Sin
fuelle ni celo, una desigual corrida de Adolfo Martín echa el telón de otoño.
*** Curro Díaz firma muletazos notables. *** Machada de Chaves para fijar a un
quinto destartalado.
Curro Díaz |
BARQUERITO
Foto: EFE
TUVO
nobleza y mucha cara el toro de Adolfo Martín que partió plaza. Cornalón, paso
y veleto, el más aparatoso de la corrida. Uno de los tres cinqueños del envío.
Los tres abiertos en lotes y jugados de impares. Degollado, hocico de rata,
cárdeno: el código del toro tipo de la casa. Tres puyazos, y ninguno fue de
medir las fuerzas del toro, que atacó en banderillas pero llegó rendido a la
batalla final, perdió las manos a los diez viajes, se paró después y, aunque en
los muletazos en línea se dejó, no llegó a repetir viajes. Estaba vista la cosa
para sentencia. Curro Díaz, chispazos con el capote –suelto el toro en los
lances de recibo-, manejó sin apuros el asunto. No le impresionaron las puntas
del toro, se acomodó a su apagado aire y lo tumbó de un cañonazo desprendido.
Tanta cara como el primero, si no más, sacó el
segundo. Un perchero en toda regla. Por escurrido fue protestado. Galope
vivito, las manos por delante, fijo en el caballo, resistió sin rendirse un
primer puyazo, claudicó al salir del caballo y cobró un segundo picotazo de
trámite. Coro de palmas de tango. Se rozó la devolución.
Los capotazos de brega de José Chacón, que toreaba
su cuarta tarde en esta feria de Otoño, fueron balsámicos. Tan terapéutica como
la brega una paciente y perseverante faena de López Chaves, que todo lo hizo a
favor del toro, y, firme y tragón, consentidor y bien colocado, lució el pulso
de su toreo de brazos. La falta de poder del toro descontó todo. Y un exceso de
cautelas con la espada: cuatro pinchazos sin pasar y una estocada de alivio.
Escribano se ajustó con el tercero, y con el sexto
también, al guión preconcebido de todas sus tardes, no importa dónde ni cómo ni
por qué: a porta gayola tras mucho ceremonial lleno de tiempos muertos, su
tercio de banderillas convenga o no, y, en, fin su buen aire de muletero sereno
que en este turno no sirvió de nada, pues, escarbador, ese toro tercero,
oliscó, salió gazapón, se revolvió protestando. Del estilo fiero en oleada
entrevisto en banderillas, ni rastro. Muy reiterativa, una faena plana justificatoria.
Y una estocada trasera.
El cuarto pareció cambiarle el color al
espectáculo. Cárdeno claro y gargantillo, justo de trapío para Madrid, fue toro
de son distinto a los recién arrastrados. López Chaves se animó con un quite
por mandiles bien logrados, tres, y media excelente. El único quite de toda la
tarde. Frenadito de partida, protestó por alto el toro, y tomó nota de eso
Curro Díaz. Lo que el toro tenía era una mano izquierda más que interesante.
Por ella abundó Curro en tandas no del todo cosidas pero salpicadas de dibujos
bellos de ver. Hay que saber perderles pasos a los toros de manos distintas
–por una sí, por la otra no- y eso hizo
Curro con astucia de viejo zorro. El parpadeo fugaz pasó la barrera y llegó al
tendido. Faena celebrada. Un pinchazo, rueda de peones y estocada de muerte
lenta sin puntilla. Aplausos para el toro en el arrastre. No solo había
cambiado el color de la corrida. También su sabor de boca.
