lunes, 21 de marzo de 2016

FERIA DE FALLAS EN VALENCIA – ULTIMA CORRIDA: Cayetano se arrebata y seduce con un bravo Juampedro

El menor de los Rivera corta dos orejas y sale por la puerta grande; Manzanares y Fandi pinchan y se van de vacío; pobre y desfondada corrida de JP Domecq; fin de una buena feria de Fallas pese a los fiascos ganaderos de las dos últimas jornadas.

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Valencia
Diario ELMUNDO de Madrid
Foto: EFE

En verdad, si no fuese el universo táurico un pozo de mezquindades, habría que felicitar a Simón Casas la exitosa Feria de Fallas cuajada. En el ruedo -si ganaderamente se hubiera terminado al caer el 18, habría sido mejor para todos (menos para Cayetano)- y en los tendidos: ayer la plaza de Monleón volvió a registrar otro lleno.

Otras 12.000 personas, que ya suman desde la masiva concentración del 13-M. Y en éstas andábamos, contando gente, cuando Cayetano Rivera Ordóñez, ausente de la manifestación, marchó a portagayola como sincera reivindicación. Por toriles apareció como una exhalación una bala negra que, aun perdiendo las manos, apenas dio tiempo a Cayetano a librar la larga cambiada. El toro de Juan Pedro, chico y bravo como un tejón, enseñaba las puntas como toda carta de seriedad, que iba por dentro. Rivera se clavó en pie sobre la boca de riego por chicuelinas, todavía en la salutación, y se envolvió en un huracán de arrancadas. El juampedro embestía con pistón sostenido, una viva punta de velocidad que no cesaba. Como el rayo. Cuando el torero remató con una larga y apenas se había girado sonriente, se encontró con Verdiale atacando por la retaguardia; Verdiale es un nombre raro para un toro, convengamos.

A Cayetano, fuera de Sevilla y Madrid, se le percibía el latido en la vena de la sien. Como una rabia contenida. Galleó de frente por detrás con paso de legionario; el torito repetía con ritmo de peso ligero. Entero quedó en el caballo. Fandi quiso catarlo en un quite por chicuelinas y tafalleras. Como un bocadito al Bollycao del compañero. Cayetano caminó hacia los medios con una determinación preclara. Brindó al público siempre respetable hasta que deja de serlo con gritos de «¡guapo, guapo, guapo!»

El reaparecido matador postróse de rodillas bajo los tendidos que le piropeaban, y sintió la velocidad de Verdiale conducida en redondos vertiginosos. Rivera resoplaba e hinchaba los carrillos pero no disminuía un ápice en su afán de conquista. Y se quitó las zapatillas. El bou -«¡vaya bou!», como dijo un paisano- no paraba en pos de la muleta; Cayetano ligaba con geometría de compás. Incluso se descaró con la izquierda más indómita. Un nervio novilleril poseía la faena. Como en los tiempos recentales. Como aquella tarde en los albores de su carrera en que descerrajó la puerta grande de Valencia con una corrida de Capea. Y mató como entonces, como si se zambullese de cabeza en una piscina, como impulsado el salto por un trampolín. Inapelable la estocada, la rectitud del ataque, la muerte fulminante. La plaza, seducida por todo, por el incansable Verdiale, el torero arrebatado y aquella serie mirando al tendido o estos doblones de despedida, se extasió contagiada; las dos orejas se entregaron con la vibración de quienes habían vibrado sinceramente. Y no había nada que objetar a la sincera entrega de Cayetano.

José María Manzanares perfectamente podría haber hecho el paseo con el abrigo camel que lució tras la pancarta de la concentración del 13-M, cuando se coreó aquello de que el pueblo quiere toros y ahora alguien lo ha confundido con toras anovilladas en estas dos últimas jornadas: el lavadito juampedro colorado arrastraba los cuartos traseros como la vida y no exigía más allá de la aceptación del postureo como arte.

Con más presencia de romana, el jabonero quinto aportó la misma emoción, pacífica el alma, dulce páramo de bravura. Manzanares se compuso entre muchas y largas pausas y volvió a matar al segundo encuentro. La pena reemplazó a los suaves momentos felices. Como un cambio de mano que se celebró.

Fandi explosionó en banderillas. Valor seguro que no defrauda nunca; Fandila gustará más o menos pero no engaña a nadie. Capote, banderilla y espada son sus bazas. Para la muleta podría contratar a otro y se le admitiría. A un recortado juampedro jibarizado que se frenaba y no humillaba le hizo faena eterna. Con muchos molinetes además. Fue más de lo mismo la faena al cuarto, sólo que el juampedro embestía con mejor estilo. A Fandi igual le da el bueno que el regular; en la hora de la muerte, los dos toros se amorcillaron y hubo de descabellar.

Para despedir la feria y la fiesta perfectamente concebida sin toro, Cayetano se sentó en el estribo para prologar la faena final y el último domecq bociblanco se tumbó en paralelo, mirándose a los ojos.

JUAN P. DOMECQ/ El Fandi, Manzanares y Cayetano
Toros de Juan Pedro Domecq, de pobre presentación -más aparentes los tres últimos-, escaso fondo y tristes fuerzas en su manejabilidad; destacó el bravo 3º; apuntaron 4º y 5º.
El Fandi, de azul pavo y oro. Estocada y descabello. Aviso (aplausos). En el cuarto, pinchazo y estocada y descabello Aviso (petición y saludos).
José María Manzanares, de rioja y oro. Pinchazo y estocada. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (saludos).
Cayetano, de turquesa y oro. Estocada (dos orejas). En el sexto, estocada contraria (ovación de despedida). Salió a hombros.
Plaza de toros de Valencia. Domingo, 20 de marzo de 2016. Última de feria. Lleno.

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