Vitoria, que es mi favorito dentro de los de esa cadena. ¿Conserje o
torilero? La vida obliga a elegir siempre. Manolo
es buen amigo mío, ya de años, y gran amigo del insigne Florito. Porque Florito
se va todos los años a Vitoria en agosto para trabajar en los corrales los días
de feria, que son cinco. Y les pone la divisa a los toros. Y el conserje cierra
y abre la puerta de toriles como quien baja y sube un telón. Hoy tuve a Manolo y esposa en la plaza al lado.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Montalvo (Juan Ignacio Pérez-Tabernero) y un sobrero -2º bis- de Yerbabuena (José Ortega Cano).
Uceda Leal, de azul marino y oro, saludos y silencio.
David Mora, de carmín y oro, silencio en los dos. Esaú Fernández, de blanco y
oro, que confirmó la alternativa, silencio en los dos.
Un minuto de silencio en memoria
del ganadero Salvador García Cebada
(Herederos de Cebada Gago),
fallecido por la mañana en Cádiz.
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