En su
segundo adiós a las Ventas, a hombros por la puerta de cuadrillas. *** Tarde de
discreto perfil, marcada por una estocada extraordinaria. *** Público
incondicional. *** Pobre corrida de Fuente Ymbro.
BARQUERITO
Fotos:
Plaza 1
EL CID SE
HABÍA despedido de Madrid en mayo con una corrida de Juan Pedro Domecq y
Ricardo Gallardo, el ganadero de Fuente Ymbro, había lidiado dos corridas y una
novillada en San Isidro, y dos novilladas más, una de ellas fuera de abono y la
otra tan solo la pasada semana. Así que pasaron dos cosas que nunca antes en
Madrid: que un torero se despidiera dos veces en una misma temporada y que en
apenas seis meses un criador de toros lidiara por sexta vez en el mismo coso.
A El Cid lo recibieron desde los bajos del 7 con
una pancarta de reconocimiento y agradecimiento. “El Cid, torero de Madrid”.
Con mayúsculas. De la andanada del 9 brotó en mitad de faena del último toro
que mataba en las Ventas un consejo: “¡Manuel, no te vayas!”. Al cabo de
una tarde fastidiosa por todo un poco –, por el ganado, por dos horas y media
bastante cargantes-, un nutrido grupo de espontáneos saltó al ruedo para alzar
en hombros a El Cid y pasearlo entre general euforia. En emulación de la mítica
estampa de Machaquito –a hombros, una comitiva de costaleros con pancarta- en
una corrida de hace más de un siglo a beneficio del Montepío de toreros en la
plaza vieja de Madrid. A hombros por la puerta de cuadrillas, no por la grande
que tantas veces estuvo rozando, salió El Cid de Madrid. Con una sonrisa de
oreja a oreja. El ganadero salió peor librado. Del mismo lugar donde se
desplegó, plegó y volvió a desplegar la pancarta, una guasa de castigo de
acento más sevillano que de Madrid: “Ricardo, el año que viene otras seis…!”
En tarde primaveral, el cartel, con El Cid y
Fuente Ymbro, tuvo reclamo más que suficiente. Veinte mil almas. En ambiente de
casi contagioso fervor. Nada más concluir el paseíllo sacaron a El Cid a
saludar al tercio con una ovación de gala. Y todavía antes de soltarse el
primer toro volvieron a hacerlo salir con otra ovación igual de intensa. Por
gestos hubo quienes reclamaban que saliera hasta los medios. No quiso El Cid.
Emilio de Justo y Ginés Marín le brindaron la muerte de los dos últimos toros
de la corrida, que fueron monumentales. El de Emilio, 650 kilos de tablilla,
estaba deforme. El de Ginés, solo 600, muy montado, larguísimo de viga, y
descoordinado al atacar porque parecía hacerlo en trancos distintos y no
acordes.
El cuarto de corrida, único cinqueño del envío, el
más ofensivo de los seis, achichonado, cuello muy llamativo, el último de la
larga carrera de El Cid en las Ventas, cobró una vuelta de campana después de
haber metido con estilo los riñones en un primer puyazo y, acusando el castigo
de una inclemente segunda vara, también acusó problemas de coordinación ritmo y
estabilidad. Los dos toros de lote brindó desde los medios El Cid a sus cientos
de incondicionales, pero ninguno de los dos se prestó a hazañas. Al cuarto, en
línea y enganchado por delante a pico puesto, le pegó los más celebrados
muletazos de toda la tarde. Lo mató de una estocada extraordinaria. La
ejecución y su efecto. Tras el arrastre del toro tan bien tumbado, El Cid se
pegó una clamorosa vuelta al ruedo. De las de marcar territorio y dejarse
regalar los oídos por enésima vez. El primero de corrida fue muy mirón pero
metió la cara. El trasteo, castigado por muchos tiempos muertos, no pasó de ser
uno más.
