El
veterano extremeño culmina su gesta ante seis toros por la Puerta Grande en una
tarde pródiga en suertes con el capote y rica de toreros momentos pero lastrada
por la espada: sólo corta dos orejas.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
Fotos. Plaza 1
Los ojos de Antonio Ferrera resplandecían como los
de un gato. Y por la Puerta Grande reverberaban luces, fogonazos y flases. Una
pasión desatada y febril. Como su creatividad ante seis toros y 160 minutos de
soledad. La refutación de la quietud, las viejas tauromaquias en movimiento, la
improvisación permanente. La tarde se tornó agónica en lo numérico. Pasaban las
horas y los toros y la espada lo único que tumbaba eran las esperanzas, los
momentos más sólidos, las faenas más armadas de la deconstrucción. Hasta que en
la penúltima lidia, cuando la noche amenazaba con su negritud, Ferrera agarró
una estocada. Y su fulgor resquebrajó el muro infranqueable de la
lamentaciones. Aquel espadazo despejó el sombrío camino de la gloria con una
oreja de aliento. Que sintió AF en su nuca como viento en la vela.
Y marchó a porta gayola para librar la última
larga de rodillas y otras en pie. Y desencadenar la locura. Ante sí había
aparecido un hondo toro superclase de Victoriano del Río que se sumaba a la
calidad inmediatamente anterior de otro de Domingo Hernández. ¡Ay, las
ganaderías estrella de las figuras!
Bramaba la gente como nunca antes. Un farol
penitente, unas chicuelinas abelmontadas -si esto es posible-, y un par de
banderillas al quiebro por los adentros como apuesta total por subirse al
último tren. AF tiraba con todo, un recorte de recortador, un giro, un
tirabuzón. Todavía vivo, encendido, fibroso. Inagotable. Acababa de hacerle un
quite a un peón con la toalla, un arabesco, la suerte blanca. Fernando Sánchez,
José Chacón y José Antonio Carretero deslumbraron entre el nivelazo de
cuadrillas.
Brindó Antonio Ferrera el único brindis de toda su
actuación. Y vibró de nuevo de rodillas. Y desmayó su toreo. Como si pasase de
la revolución a la paz en milésimas. El toro de Victoriano hacía aviones de
vuelo lento, con su contado fondo aterciopelado. Duró la faena lo exacto: lo
que duró el toro. Bullía Madrid en su propio incendio. Faltaba, ay, el temblor
de la espada. La media estocada en todo lo alto traía muerte. No pronta pero sí
cierta. Dos descabellos y la llave de la Puerta Grande. Que con una y una oreja
en seis toros quedaba un tanto así si por los números se ha de medir la vistosa
riqueza. No contaban las que el acero se había llevado. Que fueron otras dos.
Una de un toro de Parladé muy alto que no descolgó pero que se prestó con
nobleza. Y Ferrera le entendió muy bien la altura. Y otra de otro de VdR de
notable humillación y buena condición. En ambos, Antonio cuajó momentos bellísimos.
Cuando la cosa, salpicada de torerías, empezaba a tomar un cuerpo, la espada la
arruinó. Que no fue así en el volapié inmenso al garcigrande de Domingo de
poder preciso y calité desbordante cuanto más fue enganchada por delante.
De todos los toros, se quedaron atrás el de
Alcurrucén y el de Adolfo con sus mansedumbres de espinas. Aquél con su enjuto
y escurrido remate cubierto por su armada cabeza; el cárdeno sin salvación
posible en su paupérrima presentación. Su escaso perfil lo saltó Raúl Ramírez con
la garrocha en número prescindible. No faltó ni en estos peores casos la rica
variedad capotera de los quites a pie de caballo -como suele y habitúa- que
marcaron la actuación. La creatividad pródiga y desatada de faroles, largas,
recortes, galleos... La refutación de la quietud, viejas tauromaquias en
movimiento. Y luego la brega más sorda, también valorada con entusiasmo. El
toreo con el capote por el palo clásico de la verónica como la imaginan no
apareció. Resortes ensortijados como piedras preciosas saltaron como delfines
en el mar.
Muy lejos se hacía ya la cerrada ovación que había
descendido por los tendidos hasta Antonio Ferrera en los albores de la tarde.
Pasaban cinco minutos de las seis y acababa de cruzar el ruedo. Que volvería a
atravesar casi tres horas después en volandas. Seis toros en Madrid son el Gobi
y el Kalahari unidos. Si ya se ha pasado la frontera de los 40 años, 20 de
alternativa y 30 cornadas, súmenle el de Arabia. AF los atravesó como un faquir
una cama de brasas: ligero de pies y fresco de espíritu. Incluso para superar
la emboscada de su espada. A las 20:48 los ojos de Antonio Ferrera
resplandecieron como los de un gato por la Puerta Grande.
DISTINTAS GANADERÍAS / Antonio Ferrera
Monumental de las Ventas. Sábado 5 de octubre
de 2019. Quinta de feria (fuera de abono). Más de tres cuartos de entrada.
Toros de Alcurrucén (1º); Parladé
(2º); Adolfo Martín (3º); Victoriano del Río (4º y 6º); Domingo Hernández (5º); de diferentes
hechuras, remates y seriedades, bajó el de Adolfo; de clase superlativa el 6º y
precisa duración; de contado poder pero con gran calidad el 5º; bueno el 4º;
manso y complicado el 3º; manso y a la defensiva el 1º; noble pero sin humillar
el 2º.
Antonio
Ferrera, de blanco y oro. En el
primero, pinchazo hondo casi media (silencio). En el segundo, dos pinchazos,
estocada algo contraria y atravesada y dos descabellos (ovación). En el
tercero, pinchazo y estocada rinconera (silencio). En el cuarto, estocada
delantera casi entera, contraria y suelta y cinco descabellos. Aviso (saludos).
En el quinto, gran estocada (oreja). En el sexto, media estocada arriba y dos
descabellos (oreja). Salió a hombros por la Puerta Grande.
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