El joven novillero arlesiano
cautiva con su formidable firmeza y una personalidad taurina inspirada en los
moldes de Castella pero teñida de rara originalidad.
BARQUERITO
Foto: EFE
CADA UNO DE LOS SEIS
novillos de López Gibaja fue de una manera. Nunca más justo lo de desigual para
calificar una novillada que, al clásico modo, se anunció como “de desecho de
tienta y cerrado”. Vieja prosa. Por cara, que es lo primero que se mira y ve,
sobresalieron dos novillos: un tercero acodado y de ancho balcón, y un cuarto
entre tocado y remangado de cuerna, astifino, más ofensivo que ningún otro.
Este cuarto, de muchos pies y llamativa alegría, apretó en el caballo, galopó
en banderillas y fue de ritmo muy vibrante. Toro de gran corazón y notable
fijeza.
El año pasado López Gibaja echó en Fallas una novillada
encastada, de buena nota. Este cuarto superó con mucho el promedio de entonces.
Lo ovacionaron en el arrastre con fuerza y hasta pidieron la vuelta al ruedo no
sin razón. El tercero, colorado, se picó corrido y sin acierto, se soltó de
engaños, estuvo por rajarse un par de veces y tuvo, en fin, un aire noblote sin
más. El toro que partió plaza, muy codicioso, acusó la secuela de dos puyazos
muy traseros y eso, unido a su fondo temperamental, le hizo emplearse con la
cara alta, empleándose pero sin descolgar. El sexto, de linda pinta, burraco,
también cobró trasero, pero en nobleza ganó a todos. A todos menos al cuarto,
cuya torrencial potencia encubría sin pretenderlo su noble son.
El segundo, gacho y cuajadito, metió los riñones en varas,
cobró un volatín tremendo –la voltereta casi a pulso- y fue de muy desigual
estilo: amagos de irse a tablas, algún viaje protestón, embestidas rebrincadas
casi siempre. Y un quinto que fue garbanzo negro. Estrecho, ensillado, zancudo,
sacudido, trotón, se dolió de varas, quiso saltar al callejón pero le faltó un
impulsito, lamió tablas antes de banderillas, salió escopetado del primer
rehilete clavado y no dejó de huir asustado. Barbeando tablas hasta la hora de
doblar pero aculado las solo dos veces en que detuvo la marcha. No el manso
pregonado del que hablaban los clásicos, porque por no tener no tuvo ni
sentido, pero sí el manso cabriloco que, a su manera, hace delicias y sufrir.
Los lotes se repartieron al azar. La mayoría de la gente
estaba en la plaza por Varea, que tiene nombre y fama bien ganados. Paisanos de
Almassora, entre Castellón y Burriana; aficionados de Onda, Bechí y del propio
Castellón, donde el pasado 28 de febrero despachó seis novillos con relativa
facilidad. Y, en fin, el aficionado fiel de Valencia, que ha visto al torero
hacerse o irse haciendo. Un chasco, porque el lote de Varea, el rajadito y el
cabriloco, no invitó sino a mostrar oficio. El detalle de torear Varea de
salida a los dos, pero sus lances mejores fueron los de un breve quite al gran
cuarto. Una tanda de trincherillas cosidas con pases de la firma fue, en el
segundo toro, su logro más redondo dentro de una faena de artificial compostura
y grave apariencia. Es torero serio este Varea: ni un gesto para la galería. Y
una falta de sitio y fe con la espada digna de preocupación porque el torero
está anunciado en Sevilla y en Madrid la próxima primavera. Y con la
alternativa casi anunciada para junio en Alicante.
El veterano Jesús Chover, valenciano de Benimámet, la
pedanía capitalina donde nació también el célebre arquitecto Santiago
Calatrava, no es precisamente un novel: veinticinco años, debutante con
picadores en 2010. Con los dos toros de mayor viveza defendió dignamente su
papel de cabeza de cartel, no se arrugó aunque costara estar delante de sus dos
toros, puso buenos pares de banderillas de distinto género, capoteó con ritmo
limpio y raudo y muleteó sin desmayo con un engaño muy montado y en pases en
línea y casi siempre por fuera. Toreo defensivo, de incuestionable honradez.
Dos faenas interminables.
El hombre de la tarde fue, para sorpresa de la inmensa
mayoría, el arlesiano Andy Younes, de cuya carrera como torero de valor ha
habido en la Francia taurina cumplidas muestras. El valor es la firmeza, aunque
no solo, y firme como si se hubiera atornillado de zapatillas anduvo Younes en
sus dos turnos. Igual de quieto con el proceloso tercero que con el bondadoso
sexto. De rodillas, en circulares cambiados, en soberbios pases de pecho, al
natural ayudándose, en redondos incompletos, acompañando viajes con irregular
compás. Una firmeza que tiene modelo bien visible: Sebastián Castella. El modo.
Solo que físicamente son casi antagónicos. Además de la firmeza de Castella, el
repertorio del toreo cambiado por la espalda en la apertura de faena o
intercalado en plena faena. De sello propio un descaro particular que traduce
fe del torero en sí mismo. Todavía un proyecto de torero, torero por pulir y
sin hacer, pero capaz de pensar, no solo arriesgar: rectificar distancias,
resolver al hilo del pitón con toques precisos, armonía para dibujar de repente
el muletazo más cadencioso del mundo o un lance de alta escuela. Uno o dos. O
tres. Corazón para atacar con la espada y genio para llegar a la gente, que lo
jaleó mucho. Un debut feliz en una feria española de primera. El pasado
septiembre, en la Vendimia de Nimes, ya hizo sonar las trompetas.
FICHA DEL FESTEJO
Valencia. 1ª de Fallas. 3.500 almas. Soleado, fresco. Dos horas y
treinta y cinco minutos de función. Seis novillos de Antonio López Gibaja.
Jesús Chover, silencio tras dos avisos y palmas.
Varea, saludos tras un aviso y ovación.
Andy Younes, oreja y oreja.
Un meritorio par al sesgo de Diego
Valladar al quinto.
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