El torero de
Beziers se erige en protagonista de una tarde donde en principio contaban más
que él Manzanares y Talavante. Una demostración de toreo de valor sin límites.
BARQUERITO
DE LOS DOS TOREROS que
Sebastián Castella lleva dentro, uno
risueño y otro dramático, vino a verse esta vez el dramático. El dramático es
de un valor fuera de toda medida. No hay valor más seco en todo el toreo
andante. Nervios de acero, pura vergüenza, un aplomo de asombro. Todo eso, y
mucho más, lo puso a prueba el primer toro de Victoriano del Río, que
se lo llevó por delante en la primera reunión en serio y en un cite muy de
largo. Un viento muy revoltoso que hacía flamear el engaño aconsejaba cambiar
de terreno y distancia porque la embestida podría encontrar a Castella descubierto.
Pero no fue el
viento sino un ataque al bulto lo que provocó la cogida. Percance muy
aparatoso. Castella estaba solo en
los medios, la voltereta fue monumental y se tuvo la impresión de que el toro
había hecho presa en la pechera. Inerme Castella
en el suelo, el toro lo buscó con saña, lo tuvo entre las manos y pegó a tierra
dos o tres cornadas.
Quitaron el
toro las cuadrillas, Castella tardó
lo justo en incorporarse. Un punto desencajado el rostro, indemne de la paliza;
arrancada de cuajo la camisa por la sisa y una mancha abundante de sangre en la
taleguilla a la altura de la ingle. Ni mirarse Sebastián. Cojeaba un poquito. Parecía llevar cornada en mal sitio,
no dejó ni que le aconsejaran pasar a la enfermería. Ni un gesto de más. Estaba
cegado por el valor, que arrebata la vista tanto como el miedo.
El viento no
paró de enredar. Por si el pitón derecho era de resabio, Castella se puso por el otro y a la distancia tuvo las santas
agallas de traerse el toro descaradamente. Encaje mayúsculo. Y ajuste
impecable. A su ganada fama de torero de bragueta –se les llama así- Castella ha sumado algunos ricos
recursos clásicos. Por ejemplo, el de torear templado y largo con la izquierda
ayudándose con el estoque cuando sopla el viento. Que es toreo de recurso con
viento o sin él. Con los toros fieros en días de calma. Repertorio viejo y
bello.
Dos, tres
tandas con la izquierda y ayudándose, bien rematadas, ligadas sin ceder un solo
paso. En los dos o tres paroncitos del toro no se le movió a Castella una pestaña. Mayor firmeza
imposible, Y, sin embargo, no acababa de romperse la gente con el torero de
Béziers. Cuando se echó la muleta a la diestra y ligó por abajo dos tandas de
rico poder, entonces sí: bramó todo el mundo. Ya a la defensiva el toro, una
temeraria dosantina. Soltura para
estar en la cara Castella y cuadrar.
Sonó un aviso. Y enseguida un estocada en la suerte contraria con vómito. La
vuelta al ruedo fue clamorosa.
Ni después de
la vuelta quiso meterse en la enfermería Castella
porque se sabía herido –mejor y antes que nadie- y suponía que, si entraba, no
iban a dejarle salir. Con 570 kilos, el cuarto fue el más alto de la corrida.
Distraído, incierto. Lo lidió de maravilla José
Chacón, gran torero del Aljarafe, facilidad de la escuela clásica. Castella brindó al público, hubo runrún
de acontecimiento. No tal. Gazapón, el toro punteó una y otra vez, se metía
buscando los tobillos y hasta soltaba trallazos en alguna suelta. No le
sobraban fuerzas y eso acentuaba su mal estilo defensivo. Estuvo de nuevo bravo
e intenso Castella, pero de otra
manera. Terco. Sus recursos para gobernar los viajes andalones del toro fueron
de mérito. Su porfía para poderle como fuera no se valoró en medida. Desplantes
magníficos. Y una estocada a la caza y atravesada perdiendo el engaño. Y ahora
sí: a la enfermería. Una cornada de diez centímetros en la ingle.
