Corrida de tres sobreros, los
tres de última hora. Una faena brillante y firme, pero larguísima, de Castella
a un buen toro. Manzanares, sorprendido por el más bravo. Firme y valiente
López Simón.
Sebastián Castella |
BARQUERITO
LOS CUATRO PRIMEROS de Garcigrande fueron parejos en tipo:
la cara, el peso, el remate, las pintas. Toros hermanos, lindas hechuras, el
juampedro culopollo de cañas finas. Escaparate de ganadería larga, ejemplo de
regularidad. De esos cuatro el cuarto fue el de más caro galope, mejor ritmo y
mayor entrega, el de mejor nota en el caballo –dos puyazos buenos de Pepe
Doblado, y un primer picotazo corrido- y el que más lances y muletazos se llevó
en todas las distancias posibles porque Castella no escatimó: tanteo en el
saludo de capa, tres lances en línea tirados despacito y abrochados con
chicuelina y una media muy airosa, frontal, a pies juntos. Es novedad en el
repertorio del torero de Beziers.
Ya picado el toro y cambiado el tercio, un quite mixto de
regalo: tres tafalleras y tres gaoneras, pero al rematar la tercera sufrió
Castella un desarme. Y entonces, un requite de propina, la misma gama pero en
menor dosis: la tafallera, la gaonera y la revolera inversa. Encaje impecable
en las nueve bazas. Buen son del toro en banderillas y faena de hasta tres
tramos, igual de largos los tres. En todos parecido descaro: firmeza impasible,
los pies posados más que sujetos, brazos sueltos.
En el primer tramo, dos tandas sello de la casa: la apertura
del cambiado por la espalda preludio de un lazo de seis muletazos más, cosidos
todos sin solución de continuidad, sin perder posición ni paso. Hubo un desarme
en el remate de esa última tanda de tramo. En el segundo tramo Castella abundó
en el toreo de lo que Cañabate llamó “de los dos pases”: dos tandas en redondo
con su cambiado de remate, tres con la izquierda de llamativa calma, estupenda
caligrafía, ligazón, y sus remates de pecho. Y el tercer tramo, que fue no
espectacular sino lo siguiente: circulares cambiados por las dos manos,
hilvanados entre sí, y, cuando el toro empezó a apagarse –llevaba encima los
dos puyazos, quince lances, treinta y tantos muletazos-, Castella se enredó en
péndulos resueltos en distancia inverosímil pero sin que hubiera ni un
enganchón. Todo eso se llevó su tiempo: la Orquesta Chicuelo le dio tres
vueltas al Manolete, de Orozco, y, con retraso, sonó un aviso antes de cuadrar
Castella.
Hubo amago de provocar o proponer el indulto. Castella citó
a recibir en los medios, cobró una estocada ladeada y desprendida, el toro se
recostó en tablas, y antes de decidirse Castella a descabellar sonó el segundo
aviso. La agonía del toro, Errante, fue acompañada de un coro de palmas gansas.
Fue la faena de una tarde de toros interminable –tres horas en la dura piedra
del Anfiteatro, controles severos de seguridad a la entrada- pero no el único
acontecimiento.
El propio Castella anduvo plácido y seguro con el toro que
partió plaza, pero también entonces cayó un aviso antes de la igualada.
Manzanares le pegó muchas voces al segundo, el de más pobre empeño de todos, y
lo toreó de abajo arriba. Faena trabajosa. Y una estocada sin puntilla.
López Simón, recibido con expectación particular, toreó con ajuste
impertérrito al tercero de corrida, noble toro del que hubo que acabar tirando
al cabo de cuatro tandas estáticas, verticales, con esa carguita dramática
–gesto doliente- que tanto llega. El final de faena, en ovillos y cambiados por
la espalda, fue desigual pero prendió en la gente. Un gran pase de pecho a pies
juntos. A lo Talavante. Un pinchazo, una estocada, rueda de peones. Una oreja.
Arrastrado el cuarto, empezó un espectáculo de montaña rusa.
El quinto, colorado, acapachado, ancha culata, parecía de otra corrida, y fue
devuelto por renquear pero sin haberse llegado ni a caer ni a amenazar con
hacerlo. El primer sobrero, de Garcigrande también, estaba mejor rematado que
el renco. Bizco del pitón izquierdo, fue el de más bravo son en la muleta, una
formidable manera de emplearse. A ritmo vivo, hacía el surco. Pedro Chocolate
le había pegado dos puyazos arriba, pero el toro, Cuentagotas, se vino arriba.
Ataques prontos, mucha fijeza. Manzanares, muy exigido, fue sorprendido en un
descuido: dos volteretas, fea caída. Solo el susto. Muchos nervios. Esperaba la
corrida de Sevilla. Se notaba. Media estocada.
Y un final disparatado. El sexto se salía del cuadro: 600
kilos. Justo antes de banderillas, se partió una mano. El segundo sobrero,
octavo garcigrande en asomar, acapachadito, muy lindo, se rompió una pezuña
después del tercer par de banderillas y ya a tercio cambiado. López Simón se
apalancó en tablas, junto a la barrera. Mientras, crecía una protesta general
para que devolviera antirreglamentariamente el toro. Habría procedido montar la
espada y acabar. El palco se saltó el reglamento por las bravas.
Un tercer sobrero. De José Luis Pereda. Salió bueno, noble,
codicioso, ganoso y con gasolina. Todos esos sextos toros, que fueron tres, se
llevaron al otro mundo tres puyazos y tres picotazos magistrales de Tito
Sandoval. El toro de Pereda, un trabajito de López Simón de quietismo casi sin
mácula, algún muletazo de inercia acabado con el torero asido al lomo, muchos
pases a pies juntos y el torero descalzo. Un final atosigante, una estocada.
Otra oreja. Dentro de diez días, un mano a mano en Sevilla de pronto
encarecido: Castella y López Simón. Con sobreros o sin ellos. Caben apuestas.
De Arles sale Castella favorito.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Garcigrande
(Concha Escolar) –el quinto, jugado de primer sobrero- y uno de José Luis Pereda, corrido en sexto
lugar como sobrero tris.
Sebastián Castella, oreja tras aviso y oreja tras dos avisos.
José María Manzanares, saludos y saludos tras un aviso.
Alberto López Simón, una oreja en cada toro.
Tito Sandoval picó a sexto, sexto bis y sexto tris, y con
los tres se agarró certero en suertes que rozaron la perfección de doma y
castigo. Fue ovacionadísimo.
Arles. 1ª de la Feria de Pascua. Casi lleno. 9.000 almas. Soleado,
templado, primaveral. Tres horas de función.
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