FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Por fin el toreo se ha echado a la calle. De forma
masiva. Abrumadora. Habrá quien entre en la clásica guerra de cifras, los unos,
magnificando, los otros minimizando. Como siempre. Pero lo de Valencia ha sido,
sencillamente, histórico. Estamos aquí. Que se sepa.
Por primera vez, se han movilizado todas las
huestes de ese ejército multiforme que componen los llamados estamentos
taurinos, con las primeras figuras del escalafón de toreros al frente, con los
ganaderos, apoderados, empresarios y, sobre todo, los miles y miles de
aficionados que han tomado las calles de Valencia para gritar –sin ira—eso
mismo: ¡estamos aquí!
Imponía la marea humana, con sus banderas
españolas llevando incrustado el escudo por el que mejor se nos identifica en
el mundo: el toro de lidia. Las muchedumbres imponen cuando se aprietan en las
calles y corean consignas, cuando se nota ese prurito de rebelión que da que
pensar a quienes las contemplan desde el flanco de las aceras. Da que pensar a
los indiferentes o escépticos, porque se nota que estamos hasta los mismísimos
de tanto acoso, de tanto insulto gratuito, de tanta violencia verbal y física a
quienes nos acercamos a las plazas de toros en tardes de corrida, incluso
dentro de la Plaza misma.
Valencia se volcó ayer a favor de la Fiesta. Y sin
que nadie nos subvencione, sin que recurramos al escrache que practican esos
libertarios que quieren cercenar las libertades de la gente del común. Valencia
ha reunido a todo quisque, que es lo difícil y lo importante, a los
profesionales y a los que de verdad subvencionan esta expresión de nuestra
cultura popular, los que pasan por taquilla. Y todos, al unísono, con el
clamoreo que tanto se echaba en falta para, al menos, acallar la verborrea que
tantos años nos trae por la calle de la Amargura, la que –llevo años
denunciándolo—nos avasalla sin que nos echen una mano desde los poderes
públicos.
Ah, los poderes públicos. Apañados estamos si
pensamos que van a proteger lo que expresamente manda proteger y potenciar la
Legalidad vigente, sobre todo los que han acogido en su seno a elementos
pertenecientes a la zocata más trasnochada y visceral.
El pasado domingo, en TVE, he oído a una política de
toda la vida, oronda ella, con aires de pasota y marchosa, bien arrostrada a la
referida tendencia, que los manifestantes de ayer en Valencia iban a la plaza
de toros a disfrutar con el asesinato de un pobre animal. ¡Qué barbaridad,
cielo santo! Ya lo decía mi madre: no hay nada más atrevido que la ignorancia.
Sin embargo esta señora puede presumir de libertad
para emitir ese juicio, con el amparo que le brinda tan irreflexivo corolario.
La comprendo perfectamente: ni entiende el arte del toreo ni tiene el más
mínimo interés porque alguien se lo explique. Es la imagen viva de esa cerrazón
a la que también están enganchados quienes se han zambullido en el mundo mágico
de las mascotas –y, por supuesto, los que de él extraen pingues beneficios–,
flotando en un marasmo que tiene por lema humanizar a los animales y animalizar
a los humanos.
Seamos realistas: nos ganan por goleada. Hemos
perdido, al menos, una generación que sea capaz de ver a la Tauromaquia como un
bien de interés cultural y una obra de arte dinámico y efímero, en la que
actúan un soberbio ejemplar del muy remoto bos primigenius y otro no menos
soberbio ni menos remoto del homo sapiens, ambos patrimonio de este bendito
país. Nos hemos encerrado en nuestra propia mismidad, como decía Ortega y
Gasset, haciendo gala de un dogmatismo ramplón y practicando esa falsa
educación pedagógica, que tan bien discernió García Lorca en el año 35 del
pasado siglo.
Pero esa es otra cuestión. La puesta al día de la
Tauromaquia es la asignatura pendiente de este curso caótico que dura ya
demasiadas décadas.
De momento, lo que ayer sucedió en Valencia es un
paso firme, sólido, imprescindible para emprender un nuevo rumbo. No podíamos
estar callados ni un minuto más. Los aficionados a los toros somos gente de
bien, dentro de esa cabalidad que proporciona el entendimiento de una cuestión,
ciertamente, proclive a suscitar reticencias. Pero una cosa es la reticencia
–lógica, por otra parte—y otra la indecencia de quienes pretenden coartar no
solo ese entendimiento, sino nuestra propia libertad.
Libertad, fue la palabra más coreada en la
manifestación de ayer. Al amparo de esa libertad debemos emprender ahora el
duro camino del reciclaje, para lograr que la fiesta de los toros se instale de
nuevo sin prejuicios en nuestra sociedad y recupere el lugar que le corresponde
dentro de la jerarquía de las Bellas Artes, como tácitamente está reconocida
por el Poder Legislativo. Para ello, contamos con una Fundación recién creada,
en la que tengo puestas mis esperanzas y mis complacencias.
He esperado con morbosa curiosidad el tratamiento
que a la gran manifestación de Valencia le dan los diarios de tirada nacional y
las emisoras de radio y televisión. ¡Bingo! Todas las emisoras, sin excepción,
han recogido la noticia, y casi todos los grandes periódicos de tirada nacional
–incluidos los digitales, entre ellos, el nuestro–, a portada, con fotografía
de grandes proporciones. Hace unos años esto hubiera sido impensable, una
quimera.
Ha sido, pues, un triunfo de Puerta Grande. A
partir de este momento, ni un paso atrás, que es de malos toreros.
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