Solo cinco de los seis fuenteymbros murieron en la arena, y en tablas los cinco. El
segundo, dos agujas severas, se reventó en la primera carrera. Lo devolvieron
sin haber llegado a tomar engaño. Gateando sobre las rodillas, atendió a la
parada de bueyes y, al cabo, siguió en la vertical y cojeando su rastro hasta
toriles. Lo despidieron con una ovación.
A cargo de Emilio de Justo corrieron los pasajes
de mayor interés. Con un sobrero descargadito y remangado de Manuel Blázquez
–una compra de Núñez del Cuvillo parece que de fiar- se sintió aire caro en una
apertura de faena a media altura, improvisada y lograda. Fue, con todo, faena
declinante. Pero de suculento postre; de frente y a pies juntos con la zurda,
Emilio cosió un farol con una trinchera en el último remate. La estocada,
desprendida, solo llegó al tercer intento, y al primero, pero muy caída, la que
hizo rodar al monstruoso quinto, que Emilio lidió de salida con criterio y
primor, y al que pasó de muleta sin esconderse, tragó cuando se aplomó, y
obligó en muletazos templados para los adentros. Una breve tanda de dos en
redondo sacados en corto con tenazas y ligado con uno de pecho soberbio fue,
sin duda, la tanda más brillante de toda la tarde.
El tercer fuenteymbro
fue el de peor nota de todos. Montadísimo, muy borricote –dicen los ganaderos-,
la cara por las nubes. Solo cupo una tenaz porfía sin brillo de Ginés Marín,
que salió a toda máquina a recibir al sexto. Un saludo mixto de verónicas y
chicuelinas parecieron preludio de fiesta. Y el gesto de abrir faena de largo y
con descaro, pero en tanda breve y seguida de pausa y paseo exagerados. El toro
se pegó una primera costalada que anunció su condición de tullido. No hubo más
remedio que cortar y montar la espada.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes, 4 de octubre de 2019. Madrid. 4ª de
la feria de Otoño. Templado, soleado, casi estival. 19.535 almas. Dos horas y
media de función.
Cinco toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo) y un sobrero -2º bis- de Manuel Blázquez.
El
Cid, silencio y vuelta al ruedo.
Paseado a hombros al final de la corrida.
Emilio
de Justo, silencio tras aviso y
saludos.
Ginés
Marín, silencio en los dos.
Germán
González, que cobró con un quinto
de 650 kilos tres puyazos de vara corta, acreditó su categoría de picador.
Postdata
para los íntimos.- Este verano interminable no trae últimamente más que
malas nuevas. Las tormentas no llenaron los embalses, pero los que hubo de
desaguar a la fuerza anegaron los desiertos del Sudeste donde los invernaderos,
las tierras fértiles de la cuenca del Segura y muchos tendidos urbanos
levantados sobre ramblas secas o desviadas. El desastre de Orihuela. No hagáis al
río salirse de cauce y camino. No olvidar las inundaciones de julio en Tafalla.
Nunca pierdas al agua el respeto. Ni a la montaña. Ni a los toros heridos y
emboscados. No te pelees con la razón ni obres contra natura. Ni fumes en el
tren, ni comas pipas en los toros, ni compres golosinas a los niños. No hagas
nada. El credo del nihilismo que nunca caduca.
Martín Berasategui dijo esta mañana en Radio
Madrid que para comprobar la temperatura del aceite en la sartén antes de freír
un huevo conviene echar un pedacito de miga de pan. Y si se tuesta ya, entonces
vuelca el huevo dulcemente. Y ten la espumadera empapada de aceite para que no
se agarre a ella el huevo. El huevo con puntillas que se come en Urrestillas,
el más castizo de los barrios de Azpeitia, desde tiempo inmemorial.
En un tendido de sombra, el señor Morante de la
Puebla con el pelo teñido de azafrán del Jiloca, una americana verde lechuga y
un generoso cigarro habano en la mano o en la boca. Qué valor, qué arte!,
etcétera.
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