martes, 15 de mayo de 2012

QUINTA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE SAN ISIDRO: Madurez de Gallo, mansos ventorrillos


Aupado a la primera sustitución de San Isidro, el torero salmantino confirma los créditos ganados el 6 de mayo. Valeroso, templado y capaz en prueba difícil.
BARQUERITO

TUERTO EN EL PAÍS de los ciegos, el tercer toro de la corrida de El Ventorrillo fue el único que tuvo trato. Tal vez lo tuviera el primero de los seis, que manseó de salida, derribó e hirió un caballo de pica, pero Aparicio, muy ausente, cauteloso y en renuncio, se limitó a firmar dos o tres bonitos muletazos por la cara. No se vio ese toro.

El segundo, castigado en durísima vara, fue sembrando charcos de sangre, no se fijaba y vino a estrellarse contra un burladero siguiendo la estela de un tercero de cuadrilla. El estrellón fue brutal y, conmocionado, el toro amagó con aconcharse. No dejó de hacerlo hasta cumplir su propósito. Solo pudo abreviar Curro Díaz.

El cuarto, zambombo de monumental traza, derribó al batacazo y no de encajarse, fue sangrado a modo en cuatro varas, echaba cuajarones por las heridas y fue, al cabo, víctima propiciatoria y nada más. Aparicio no estaba para casi nada –dos hermosos muletazos de toreo por delante- y montó la espada sin engañar a nadie. Recibido con una ovación cariñosa, porque no toreaba en Madrid hacía dos años y la última tarde fue la de una de las cornadas más pavorosas nunca vistas aquí, debió de sentir enseguida que la corrida, tan basta y armada, tan ofensiva, no estaba para él.

Convertido en blanco de las iras desde que cedió las labores de brega en el primero a su fiel y eficacísimo Ángel Otero, Aparicio asumió el castigo con señales de serio duelo. Encanecidos sus rizos de gitano rubio, bien vestido como suele –golpes de oro en el chaleco, azabaches en tiras, alamares, hombreras, puños, pechera, mangas y espalda- y juncal la planta, parecía pese a todo eso un torero triste. Y de vuelta.

De borriquero trote, el quinto, más astifino y puesto que cualquier otro, se frenó de salida, se escupió de blando dolor en varas, llegó a afligirse en el tercer picotazo, esperó en banderillas, tiró coces al aire y sólo en las hábiles y sabias manos de Curro Díaz llegó a tragarse diez muletazos y solamente diez, que tuvieron acento caro, belleza, regusto y, en el pierdepasos, la autoridad del toreo de recursos. Cuando Curro pretendió seguir, el toro le mandó terrorífico recado al vientre, le arrancó la muleta de las manos por el estaquillador, volvió grupas y al trote cochinero tomó el camino de las tablas. Curro tumbó al toro de estocada sin puntilla más que meritoria. Para ese trabajo tan difícil no hubo siquiera el reconocimiento de unas palmas.

El sexto, entre ensillado y lomudo, cinqueño levantadísimo, las manos por delante, escarbador, entró de hecho y derecho en el cupo de los mansos. “¡Vaya moruchada, ganadero!”, sentenció una voz anónima cuando Gallo intentaba trajinarse al toro, que solo embistió a saltos y porrazos, y, por tanto, no embistió. Se revolvió con aire pendenciero. Más que puntear engaño, se lo quitaba de encima navajazos. Notable fue la maestría de Paco Tapia a caballo en un primer puyazo a toro corrido, suelto y en ataque feroz antes de estarse en suerte las partes. Casi vuelto el caballo, Paco Tapia acertó a sujetarse –el puyazo en el morrillo- y repitió en una segunda vara por derecho igual de magistral. Lección de picar con las dos manos. La izquierda, sujetando y acostando al caballo, y la derecha –el palo ni corto ni largo-, hiriendo donde mejor conviene a los toros.

No es que el tercer ventorrillo fuera una joya pero al menos se vino a engaño sin protestar en los dos primeros viajes seguidos. Tuvo su punto violento y defensivo como todos, pero de otra manera. Y, en fin, anduvo estupendamente con él Eduardo Gallo, que se había ganado la primera sustitución de la feria con su brillante tarde del 6 de mayo en Madrid. Gallo firme y suelto de verdad. Desmedrado a pesar de que el toro le pegó tres o cuatro viajes al cuello al defenderse debajo o a mitad de suerte tal vez por falta de fuerza y no de agresivo.

Linda y justa faena, brindada al ministro Wert, que estaba en una barrera de callejón. Toreo encajado. Bello cuando las suertes de adorno –el toreo cambiado- pasaron a ser toreo de recurso. Airoso un desplante. La madurez: solucionar el problema despejadamente y sin aspavientos, arriesgar muy de verdad, torear por derecho, no encogerse sino todo lo contrario. Los toreros de Salamanca han pasado valientes por la feria: Juan del Álamo el domingo; Gallo, la tarde del santo patrón. Isidro o el milagro de los bueyes.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- En la mañana de San Isidro -mi barrio céntrico tomado por ruidosas masas churreras-, un paseo por la calle de San Bernardino, que fue en su día casi tan importante como la de San Bernardo. San Bernardino, por el nombre del santo de un asilo que fue célebre. Entre el Conde Duque y Amaniel -la vieja Universidad, el Noviciado jesuíta cerca, las cocheras y el jardín fastuoso del Palacio de Liria-, ese cachito de San Bernardino donde, en menos de cien metros, he echado la cuenta de un restaurante sino-tailandés (especilalidad en La Mian), otro mexicano, un hindú, un japonés que hace esquina, un persa, un gallego y un colmadito español, ya en la plaza del Conde de Toreno, que se llama El Rey del Pollo.

Si bajáis por la calle de los Reyes hasta la Plaza de España, encontraréis uno cubano y un peruano. La calle escondida de San Ignacio de Loyola -en el costado del cine Colisevm- tiene un lienzo de fachadas muy bonito y en una de las casas trinaban a mediodías dos canarios de premio. Al lado de la jaula, un disco de los que ahuyentan palomas y gavilanes. La plaza de los Mostenses está hecha una porquería pero, tesoro de basurero, en uno de los locales del mercado se encuentra la tienda más refinada de caviares iraníes que pueda verse en Madrid. Las cajas de hojalata del caviar tienen colores de divisas ganaderas. Y dibujos de esturiones. Ni un cartel de toros en todo el barrio. Caviar, sí; toros, nada.

FICHA DEL FESTEJO
Martes, 15 de mayo de 2012. Día de San Isidro. Madrid. 6ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Veraniego.
Seis toros de El Ventorrillo (Fidel San Román). Julio Aparicio, de carmín y azabaches, bronca en los dos. Despedido a almohadillazos. Curro Díaz, de verde nilo y oro, silencio en los dos. Eduardo Gallo, que sustituyó a Ángel Teruel, de añil y oro, saludos y ovación tras un aviso.
Paco Tapia picó con maestría al sexto. Ángel Otero y Fernando Téllez bregaron y banderillearon los dos toros de Aparicio con valor y criterio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario