lunes, 7 de octubre de 2019

ENTREVISTA - Tomás Rufo: "Veía la Puerta Grande como un imposible"

El novillero talaverano cuenta a EL MUNDO las sensaciones vividas tras el gran triunfo cosechado el pasado viernes en la Monumental de Las Ventas.
 
DARÍO JUÁREZ
Diario EL MUNDO de Madrid

Cuatro años habían pasado desde que un novillero no abría la Puerta Grande de Las Ventas. El pasado viernes 30 de septiembre, Tomás Rufo (Talavera de la Reina, 1999) lo consiguió, relevando así el puesto que había dejado Roca Rey en abril de 2015, como el último torero del escalafón inferior en hacerlo. El joven toledano dejó perpleja a la Monumental dando una soberbia tarde de toros. Trazó el paseíllo con la vitola de ganador de las nocturnas y lo refrendó de una única manera: toreando. Y muy bien, además.

Su aplomo, inteligencia, la manera de leer a su lote y su mano izquierda hicieron temblar los cimientos del coso venteño que, entregado al joven torero, lo sacó en volandas para inaugurar la Feria de Otoño 2019, de tal esplendorosa manera.

- ¿A qué huelen las nubes de Madrid?
Uff, si te digo la verdad, todavía no soy consciente de lo que he conseguido. El sábado 1º me volví a ver repetida la tarde y me seguía emocionando, porque detrás de todo esto hay muchos esfuerzos y sacrificios que la mayoría de la gente no sabe. Pero es algo muy bonito poder abrir esa Puerta, después de tanto tiempo que llevaba cerrada para un novillero. Es precioso y marcará un antes y un después en mi carrera.

- ¿Es difícil bajarse de ellas y seguir como si nada?
 La verdad es que todo lo que pasó es muy bonito pero ahora hay que estar con los pies en la tierra y ser muy consciente de que el camino sigue, es muy largo y me queda mucho que pulir, muchas cosas que corregir y seguir aprendiendo de este mundo. Incluso, he escuchado decir a figuras del toreo que están siempre arriba, que ellos también pueden ir a más. Entonces, si lo dicen ellos, ¿cómo no va a poder un novillero?

- Cuando las 16.000 personas que había en Madrid empezaron a cantar la muerte del burraco, antes de que cayera, rompiste a llorar. ¿Qué se te pasó en ese momento por la cabeza?
Si te digo la verdad, casi ni me acuerdo... Me emocioné tanto porque es algo que veía como un imposible. He estado tantas tardes en los toros en Madrid, que siempre pensaba: "ojalá que yo algún día sea capaz de abrirla". Y todos esos recuerdos se me venían a la cabeza en ese momento; lo que soñaba en un pasado, lo he conseguido. Por eso rompí a llorar.

- Las medias tintas, el toreo accesorio y los fuegos de artificio, para otros... Lo que tenías claro es que en Las Ventas y, dentro de una gran feria, además de no pasar desapercibido, si se podía, había que torear. Y no hiciste otra cosa...
Sí, bueno, la verdad es que le di la enhorabuena al ganadero porque mi lote fue excelente y yo lo entendí y lo supe ver. Creo que se vieron mis dos versiones que tanto me gustan: el torear más apretado y el hacerlo más relajado. Creo que el público de Madrid lo vio y lo valoró.

- ¿De dónde ha salido esa mano izquierda?
[Risas] Bueno, a base de entrenamiento y perfeccionar cosas. Pero vamos, el camino es largo y tendré que corregir muchas otras para seguir redondeándolas.

- Cuando saliste a pie de la plaza tras alzarte como ganador en la final de las nocturnas, ¿sabías que la Puerta Grande estaba más cerca después de esa noche?
La verdad es que no pensaba en ello. Sólo pensaba en volver en Otoño y dar una buena dimensión.

- ¿Qué debe tener en la mente un torero tan poco placeado como tú con caballos, para dar una tarde de tal nivel como la que diste en la primera plaza del mundo?
Creo que aunque tu bagaje sea escaso, hay que llegar muy mentalizado a Madrid. Es muy bonito torear en esta plaza, pero lo es más hacer el paseíllo sabiendo que te vas a jugar la vida y no te vas a dejar nada dentro. Y oye, la ocasión lo merece y hay que llegar con las ideas muy claras. Para mí, eso es lo más importante cuando vas vestirte de torero en una plaza como Madrid.

- A lo mejor el truco está en ir a brindarle los toros a Florito...
[Risas]. La verdad es que fue un brindis muy emotivo, porque para mí es una persona muy especial y bueno, ahí quedó esa dedicatoria tan íntima para los dos. Creo que no lo olvidaré nunca.

- ¿Quiénes son y han sido tus espejos más directos?
Pues, un espejo para mí, siempre, siempre, siempre, desde pequeño, ha sido el maestro Joselito. Un torero en el que siempre me he fijado y una de las mejores fuentes donde poder beber.

- La lesión del hombro derecho que impidió tu participación en el Alfarero de Oro en Villaseca, ¿te hizo dudar seriamente de llegar a Otoño en plenitud?
Sí, sin duda. Pero no sólo Otoño, sino todas las citas que me quedan. Dudé mucho porque la cosa se ponía muy fea y me puse en lo peor: que me quedaba sin Madrid, sin Zaragoza y sin todas las fechas que tenía. La verdad es que fueron unos días de agobio y angustia porque veía que se me escapaban grandes oportunidades.

- Ningún novillero había conseguido salir a hombros de Madrid desde que lo hiciera Roca Rey en abril de 2015. ¿Sabe especial el dato en sí?
La verdad que sí, sabe muy especial. Que el último novillero que abrió la Puerta Grande fuera Roca Rey y ahora sea un figurón, pues, ¿por qué no? Pero como digo, el camino es muy largo y nunca se para de aprender y de corregir cosas.
- Has comentado que viste repetidas las faenas ¿Cómo se ve desde fuera, a sí mismo, un torero que acaba de salir a hombros después de reventar Madrid?
Sinceramente, viéndome las repeticiones, me veo muchos defectos. Que también es bueno, porque hay que ser siempre consciente de las cosas. Y, bueno, aunque me vi ciertos defectos, me gusta verme repetido porque me emociono mucho. Creo que es algo bonito volver a recordar y volver a ver algo tan importante que ha pasado.

- El triunfo del viernes 30 tiene que valer para que el año que viene te conozcan las grandes ferias.
Ojalá que pueda entrar en esas grandes ferias que tantas veces he visto por televisión. Como en Madrid, como he dicho, que tantas tardes pensé 'ojalá algún día esté en esa plaza', y creo que es algo bonito imaginártelo el que quizá algún día pueda suceder.

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