viernes, 11 de marzo de 2016

DESDE EL BARRIO: Abades, 26. No había internet

PACO AGUADO

El lugar era inmejorable, que para eso José Carlos Arévalo siempre tuvo buen gusto: en pleno barrio de Santa Cruz de Sevilla, en un bajo de la calle Abades, 26. Allí estaba, a finales de los ochenta, la redacción de Toros 92. Con la cobertura de la Giralda, pero sin internet, claro. Aunque bastaba con que Fernando Carrasco pusiera su alma infatigable para conectarla con el mundo.

El proyecto de aquella revista semanal era fresco, ilusionante. Una mezcla insólita de experiencia y juventud en busca de un periodismo taurino distinto, menos envarado, más atractivo y menos tópico. Funcionó sólo un tiempo, apenas dos años, pero creó escuela y dejó huella en todos los que participamos de él. 

En aquella redacción viva y siempre alegre estaba a todas horas ese sevillano rubio y de sonrisa tan perenne que aún no puedo creer que se le haya apagado. Allí nos conocimos y allí no paramos nunca de reír en una misma sintonía. Porque la juventud y la ilusión es lo que tienen: que contagian de vida.

Poco nos importaba a los dos, cada madrugada de domingo a lunes, cerrar nombre a nombre, cifra a cifra, los tres escalafones del toreo. Porque al teléfono, desde la redacción de EFE en Madrid a de la calle Abades, aliviábamos, sobre todo él, la cansina retahíla con las rimas guasonas correspondientes (Bedoya, Campuzano, Bote… ya saben) que llenaban la línea de carcajadas.

Hasta que, cuando Sevilla ya dormía y aún no teníamos ni fax, con su motillo de currela Fernando se iba a la imprenta con los textos del cierre para que el martes la revista apareciera en los kioscos con la máxima actualidad posible en aquellos tiempos de la prehistoria informática.

Tanto nos costaba, a pesar del alivio humorístico, sacar aquel trabajado escalafón que nos daba rabia que otros nos plagiaran con tanto descaro. Así que, siempre de risas y más descarados nosotros aún, dos nuevos nombres aparecieron de repente en el escalafón de novilleros para delatar a los listillos: Carrasquito de Triana y Morenito de Fuenlabrada comenzaron a "torear" a mediados de aquella temporada del 88 con muy buenos "resultados" en todas las publicaciones del ramo.

Entre la ilusión y los maestros nos hicimos periodistas, forjando, a bromas con el sacrificio, un carácter, una disciplina y una dignidad profesional a prueba de bombas que tuvieron sus frutos en poco tiempo. Para fortuna de ambos, los caminos y la distancia nos separaron en distintas redacciones donde ya no había lugar a los "queos" telefónicos de Pepe Cutiño ni a aquellas ocurrencias que se prolongaban en las comidas de redacción al calor del compañerismo y la buena tertulia taurina.

No volvieron nunca aquellos tiempos de esperanza, ni aquel espíritu de Fernando Carrasco llenando deprisa las calles mientras cantaba pasodobles de letras hilarantes camino de la Maestranza. Y ya sí que no volverán, porque allí mismo, a la puerta del templo del toreo, hace unos días que le falló, por primera y única vez, ese corazón tan inmenso y tan voluntario que hasta le llevó a jugársela de verdad ante un eralón de Guardiola en el lejano festival de periodistas de Alcalá de Guadaira.

Como fiel creyente, sus cristos y sus vírgenes de Sevilla, con los que tanto se hablaba, le echaron una mano salvadora aquella tarde con la clase y la dulzura de aquel bragado "villamarta" al que no llegó a matar. Y no porque no lo intentara, que ni entonces se puso límites el "divino calvo" de la redacción, sino porque se rompió un dedo en el primer pinchazo pero después de torearlo con la pureza de la inocencia y derrochando ese profundo sentimiento interior que luego tradujo también en sus novelas sevillanas.

Después de aquello, la vida y la profesión abrieron rutas paralelas a aquel periodista con carné de aspirante a novillero y al único mozo de espadas de su cortísima carrera torera, pero en cada saludo, en cada reencuentro y en cada abrazo que ya son imposibles seguía latiendo, de tarde en tarde, de feria a feria, el bello recuerdo de aquellos años en los que trabajar era un gozo y la redacción un refugio de buenas vibraciones.

Quizá explotó de más su gran corazón pero, por mucho que sus cofrades se consuelen con la fe, Fernando se nos ha ido a todos demasiado pronto. Con muchas cosas todavía por contar, y aún más con que alegrar a quienes nos quedamos aquí, trabajando, y viviendo, más rápido pero no mejor y sin tiempo ya para la risa entre esa impostada, vacía y falsa seriedad profesional que él siempre desenmascaró con su desbordante positividad.

Aunque siempre nos quedará tu sonrisa, echaré mucho de menos tu abrazo cálido en la grada la próxima feria de Sevilla, compañero. Como siempre echo de menos aquellos tiempos sin internet en que aspirábamos a todo, a golpes de corazón.

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