Una faena de temple y otra de
genio, ciencia y arrebato a toros distintos de Daniel Ruiz sentencian el mano a
mano con un Roca Rey ambicioso pero todavía en agraz.
BARQUERITO
SE ESPERABA UN MANO a mano estelar, pero... Toda la mañana
lloviendo en Arles y en la Camarga. Agua fría que batía en ráfagas. Parece que
llueve de lado. Se suspendió la clásica novillada matinal del domingo de
Pascua. Las fanfarrias de fiesta tuvieron que refugiarse en los soportales del
antiguo asilo –el Espace Van Gogh- y en el vestíbulo del Ayuntamiento. Estaban
desiertas la plaza de la República y la del Foro, recogidas las terrazas al
aire libre, cerradas las furgonetas de comida del Bulevar des Lices. Se
suspendió el encierro camargués, ni una paella callejera, ni un alma por la
calle. Ambiente helado apenas roto por las campanadas de la Pascua florida.
Dos horas antes de los toros dejó de llover. La corrida de
Daniel Ruiz pareja en pesos y alzada –cortos de manos los seis toros- salió desigual.
Primero y sexto, castaños, cortos de cuello, más hondos que los cuatro
restantes, fueron los de más plaza. Los dos, con un punto de aspereza. El Juli
pulió la del primero como si la muleta fuera cepillo, garlopa o papel de lija.
No es que se quedara de seda el toro, abisontado, seria la expresión, pero el
pulso fino y poderoso de Julián bastó para limar esos dos o tres viajes
bruscos, protestones y rebrincados con que se retrata un toro a punto de
plantarse.
Las tres faenas de El Juli, a toros distintos, tuvieron un
detalle en común; las tres fueron en un ladrillo, es decir, en un espacio
mínimo del ruedo oval del Anfiteatro. Como si hubieran sobrado nueve de las
diez partes de la arena de torear. Las tres fueron, sin embargo, faenas
pródigas. Pródigas que no largas ni espesas. De ciencia las tres. La primera,
la del toro tan sin cuello –la cabeza encajada en el morrillo, pechuga peluda,
morrillo frondoso-, la de más calmada seguridad. Sorprendió en frío a los
paganos, se escuchaban los ecos de una fanfarria que tocaba en la vecina Place
Voltaire. La música de la Orquesta Chicuelo se lo estuvo pensando. No todas las
delicadezas de la faena, unas cuantas y muchas, traspasaron la pasarela. Un
final con péndulos, desplantes, circulares cobrados como con compás, la versión
julista y renovada de la trenza que puso en escena hace unos años Daniel Luque,
un molinete vertical ligado con el de pecho: todo eso contó más que la pureza
ajustada del toreo en redondo a suerte cargada y mano baja. Una estocada ladeada,
tres golpes de descabello.
La tercera de esas tres faenas de El Juli, al quinto toro,
el más ofensivo de los seis, fue la más rotunda. A toda vela y toda máquina,
despliegue de repertorio, de frente para torear en redondo, muleta arrastrada
en tres tandas al natural de particular cuajo, tandas de cinco y seis ligados
sin perder un solo paso ni pasito, remates de pecho de autoridad irresistible.
Con la faena cumplida, la sorpresa de ver a Julián torear por alto y por libre
antes de volver a enredarse en esa especie de carrusel de toreo sin manos que
pone nerviosa a la gente: las cosas de Luque, aumentadas y mejoradas. Imponente
el gobierno del toro. Una estocada perdiendo el engaño y una rara manera de
morir el toro: recostado contra el estribo hasta el momento de doblar sin
puntilla. Dos orejas. El tercero de corrida, derrengadito, malos apoyos, poca
gana, fue protestado. Contó poco la faena, que tuvo tanta ciencia y la misma
economía de terrenos que las otras dos. Pero la gente se puso del revés. Dos tandas
de látigo con la zurda a última hora se celebraron.
Como era mano a mano, el más caliente de lo que va de curso,
se dejó sentir un fondo de rivalidad. La primera faena de El Juli marcó
distancias, pero Roca Rey había salido en ese toro a quitar con buen aire por
chicuelinas, tafalleras, media excelente y revolera. Gran ovación. Estaba la
gente con el aspirante. Tremolaban unas cuantas banderas del Perú en las gradas
altas del Anfiteatro. No replicó El Juli, que tampoco salió a quites en toda la
tarde. Su toreo de capa, siempre al lance, fue de calidades y oficios
distintos. Con el quinto toro se embraguetó en serio.
Roca abundó en palos que domina: las saltilleras, recibidas
sin apenas eco, las variantes de tafalleras y roscas de El Calesero, las largas,
elegantes largas de todos los colores. De las tres faenas de Roca fue la
primera la mejor con diferencia. La mejor armada y ligada, la más variada y
segura, la de mayor confianza. Y la más atrevida también: muy valiente el
ataque entre pitones y colosal el remate de rodillas. Un pinchazo, una entera a
capón. Un aviso. Larga faena, de recorrer mucha plaza.
El cuarto toro fue protestado por flojo y claudicante.
Aunque se dejó Roca ver en cambiados por la espalda y en algún invento de
muletazos mixtos, a la faena le faltó criterio para mantener el toro en pie y
en la mano. No bastó con la pasión y la ambición. Cuando se soltó el sexto, El
Juli había dejado las cosas muy en su sitio y a Roca Rey le costó superar la
prueba. Alguna sorpresa –la arrucina intercalada, los cambios por la espalda en
el momento menos pensado- pero el toro de Daniel Ruiz estaba pidiendo lo mismo
que habían pedido el primero y el quinto. Y eso todavía no.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Daniel Ruiz.
Mano a mano.
El Juli, saludos, ovación y dos orejas.
Roca Rey, oreja, oreja protestada y palmas. A
hombros los dos.
Arles. 3ª de Pascuas. Tres cuartos de plaza, 6.500 almas. Soleado,
fresco. Dos horas y diez minutos de función. Jeremy Banti, sobresaliente, inédito.
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