Notable reaparición tras un año
de ostracismo del joven torero de Benimaclet, que resuelve con frescura, ideas,
valor y ambición. Corrida muy armada de Pedro Capea.
BARQUERITO
LA ÚLTIMA CORRIDA en puntas que Pedro Capea lidió en Fallas
fue antes del año 2000. El siglo pasado, dicen. Entonces salió un toro
particularmente agresivo. Lo mató Morante. Al cambiar el siglo, los Capea
pasaron de golpe a lidiar solo en festejos de rejones todos los toros de sus
dos hierros. El de la C mayúscula, de Carmen Lorenzo, y el del ancla de Moreno
Santamaría, anunciado a nombre de los hermanos Pedro y Verónica Gutiérrez
Lorenzo, los hijos del ganadero. Y de la ganadera. A esos dos hierros vino a
sumarse un tercero, el de San Pelayo. La ganadería de los hermanos se anuncia
ahora como El Capea, el apodo de Pedro hijo, matador de toros.
Todos los toros capea, cualquiera que sea o haya sido el
hierro, proceden de una fracción de Urquijo-Murube que se ha ido transformando
al cabo de tres decenios. El toro murube acarnerado clásico –tan visible en
Bohórquez- es ahora rara avis en casa de los Capea. Y, en cambio, las cabezas
chatas, los cuellos melenudos y las cuernas en corona tan de Urquijo se dejan
por norma ver en Lorenzo, en San Pelayo y en Capea. Y cuando Miguel Ángel
Perera y Verónica Gutiérrez se decidan a debutar como ganaderos, cuarto hierro
de la familia, se multiplicará la fórmula.
Convertidas en ganaderías predilectas y casi de cámara de
Pablo Hermoso de Mendoza, sus camadas de cuatreños se venían lidiando
despuntadas. Juego perfecto para las galanuras del toreo a caballo:
resistencia, movilidad, celo en general bondadoso, ritmo, el tranco apacible
del toro de Murube. Llevaban tiempo tratando de convencer al ganadero para
salirse de los rejones y volver a los orígenes. A las corridas en puntas. Ésta
de Valencia fue la primera.
Lo primero que se vio fueron precisamente las puntas de una
corrida de impecable y afiladísima arboladura. Muy astifinos los seis. No hizo
falta ni buscar el hierro –entraron en liza los tres- porque la corrida fue de
parejo escaparate y, además, de condición relativamente similar. El reestreno o
segunda salida de Pedro Capea con toros en puntas y en compromiso mayor no fue
brillante. No solo por comparación con el promedio tan alto de las corridas de
rejones de los últimos diez o quince años. Sino que ninguno de los seis toros
del envío cumplió con el canon de la ganadería, que es el ir de menos a más, de
la fría salida a la pelea templada y hasta caliente.
Fue común a los seis la nobleza, solo que la del toro que
abrió fiesta quedó inédita –El Soro no se dio la menor coba, pidió la espada a
los cuatro viajes y se acabó- y la de los demás tuvo el contrapunto de la falta
de motor o empuje. Más salidas sueltas y menos ganas de luchar de lo
previsible.
La vuelta de los Capea a las lidias ordinarias y el regreso
de un joven torero del país, Román, que, tras un par de brillantes cursos de
novillero puntero, se vio condenado en 2015 a un inexplicable ostracismo sin
haber cumplido ni el primer año de alternativa. Esta corrida fue, sobre todas
las cosas, la del rescate de Román: su frescura de antes, su valor sin aparato,
su capacidad de discurrir. Su ambición, que parecía de pronto haberse estado
rumiando durante el año de condena prematura al olvido.
Muy hermosos los lances de recibo del toro de la
reaparición: una verónica de rodillas en el saludo –gesto mayor- y en seguida
lances de exquisita calidad, las manos bajas, el vuelo sutil, el ajuste, la
manera de dejar llegar al toro, la firmeza. Un galleo de frente por detrás
antes de varas y, después de picado el toro, un gran quite de cinco saltilleras
o valencianas –el quite invención del primer Vicente Barrera- abrochado con una
airosa brionesa. En el mismo platillo.
Y ahí arrancó una faena de encender la traca con uno, dos y
casi tres cites de rodillas a los que el toro acudió acostándose y soltándose,
hasta que, en la vertical, ligó Román el natural con dos de pecho auténticos.
El segundo de ellos, soberbio. El toro, que se abría tanto como se acostaba,
hizo amago de rajarse. Y casi del todo. Buen trabajo de Román. Sin método
aparente, pero en el tercio, primero, y en tablas después acertó a sujetar al
toro, a pegarle con la izquierda una segunda tanda de refinado trazo. No volver
la cara al riesgo, atreverse con casi todo, ni un temblor. Sin ser faena
redonda, trabajo más que brillante. Una estocada contraria sin muerte, dos
descabellos. No cundió la petición de oreja.
No había perdonado Román ninguno de sus quites en los dos
primeros. En el primero de todos, tres puyazos y quite de tercer espada, por
tafalleras; en el segundo, por tafalleras y chicuelinas, con revolera y
brionesa, lance que traza con peculiar maestría. Tampoco perdonó el quite en el
quinto, por villaltinas.
Al sexto de corrida se fue Román a esperarlo de rodillas
frente a toriles, más cerca del platillo que de la segunda raya. Lo libró de
larga cambiada con caída o derribo en plancha; y al momento, otra larga de
rodillas en el tercio, y una tercera, y una cuarta. Y fue un clamor, que
subrayó esos alardes tanto como dos delantales ajustadísimos y el floreo de una
serpentina. Está siendo feria de mucho toreo de capa y Román se apuntó a la
antología, que será extensa. Este sexto hizo hilo en banderillas y parecía guerrero. No tanto. Deslumbrado por
los focos, sin cuello para descolgar, de empujar más con los pechos que con los
riñones, se aplomó demasiado pronto y cabeceó después de puntear. La cara
arriba. A pesar de todo, el tesón de Román para apurar como fuera los medios
viajes regañados y siempre provocados del toro. Por aquí y por allá, mucho
ajuste, sin sufrir. Valiente, valiente. Y una formidable estocada soltando el
engaño. Un éxito cabal. Otro torero para el cambio.
El Soro se sintió desamparado ante el primero de corrida
pero se pegó el gustazo de pegarle al cuarto dos mandiles perfectos en el
saludo y, a compás abierto, cuatro verónicas revoladísimas, preciosas, de ir
ganado terreno. Y la revolera sacada por debajo de las rodillas. No le convino
el toro en la muleta porque tomaba adentros al paso y esperaba en el viaje
afuera. Jesús Duque se llevó en el sorteo los dos toros de mejor condición: un segundo más manso que
bravo pero de particular bondad y un quinto más de combatir, que sería, quién
sabe, pariente remoto de aquel otro del siglo pasado. Dos trabajitos
desiguales: desigual el asiento, desigual la fe, a ratos confusas ideas. Un
punto de precipitación, otro de ligereza, cierta machaconería. No esperaría
tanto toro el torero de Requena. Le fue fiel su gente.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de la familia Capea.
Primero y sexto, con el hierro de Carmen
Lorenzo. Segundo y cuarto, con el de San
Pelayo. Tercero y quinto, con el de El
Capea.
El Soro, pitos y silencio.
Jesús Duque, saludos y palmas tras aviso.
Román Collado “Román”, vuelta al ruedo y una oreja.
Valencia. 6ª de Fallas. 5.000 almas. Nubes y claros, fresco, algo de viento.
Con luz artificial los dos últimos toros. Dos horas y veinte minutos de
función.
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