El
extremeño, maltratado por el «7», cuaja a un bravísimo toro de Cuvillo,
protestado con la misma insistencia, pero la espada le cierra su octava Puerta
Grande; Ureña corta una oreja.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelasera
Diario EL
MUNDO de Madrid
Foto: EFE
Demasiado pronto se sintió que a Miguel Ángel
Perera no le regalarían ni un aliento ni una palma. Madrugadora persecución. A
la postre, habrían de envainársela. La persecución. Cuando Paco Ureña quiso
compartir con él la ovación rendida, groseras voces ineducadas le invitaron a
guardarse. Los mismos 100 listos, y las otras 23.524 almas que habían colgado
el no hay billetes, no se enteraron de cómo anduvo Perera con el toro de Juan
Pedro Domecq que estrenaba el duelo que se embolsaría. El toro se defendió,
frenó y apretó hacia los adentros en los tercios previos. Que no hizo más que
derrochar derrotes. Envenenados por el derecho. Como se vio en el inicio de faena:
un recado bífido al cuerpo. MAP cambió pronto la mano y sobre la izquierda le
quitó las violencias, lo redujo y mejoró. Así en cuatro series de exacta
colocación y poderosísimo trazo por debajo de la pala del pitón. Para cuando
regresó al pitón enrevesado, había pulido casi todas las turbulencias. Tras una
estocada rinconera, lo enterraron bajo un manto de silencio. El ridículo del
«7» no había hecho más que comenzar. Y la tarde de MAP también.
Frente al ninguneo del poderoso, la exaltación del
débil. Lo del rico y el pobre de siempre en España, ya saben. Y más en Madrid.
A Paco Ureña, glorioso triunfador de San Isidro y Bilbao, todavía no lo consideran
figura. Y lo elevaban a las alturas con todos los honores acumulados. Y con los
ganados sobre la marcha también. Si el colorado juampedro brilló más por la
armonía de sus hechuras que por la belleza de su astifina cara, el castaño
cuvillo lo hacía por el preciso trapío de su construcción y una armada cabeza.
El lorquino conectó en milésimas en la obertura con un par de chispazos. Una
trincherilla salada, la izquierda liberada. Esa muñeca. El burbujeo de oles
presagiaba cosa grande. Por ella siguió con un punto de ansiedad sin tener del
todo en la mano al toro: un tirón precipitado lo derrumbó. No volvería a
suceder. Porque el temple sedoso extendió una alfombra de naturales. Atalonada
la figura, juncal la cintura, flexible el toreo. A más el cinqueño de Núñez del
Cuvillo en su calidad, creciente el oleaje ligado. Los pases de pecho vaciaban
al toro entero mirando a los tendidos clamorosos. Superior. Como el broche a
pulso. La estocada se hundió desde la perfección del volapié. Desde el corazón.
Con una impresionante contundencia. Cayeron el toro y la oreja con la misma
rotundidad.
Era muy curioso observar cómo las protestas subían
sus decibelios en los toros de Perera. Por supuesto también con el de
Victoriano del Río. A Miguel Ángel se la traía bastante al pairo. Tan
concentrado como fino. Los veedores habían hecho una labor de selección de alta
precisión. Soleares venía con las calidades bendecidas de la reata. Y eso se
palpó en los lances rodilla en tierra del extremeño, muy Antonio Ordoñez. Las
embestidas anunciaron también un fuelle limitado, la correa de la transmisión
capada. El galleo por chicuelinas parecía deslizarse hacia el caballo. Ureña intervino
en un quite sin mucha historia. «¡Tíralo!», le animó una voz canalla. Perera
replicó por apretadas chicuelinas jugándose el fondo del toro. Pero su muleta
tiene un imán. Y, aunque la faena no trepó por la escasa vibración de Soleares,
lo cosió a sus vuelos y no lo soltó en una obra sorda pero inmaculada. El
ambiente seguía indiferente para con él, cuando no se podía estar mejor.
Hubo un parón en las aspiraciones de Ureña con el
jabonero cuarto de Juan Pedro. Que podían haber protestado con los mismos
argumentos pero no fue así, claro. En su amable perfil, un toque de bastedad.
Engollipado, que dicen por el Sur. Y embistió como era: brutote y sin entrega.
Paco cumplió.
Y sonó la hora de Miguel Ángel Perera. La de
mostrar los galones de figura y voltear la tortilla desagradable de la
estulticia. Apareció un cuvillo de rojos encendidos, bajo como un zapato. Con
los cinco años cumplidos y redondo y apretado de kilos. Un huracán de protestas
se cernió sobre Portugués. Apunten el nombre porque el petardo del 7 se lo
contaré a mis nietos como el de Bastonito. Y también la memorable obra de
Perera. Aumentaron los improperios con el castigo medido; Portugués caminaba
por allí ajeno al ruido. Y, de repente, en banderillas, conectó el turbo de su
bravura. ¡Qué manera de arrear! La preclara inteligencia de MAP lo caló. Y le
confirió muchos metros: el cuvillo galopaba y se daba humilladísimo. No era
sólo toro de inercias, sino de una profundidad acongojante y una repetición
trepidante. Sin rebosarse en los vuelos. Perera lo gobernó y lo ralentizó, se
reunió y, sobre todo, se hundió con él. Cada serie se erigía como un monumento
macizo. El vendaval de embestidas no hallaba fisuras en la ligazón, ni condecía
treguas, ni daba un respiro. A los protestantes los empezaron a llamar tontos.
Qué menos. La muleta del torero barría la arena; el hocico del toro la hollaba.
La venganza de Perera y Portugués era fabulosa. Rugía la plaza. Y la Puerta
Grande temblaba. La octava presentida. Las bernadinas la empujaban ya. Pero
quiso rizar el rizo y darle muerte a Portugués en los medios. Un pinchazo en lo
alto y un metisaca en los sótanos. Y la desesperación. La vuelta al ruedo fue
apoteósica y dura.
El deslavazado último toro de Victoriano del Río
no se tenía en pie y fue devuelto. El cinqueño sobrero de José Vázquez, manso y
rajado, violento, tempestuoso y geniudo, exigió un esfuerzo mayúsculo a Paco
Ureña. Que lo dio todo, acorralando al manso en tablas.
Miguel Ángel Perera abandonó la plaza con el sabor
de la amarga victoria. Y ese orgullo de ser figura del toreo y saber por qué.
VARIAS GANADERÍAS - Miguel Ángel Perera
y Paco Ureña
Monumental de las Ventas. Domingo, 29 de
septiembre de 2019. Tercera de feria. Lleno de «no hay billetes».
Toros de Juan Pedro Domecq (1º y 4º), Núñez
del Cuvillo (2º y 5º), Victoriano
del Río (3º y 6º) y un sobrero de José
Vázquez (6º bis).
Miguel
Ángel Perera, de malva y oro.
Estocada desprendida (silencio). En el tercero, pinchazo, estocada y
descabello. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y metisaca en los bajos.
Aviso (vuelta al ruedo).
Paco
Ureña, de canela y oro. Gran
estocada (oreja). En el cuarto, estocada caída (silencio). En el sexto,
estocada rinconera. Aviso (saludos).
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