La
rotundidad de Andy sale en hombros en medio de una dispar corrida de Fermín
Bohórquez del que sólo el primero tuvo calidad y buen tranco; Diego y Léa,
detalles valientes y toreros.
JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
Fotos: EFE
Valencia está de fiesta. Es San José. Es el Día
del Padre. Y díganme, ¿hay mejor ocasión para una ciudad que vive 365
amaneceres pensando en esta mañana para sacar nuestra mejor fruta de la
banasta? Saber vender es la clave para que todo sector triunfe y para que todo
buen comercial tenga éxito en su parcela. El rejoneo tiene salud porque, a lo
largo de estos años, ha sabido vender y argumentarse como la opción más
rentable al acoso político-administrativo que hemos sufrido: hoy casi llenó
Valencia, que rebasó en sus tres cuartos una entrada que fácilmente se acercó a
las nueve mil almas en el coso de la calle de Xátiva.
Lo supo hacer Andy con el primero de la mañana, un
altón y cornalón pero entipado animal de Fermín con el que Pintas fue la mejor
cara de una faena para ser estrella en el mercadillo. Si no lo fuere, imposible
tendría pasear un apéndice de un noblón, fuerte y encastado, con las
facilidades y dificultades que todo eso conlleva. Sólo un tío veterano con la
tabla de despachos de Andy le hizo frente siendo él mismo. Y, en el momento en
que flaqueó la clientela, Pintas tiró los precios para, en el epílogo, rubricar
con un rejonazo templadísimo –sí, a matar se entra despacio- su gran labor. Y
quedó contento el pópulo.
Se le desmontó el chiringuito con el frío cuarto,
al que paulatinamente tuvo que ir convenciendo de que la rentabilidad estaba en
sus manos. Y así se lo hizo ver a un astado que metió la cara en faena y tuvo
buen tranco aunque entre alfileres. A pesar de los gañafones que engañaron,
supo quebrar para que el animal no perdiese el respeto al torero que tenía
delante: y logró no tirar los precios porque adoctrinó a un largo animal para
terminar por levantar a la plebe en la subasta. A dos patas y de forma populista
vendió la puerta grande tras el violín final
No vendió Ventura frente al segundo, al que dejó
con el banderín clavado antes de comenzar trasteo justo al instante para no
enfriar el desencanto. Como tampoco vendió Fermín unos meses después de su adiós
con este segundo: un mortecino desangelado de bravura fue el bobo
animal.Aguantándole hasta en cuatro piaffés, sometiéndolo en soberbios cambios
de pista y calmándose en los palos de lejos pese a la flojísima condición del
toro supo ser Diego tendero de su propio futuro.Sus nuevos valores los supo
vender con Ritz, un nombre para apuntar con el que clavó tres banderillas al
quiebro en la misma cara del toro. No le hizo falta alarde a la hora de meter
el rejón a la primera para que cayera el flojísimo, que en el mismo sitió
hundió su badana.
No era de venta fácil el grandón y feo quinto un
toro que no podía con su alma ya de inicio, al que colocó un solo rejón de
castigo. Los cambios de pista fueron reflejo de lo que el pasado había enseñado
a Diego, que fue precoz vendedor cuando los demás chavales estaban en el
instituto. Un mágico quiebro quebró los corazones de la calle de Xátiva, que
entregaron los dólares de sus carteras a la venta eficiente del cigarrero. Eso,
y el clavar en la misma cara del toro a lomos de Milagro. Tres cortas
ligadísimas con Remate "remataron”, junto al rejonazo desprendido, la
labor de Diego.
Sacó su puesto a la calle Léa en silencio ante el
tercero, vendiendo parcas palmas a lomos de Bach. Nunca jamás un tímido venderá
si no es por sus méritos, y esa precisamente fue la virtud de una francesa que
tuvo toreo tímido que, a la par de sus gestos, no lograron encender al
respetable en los primeros compases,sin buscar las cercanías en los embroques.
No fructificó una venta fría, gélida que, unida a la flojedad del oponente,
terminó en vuelta generosa.
Tampoco el cierraplaza calentó de inicio labor,
que tuvo que vender con sabiduría gala la pupila de unos Peralta que vendieron
la historia con honradez. Intentó templarse de lejos para meterse a Valencia en
el bolsillo de la gracia que por momentos desprendió, y fue buena vendedora en
ocasiones de ese regusto que tapa su falta de acople en los embroques. Y remató
la hazaña económica acero en mano.
Saber vender: la gran esperanza de un sector que
tiene buenas y muchas cabezas brillantes que no quiere explotar porque cree que
le quitan el pan y lo que hacen es asegurarle el porvenir. Saber vender: el
gran problema que no quiere explotar un toreo que tiene genios a los que les
cortan las alas porque una tradición que ha vendido siempre quiere seguir
vendiendo como hace cincuenta años se hacía. Pero es listo Simón sabiendo
argumentar caballos con mañanas, esa fórmula mágica de la que Francia
precisamente también fue padre.
Saber vender, como hoy Andy, Diego y Léa lo
supieron hacer en el ruedo, algo que no trascenderá en la sociedad precisamente
por eso: por no apostar por nuestros valores que saben vender y nosotros no
sabemos comprar. Y los rejones son clara muestra de una venta clara y eficiente.
A pesar a nuestro lado a los miles de compradores en potencia…
FICHA DEL FESTEJO
Toros de Fermín Bohórquez, bien presentados pero desiguales de juego.
Destacó la noble embestida de calidad del primero.
Andy
Cartagena: Oreja y oreja. Diego Ventura: Ovación y ovación. Lea Vicens: Vuelta al ruedo y vuelta al
ruedo.
Plaza de toros de Valencia. Novena de la
Feria de Fallas. Corrida de rejones. Algo menos de 3/4 de plaza.
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