Llega
el invierno y comienza el baile entre toreros y apoderados.
Que no nos cuenten cuentos: no hay rupturas de
«mutuo acuerdo». Vale, quizá, alguna hubo... Los apoderamientos duran lo que
tienen que durar, lo que los intereses duran en definitiva. Aquí todos los
toreros quieren ganar lo máximo y los apoderados también para llevarse la
máxima comisión. Luego hay otros que prefieren rebajar honorarios para
participar en más ferias y que el botín final no lleve el sonido a calderilla
de nuestra primera hucha. Aunque entonces, ya ven, éramos ricos con cien
pesetas: capitanes generales en la tienda de chuches. Ahora, los capitanes generales,
más allá de alguna figura, son el trébol de casas empresariales que dominan el
mapa taurino. Falta un «fuera de la ley» con fuerza que plante cara por el
camino de la independencia.
Los apoderamientos son la vida misma. Hay un dicho
taurino que dice que «solo hay algo más desagradecido que un torero: dos
toreros» y otro que dice que «no hay nada más interesado que un apoderado: dos
apoderados». Y casos hay en la historia de apoderados que se han partido la
cara en los despachos para que al final del año su pupilo les diga que adiós y
muy buenas. Como casos hay de apoderados que cuando han visto que su torero no
daba el rendimiento esperado, buscaban a otro que supuestamente fuese a ser más
beneficioso. Y otros que se han planteado romper, pero que la ruptura tenía un
alto coste...
O casos de toreros que se han jugado cada tarde
las femorales para al final apenas tener para pagar el estreno de un vestido de
torear. Otros, ni el café. Hay toreros que sienten que sus triunfos no se ven
reflejados ni en los carteles ni en los honorarios, que se sienten despreciados
y piensan que donde les desprecian (o no aprecian como ellos creen que debería
ser) es mejor no demorarse. La vida misma. El respeto y la categoría se ganan
en el ruedo y se exige en los despachos.
Algún caso excepcional habrá de «mutuo acuerdo»,
pero no: cuando algo acaba, en general, es porque hay falta de entendimiento,
no se está satisfecho y se necesita un balón de oxígeno de nuevos aires. Eso
sí, las partes, cada cual por su camino, muestran sus «agradecimientos» y
siempre se desean «lo mejor». En algunos comunicados, más diplomáticos que en
una embajada. Solo falta el «se despidieron con un apretón de manos».
La hipocresía también forma parte de la vida
misma. De la vida de adultos. De niños decíamos lo que pensábamos, éramos ricos
con veinte duros y los desencuentros se arreglaban con un nuevo juego. Entonces
no había liquidaciones. Ay, el parné... / Diario ABC de Madrid
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