El menor de los Rivera corta dos
orejas y sale por la puerta grande; Manzanares y Fandi pinchan y se van de
vacío; pobre y desfondada corrida de JP Domecq; fin de una buena feria de
Fallas pese a los fiascos ganaderos de las dos últimas jornadas.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Valencia
Diario ELMUNDO de
Madrid
Foto: EFE
En verdad, si no fuese el universo táurico un pozo de
mezquindades, habría que felicitar a Simón Casas la exitosa Feria de Fallas
cuajada. En el ruedo -si ganaderamente se hubiera terminado al caer el 18, habría
sido mejor para todos (menos para Cayetano)- y en los tendidos: ayer la plaza
de Monleón volvió a registrar otro lleno.
Otras 12.000 personas, que ya suman desde la masiva
concentración del 13-M. Y en éstas andábamos, contando gente, cuando Cayetano
Rivera Ordóñez, ausente de la manifestación, marchó a portagayola como sincera
reivindicación. Por toriles apareció como una exhalación una bala negra que,
aun perdiendo las manos, apenas dio tiempo a Cayetano a librar la larga
cambiada. El toro de Juan Pedro, chico y bravo como un tejón, enseñaba las
puntas como toda carta de seriedad, que iba por dentro. Rivera se clavó en pie
sobre la boca de riego por chicuelinas, todavía en la salutación, y se envolvió
en un huracán de arrancadas. El juampedro embestía con pistón sostenido, una
viva punta de velocidad que no cesaba. Como el rayo. Cuando el torero remató
con una larga y apenas se había girado sonriente, se encontró con Verdiale
atacando por la retaguardia; Verdiale es un nombre raro para un toro, convengamos.
A Cayetano, fuera de Sevilla y Madrid, se le percibía el
latido en la vena de la sien. Como una rabia contenida. Galleó de frente por
detrás con paso de legionario; el torito repetía con ritmo de peso ligero.
Entero quedó en el caballo. Fandi quiso catarlo en un quite por chicuelinas y
tafalleras. Como un bocadito al Bollycao del compañero. Cayetano caminó hacia
los medios con una determinación preclara. Brindó al público siempre respetable
hasta que deja de serlo con gritos de «¡guapo, guapo, guapo!»
El reaparecido matador postróse de rodillas bajo los
tendidos que le piropeaban, y sintió la velocidad de Verdiale conducida en
redondos vertiginosos. Rivera resoplaba e hinchaba los carrillos pero no
disminuía un ápice en su afán de conquista. Y se quitó las zapatillas. El bou
-«¡vaya bou!», como dijo un paisano- no paraba en pos de la muleta; Cayetano
ligaba con geometría de compás. Incluso se descaró con la izquierda más
indómita. Un nervio novilleril poseía la faena. Como en los tiempos recentales.
Como aquella tarde en los albores de su carrera en que descerrajó la puerta
grande de Valencia con una corrida de Capea. Y mató como entonces, como si se
zambullese de cabeza en una piscina, como impulsado el salto por un trampolín.
Inapelable la estocada, la rectitud del ataque, la muerte fulminante. La plaza,
seducida por todo, por el incansable Verdiale, el torero arrebatado y aquella
serie mirando al tendido o estos doblones de despedida, se extasió contagiada;
las dos orejas se entregaron con la vibración de quienes habían vibrado
sinceramente. Y no había nada que objetar a la sincera entrega de Cayetano.
José María Manzanares perfectamente podría haber hecho el
paseo con el abrigo camel que lució tras la pancarta de la concentración del
13-M, cuando se coreó aquello de que el pueblo quiere toros y ahora alguien lo
ha confundido con toras anovilladas en estas dos últimas jornadas: el lavadito
juampedro colorado arrastraba los cuartos traseros como la vida y no exigía más
allá de la aceptación del postureo como arte.
Con más presencia de romana, el jabonero quinto aportó la
misma emoción, pacífica el alma, dulce páramo de bravura. Manzanares se compuso
entre muchas y largas pausas y volvió a matar al segundo encuentro. La pena
reemplazó a los suaves momentos felices. Como un cambio de mano que se celebró.
Fandi explosionó en banderillas. Valor seguro que no
defrauda nunca; Fandila gustará más o menos pero no engaña a nadie. Capote,
banderilla y espada son sus bazas. Para la muleta podría contratar a otro y se
le admitiría. A un recortado juampedro jibarizado que se frenaba y no humillaba
le hizo faena eterna. Con muchos molinetes además. Fue más de lo mismo la faena
al cuarto, sólo que el juampedro embestía con mejor estilo. A Fandi igual le da
el bueno que el regular; en la hora de la muerte, los dos toros se amorcillaron
y hubo de descabellar.
Para despedir la feria y la fiesta perfectamente concebida
sin toro, Cayetano se sentó en el estribo para prologar la faena final y el
último domecq bociblanco se tumbó en paralelo, mirándose a los ojos.
JUAN P. DOMECQ/ El Fandi, Manzanares y Cayetano
Toros de Juan Pedro Domecq,
de pobre presentación -más aparentes los tres últimos-, escaso fondo y tristes
fuerzas en su manejabilidad; destacó el bravo 3º; apuntaron 4º y 5º.
El Fandi, de azul pavo y oro. Estocada y descabello.
Aviso (aplausos). En el cuarto, pinchazo y estocada y descabello Aviso
(petición y saludos).
José María Manzanares, de rioja y oro. Pinchazo y estocada. Aviso
(silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (saludos).
Cayetano, de turquesa y oro. Estocada (dos orejas).
En el sexto, estocada contraria (ovación de despedida). Salió a hombros.
Plaza de toros de Valencia. Domingo, 20 de marzo de 2016. Última de
feria. Lleno.
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