A todo esto,
en ambiente de gran grillera, había ido la gente a ver a Manzanares y Talavante,
o viceversa. Los dos arriesgaron. Pero el listón del riesgo lo había puesto
altísimo y carísimo Castella nada
más empezar la fiesta.
Ni un renuncio
de un moroso Manzanares con un
quinto pechugoncito y fino de puntas y cabos -¡el toro de Sevilla!- que se puso
borde de repente y, aplomado y mirón, se le quedó debajo tres o cuatro veces.
Firme aunque encima Talavante con un
sexto que se descomponía al ir obligado.
Alentado con
pasión por sus partidarios, frito por sus detractores, Manzanares abusó del toreo rehilado con el segundo de corrida:
muletazos que tapan más que dominan. ¿Conducir
o torear? Composición, empaque natural, buenos cambios de mano. Paciencia,
encaje. Los nervios aguantando las voces de denuncia. Y un pinchazo y estocada
en una misma baza y en la suerte de recibir o encontrarse. No hubo acople con
la izquierda.
Para Talavante fue bastante más propicio el
ambiente. Si fueran ellos los dos gallos del toreo, se diría que Madrid es de Talavante. Pero tampoco Madrid es un
concepto cerrado. Talavante abusó de
los golpes de sorpresa: la arrucina,
los cambios de mano por delante, el molinete
displicente, los paseos algo cómicos, el cruzarse encima a toro sin aire, y una
gota de tancredismo. Todo eso se vivió con pasión y no a plaza partida pero
casi.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- O es emoción o nada. El toreo. Un poco estricta la sentencia. Pero pasa
lo que ha pasado hoy. Una cornada en la ingle. Qué bonito el toreo ayudado
cuando hace viento. Y cuando no: por ejemplo, Manolete. O Domingo Ortega.
O Aparicio padre. Y cuando los toros
mordían los tobillos y quemaban con los cuernos las medias aquellas de alpaca
gastada.
Guía de Madrid. La calle de Biarritz es la primera
del Parque de Avenidas si se entra por el sur. Y se viene de la Avenida de
Bruselas, la última. Al tomarla desde Bruselas notaréis con asombro que un
aroma intenso de rosa lo invade todo. En tres o cuatro jardinillos cercados por
setos de boj y alambre, bajo dos bosquecillos de sóforas, han plantado unos
rosales y están en flor. Tersas rosas de varios colores.
En Bruselas hay una librería independiente muy
notable y golosa. Se nota la categoría. Frente a la boca del metro de Parque de
las Avenidas, que no es en realidad un parque, hay un parquecito de traza de
trapecio umbrío pero esplendente. Si se va a las Ventas por Biarritz, se
contempla la fronda inmensa de castaños que cercan el talud. La única calle que
cruza Biarritz por la mitad lleva el nombre de un obispo de Madrid, el primero
que lo fue de la diócesis nueva: Martínez Izquierdo. Lo mató un loco a la
salida de misa en la escalinata de la Colegiata de San Isidro. Todavía estaban
en activo Lagartijo y Frascuelo. Pero en plena decadencia. Y
quién no...
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victoriano
del Río, de general seriedad, desiguales de hechuras. Noble el segundo, que
fue el mejor. Dio juego el primero. Gazapón el cuarto, incierto el quinto,
rebrincado un manejable sexto. El tercero, con el hierro de Toros de Cortés, flojo y mansito.
Sebastián
Castella, de lila y oro, oreja tras un aviso y ovación tras un aviso. José María Manzanares, de cobalto y
oro, silencio y saludos. Alejandro
Talavante, de negro y plata. Oro, palmas y ovación tras un aviso.
Pares notables de Javier Ambel, Curro Javier y Juan
José Trujillo. Excelente brega de José
Chacón con el cuarto.
Jueves, 17 de mayo de 2012. Madrid. 8ª de San
Isidro. Bochornoso. Viento. Lleno. Castella,
cogido y herido por el primero, pasó a la enfermería solo tras arrastrase el
cuarto. Una cornada de 10 centímetros en la cara interna del muslo derecho con
trayectoria hacia dentro que alcanzó el pubis. Sedado y con anestesia local,
fue operado en la enfermería de la plaza.
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