El quinto, un destartalado mozo de 600 kilos,
salió enterándose y en la misma puerta de toriles llegó a volverse hasta tres
veces. La decisión con que López Chaves fue en su busca en cuanto el toro
estuvo fuera marcó los momentos más festejados de la corrida toda. A puro
huevo, las bambas del capote por delante y al hocico para encelar al toro, que
se le metía por las dos manos y renegaba, y al cabo de siete u ocho lances
estuvo resuelto el problema, El toro, en los medios. Y un clamor para celebrar
el acierto del torero de Ledesma. De nada sirvió su tesonera porfía muleta en
mano. Frenadas, medios viajes, una indomable falta de celo. “`¡Mátalo…!”. Y lo
mató Domingo de un bajonazo, de recurso en este caso.
El sexto se encontró con la gente cansada. Hasta
el público de aluvión, mayoría en esta baza, empezó a desfilar. En corrida tan
desigual e impropia, el sexto se llevó la palma de la rareza. Frentudo, no muy
ofensivo pero, encornado trasero y
abiertas las palas, fue toro con plaza. Y el más bondadoso de los seis.
Bondad aplomadita y adormecida. Un severo primer puyazo, y dos más seguidos, no
fueron árnica precisamente. La morosidad de Escribano en un interminable tercio
de banderillas, su empeño baldío por abrir faena de largo para un pretendido
pase cambiado por la espalda y el refugio en tablas del toro se sumaron para
nublar lo que, sin luz artificial ni tanta fatiga acumulada, podría haber
salvado solo en parte mínima el negocio. A la embestida al ralentí del toro –la
embestida mexicana, dicen los que han catado en México la sangre de Saltillo-
correspondieron algunos muletazos bien tirados y encajados, pero sueltos, del
torero de Gerena, que estuvo certero con la espada como casi siempre.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 6 de octubre de 2019. Madrid. 6ª y
última de la feria de Otoño. Estival. 19.130 almas. Dos horas y cuarto de función.
Seis toros de Adolfo Martín.
Curro
Díaz, silencio y saludos.
López
Chaves, silencio tras un aviso y
silencio.
Manuel
Escribano, silencio en los dos.
Postdata
para los íntimos.- Me ha parecido percibir en el viaje en metro desde
la Ópera a los toros que en las tardes de otoño abundan los turistas
accidentales, gente que pisa la plaza ajena y de paso. Mucho forastero. Más
vale. El viajero sin recursos se refugia en el sol. Cuando se cansa, toma el
portante. Las corridas largas terminan de noche. No son horas.
Una vez más me llama la atención que prestan los
pasajeros japoneses. Es fácil detectar en la plaza su presencia. Los rodea un
aura silenciosa, una natural elegancia, una conducta modélica en público. Las
mujeres van tocadas con sobreros de lino o seda de ala ancha. Creo que se
llaman o llamaban cubos. Cubos con lazos negros o no. Debajo del palco de
prensa, una japonesa lucía un sombrero de color mostaza muy llamativo. No es un
color fácil de llevar. Pero ella lo sabía. Lo sabía llevar. A juego con el
sombrero, una chaquetón sospecho que de algodón forrado. Y más mostaza. La
falda, de estampados de flores sobre fondo negro. No sé si eso es la elegancia.
Creo que sí. Ha sido tarde de buscar sombreros, leit motivo de tantos pintores.
El de paja del, autorretrato de Van Gogh, por ejemplo. O el de Edward Hopper,
que tanto se le parece. Sospecho que la mujer mostaza vino desde Arles a Madrid
previo paso por Figueres y Barcelona para ver las cosas de Dalí y Gaudí, que
son iconos del Japón interesado por lo que, pareciendo una extravagancia, no lo
es. Bueno, a Dalí hay que echarle de comer aparte. Comer en Ca la Tieta, la
taberna íntima del Hotel Durán, de Figueres, fonda bicentenaria. La mostaza, en
tarro de cerámica. De Dijon. Mañana volará el sombrero hasta Tokio con escala
en Abu Dabi.
En el
palco de ganaderos de Las Ventas, el titular de la tarde, Don Adolfo Martín
(der.), toros que esta tarde han decepcionado. Foto: Plaza 1
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