JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
Lo que hizo Ferrera en Madrid el sábado, que yo lo
vi. Lo repito. Fue como un viaje a la historia del toreo. Eso fue. Profundo,
perforando esa capa superflua que ahora cubre todo, esa polución de
amaneramientos que llaman “modernísimo evolucionado a tono con los tiempos que
corren”. Que la verdad, ecológicamente hablando, apenas es una costra reciente
flotando sobre la milenaria y honda relación del toro y el hombre. Esa nata
cursi fue la que atravesó como una nave fantástica la plaza, disparada por un
torero alucinado y su cuadrilla.
Los asistentes de todas las edades y grados de
afición recibieron más en esas dos horas y media de lo que quizá hubiesen
recibido durante años de mirar corridas. Lo digo yo que soy tan viejo en esto y
que conmovido lo contemplé a distancia. No solo me refiero al extenso catálogo
de suertes y épocas revividas. Desde las fundacionales del toreo a cuerpo
limpio, hasta los afiligranados quites sigloveinte, y el riesgo, y el poder
ambidiestro, y las improvisaciones resolutivas, y los repentismos
indispensables y las diferentes formas de oficiar que ha tenido la conjunción
suprema. No. Más allá, de todo eso, de por sí valioso y exótico, estuvo la
justicia lidiadora, su autenticidad, pertinencia, significado, ritualidad y
pasión.
Pero Claro, no estaba en el ruedo más
comprometedor del mundo, solo frente a seis toros, un efebo atrevido ni una
imagen carismática de manufactura publicitaria. Estaba un torero maduro,
curtido en una tenaz carrera de veintidós años trasegados por todos los ruedos
de la tierra frente a los hierros más temidos. No con menos pertrecho hubiese
podido un hombre solo asaltar así Las Ventas y ponerla en el estado en que la
puso. Ni salir de allí como salió, en loor de multitud.
¿Qué no fue un producto de simetría, redondez,
perfección y diseño industrial? Cierto. Fue un telúrico reencuentro del hombre,
seis toros y un público abducido, con los primigenios contenidos del toreo, que
como la vida es imperfecto, biológico, real, imprevisible, único, mortal... Qué
falta que hacía y como lo vivieron, sobre todo los jóvenes… Y en Madrid.
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