El
palco niega al sevillano un triunfo legítimo con el toro más vivo de otra nueva
adolfada mortecina.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
Una bronca huracanada se desató contra el palco
con una fuerza atronadora. Como una tormenta eléctrica que triplicaba su ruido
con la cubierta. La presidenta Carolina Chaves Marcuello le acababa de afanar
un triunfo de ley a Manuel Escribano. Atrincherada y enrocada en su sinrazón,
ninguneó una petición abrumadora. Que es un paso más allá de la absoluta
unanimidad. Como se trataba de la primera oreja, nadie entendía nada. Un asesor
artístico con la nariz de Urtain y el talante de Rajoy le decía que aguantase
el pañuelo abajo: «Sé fuerte, Carolina».
Escribano lo había dado todo con el único toro
vivo de una adolfada mortecina. Vivo y pronto pero engañoso. Que la viveza y la
prontitud le duraban hasta poco más del embroque. Su casta cierta no hallaba el
empuje último de la bravura. Y su cabeza veleta y su porte agalgado perdían el
fuelle de la verdadera entrega y el celo de la profundidad. Aviador no
planeaba. Pero se venía constantemente a la muleta siempre presta, puesta y
dispuesta del firme y enfibrado sevillano. La velocidad de la obertura por
cambiados, la generosa distancia y la tralla de la primera serie y el juego con
las inercias generaron un espejismo de toro. Aunque ya hubiéramos querido todos
con su emotividad.
El cierre hacia la zona de tablas que Aviador
había barbeado en su salida, y que tanto miraba, desprendió torería. Como un
último chispazo para prender la mecha (supuestamente) definitiva con un
espadazo fulminante. Y entonces la señora Marcuello decidió que a todo el
magnífico esfuerzo de Manuel Escribano, desde la ruleta rusa de la portagayola
a un muy importante tercio de banderillas -el tercer par fue brutal-, le iba a
hacer un butrón. «Sé fuerte, Carolina», le sopló el asesor con la nariz de Urtain
y el talante de Rajoy. Escribano paseó dos apoteósicas vueltas al ruedo.
El resto de la corrida sería muy prescindible de
contar. Desde que quiso saltar callejón el primer torito de Adolfo con su
cuerpo se bóxer, pero no le alcanzó el impulso. Como tampoco le daba el poder
ni la raza. Toda una declaración de intenciones, un aviso de la adolfada que
esperaba en los corrales. Dos veces en cuatro días es una sobredosis. Otra
escalera como la reciente de Madrid. O peor. Un muestrario multiforme de bichos
unidos por el cárdeno de su piel y el descaste de sus entrañas. Había de todo
porque todo le vale a Adolfo.
Como a la peña le gusta más un gris que a un niño
un palote, una ovación se precipitó sobre el acaballado tercero de cabeza
pitorrona. Sin embargo, el estrecho y largo segundo abría la cara como para
atrapar toreros, cosa harto imposible desde su vaciedad. Más o menos como el
acaballado. Manuel Escribano no pudo hacer absolutamente nada con el manso; a
Daniel Luque al menos le sirvieron parte de aquellas medias arrancadas
moruchas. Y por la izquierda las tapó y se tapó en un par de series compuestas.
Cosa que le volvió a suceder con más abundancia en el sexto. De mayor y
momentánea humillación. A Escribano, por cierto, le deberían revisar los
arpones de las banderillas que no clavan... O aconsejarle en qué toros no
cogerlas. Difícil consejo en su situación. Los dos matadores de Gerena se
solidarizaron mutuamente con la espada. Como consuelo menor.
Un lote mansamente dócil dejó a expresarse a
Alberto Álvarez. Y afortunadamente para los dos no hay más espacio para
describirlo.
ADOLFO / ALBERTO ÁLVAREZ, MANUEL
ESCRIBANO Y DANIEL LUQUE
Plaza de La Misericordia. Miércoles, 9 de
octubre de 2019. Cuarta de feria. Media entrada.
Toros de Adolfo Martín, tres cinqueños (2º, 4 º y 6º), de muy desigual
presencia, una escalera; sin poder y descatados; destacó por su prontitud y
viveza más que por su entrega el 5º; se dejaron mansamente 1º y 4º; 2º y 3º
deslucidos y desentendidos; el 6º humillaba sólo en el embroque.
Alberto
Álvarez, de azul marino y oro.
Media estocada trasera y tendida (petición y saludos). En el cuarto, dos
pinchazos y estocada (saludos).
Manuel
Escribano, de gris plomo y oro.
Pinchazo hondo, estocada trasera y descabello (silencio). En el quinto,
estocada fulminante (petición mayoritaria y dos vueltas al ruedo).
Daniel
Luque, de sangre de toro y oro.
Pinchazo, pinchazo hondo y cuatro descabellos (silencio). En el sexto, estocada
trasera y desprendida (saludos).
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