sábado, 5 de marzo de 2016

FERIA DE LA MAGDALENA – SEGUNDA CORRIDA: Una hermosa faena de Ponce

Dos y hasta tres toros de calidad en la corrida con la que Cuvillo volvía a las ferias. Un cuarto de sorprendente conducta se presta a un trabajo primoroso del torero de Chiva.

BARQUERITO
Foto: EFE
 
ERA LA PRIMERA corrida de Cuvillo en la que va ser su temporada de regreso a las ferias. Una corrida terciada: los tres toros de menos volumen se abrieron en lotes distintos. Rompió plaza el de menos respeto por delante. El más ofensivo, dentro de un orden, fue el quinto. El reparto de suerte se atuvo a la ley del azar. En manos de Ponce el lote de mejor aire: llamativamente codicioso el primero y de sorprendente son el cuarto, que solo se vio después de banderillas sin que antes hubiera podido adivinarse apenas nada.

Mano maestra de Ponce para aquilatar la condición del toro en un soberbio arranque de faena que lo dejó fijado y de seda. Toro agradecido. No veía otra cosa que no fuera el engaño. Sobresaliente fijeza. Y no solo la fijeza, sino su mutación: había acusado de salida frágiles apoyos y una lidia desafortunada, se blandeó y escupió de un primer picotazo y, de nuevo dolido, se metió por detrás en un segundo puyazo cobrado sin mayor rigor. Antes del tercer par de banderillas ya había abierto la boca. Los suaves muletazos cambiados con que Ponce lo tomó sin previa prueba y hasta dejarlo en los medios tuvieron efecto balsámico. Puesto en los medios, parecía otro el toro.

Dos tandas en redondo, la segunda de ellas abrochada con cambio de mano y el cambiado por alto aliviado y ampuloso, y tan de Ponce, se celebró con ruido. Destino inesperado. Capricho del toro fue emplearse a ritmo y sin protestar entre el tercio y las tablas de un tendido de sol, más cerca de la puerta de arrastre que del burladero de capotes. Frente por frente de toriles. Y ahí fue casi la cosa toda. No fue, sin embargo, lo que se entiende por una faena de sol. No faltaron gestos algo chuscos al tendido. Al tendido de sol que lo vio y vivió todo en primera fila. Pero el trabajo fue tan serio como feliz.

A Ponce le costó acoplarse con la mano izquierda, pero también por ahí acabó dibujando con esmero y a pies juntos muletazos bien tirados, enroscados, ligados, refinados. Dos faroles no del todo logrados tuvieron efecto de golpe de magia. El segundo de ellos, ligado con un auténtico pase de pecho y no el cambiado circunstancial. Además de los dos faroles, la sorpresa de ver a Ponce al final de faena hincarse de rodillas para un molinete. En el tránsito que medió entre la gran apertura y el rabioso cuerpo mayor de la faena, Ponce pareció ir encontrando en el toro rasgos con los que no contaba.

Sin parecer largo el trasteo, lo fue.  Antes siquiera de pensar Ponce en la igualada sonó el primer aviso, y con retraso, y la gente se volvió enfurecida contra el palco. La tanda de naturales a pies juntos llegó justo antes de quedar cuadrado el toro. Ponce, que había tumbado al primero de la tarde, de excelente estocada, atacó en la suerte contraria y ahora la espada cayó delantera y desprendida. El toro se fue hasta los medios vomitando cuajarones. También el final fue del todo imprevisto. En el mismo platillo apuntillaron al toro, arrastrado con muy pocas y muy tibias palmas.

El primero de corrida, en cambio, fue ovacionado en el arrastre. Toro con fondito picante que Ponce trató de gobernar con muchos lances de doma antes y después de un puyazo bastante serio. Antes de banderillas, y a tercio cambiado, un raro quite por chicuelinas. Con más poder, habría el toro contado el doble. La codicia sin fuerza tiende a hacer pegajoso al toro que sea, y eso pasó. El toro enterró pitones varias veces, Ponce optó por el toreo en línea, y también por las pausas enojosas entre tanda y tanda. Tiempos muertos, toreo bien ligado en principio pero rehilado a medida que al toro se le fue consumiendo el gas. Esta no fue faena de sol pero sí de derechas y casi solo.

Castella se llevó un deslucido lote. El segundo, único colorado de una corrida con mayoría de negros zainos o chorreados, manseó en el caballo, se dolió en banderillas y en la muleta, sin la menor entrega, se revolvió en corto y remoloneando. El quinto persiguió en los dos primeros pares de banderillas e hizo hilo en el tercero con José Chacón, que se libró de milagro. Milagro o ciencia: peón muy competente, ya había medido el instinto del toro, que salió del remate en tablas y del rebote en el quite contra un burladero derrumbado y seriamente tocado. El propio Chacón se encargó de ponerlo en la vertical con un atadijo de rabo.

Castella, brillante con el capote en una media amanoletada –frontal, a pies juntos, las manos sueltas-, abrió faena con siete muletazos de su repertorio personal: el cambiado por la espalda en la distancia y sus trenzas de secuela, muletazos despaciosos, limpios, muy gobernados, firmeza insuperable. Eso fue todo lo que el toro, venido abajo, quiso. Castella se metió entre pitones. Ni así.

El primer toro de Manzanares, saludado con lances de manos altas y buen empaque, tuvo nobleza y fijeza, tanto como el cuarto pero de otra manera. Una faena demasiado intermitente de Manzanares, las intermitencias fueron cortes o pausas ilógicas, breves las tandas, algo ligero el corte del muletazo, muchas voces también. Una estocada de mucha fe. Una oreja, el favor de la mayoría. Como las corridas de toros se han hecho interminables –en Castellón pierde tiempo hasta el torilero- el sexto toro se soltó con luz artificial y ya de noche fresquita. El toro embestía con los pechos y no los riñones. Embestida irrelevante. Desganado Manzanares.

FICHA DE LA CORRIDA
Seis toros de Núñez del Cuvillo.
Enrique Ponce, oreja y oreja tras aviso.
Sebastián Castella, silencio y saludos.
José María Manzanares, oreja y silencio.
Castellón. 4ª de feria. 8.000 almas. Primaveral, soleado. Dos horas y veinte minutos de función.

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