PACO AGUADO
La gran manifestación del domingo en Valencia
resultó todo un éxito. El particular 13-M del toreo, ese día en que aficionados
y profesionales se decidieron por fin a echarse a la calle para reivindicar su
cultura y sus derechos, ha tenido una enorme repercusión en la prensa y en la
opinión pública dentro y fuera de las fronteras españolas.
Porque se trataba precisamente de eso, de copar
las portadas de los periódicos, de llenar espacios en los informativos de
televisión, de dar argumento a las tertulias políticas y a los programas de
sociedad, de ocupar las radios y de arrasar en las redes sociales, como ha
venido pasando en estos últimos días.
Había que poner en evidencia la injusta
persecución a la que estamos sometidos, provocar el debate público que acabe
con la impunidad y el insulto gratuito de los abolicionistas y apelar a
políticos e intelectuales favorables a la tauromaquia para que abandonen su
cobarde actitud. Y todo, haciendo una demostración de fuerza como la que se vio
el domingo y que tan nerviosos ha puesto a los antitaurinos.
Esperemos que, visto lo visto y de una vez por
todas, el anquilosado sistema profesional se haya dado cuenta de la necesidad
de insistir y mantenerse en la lucha después de esta primera victoria. Y
también de que hay que corregir, más allá de la buena voluntad de los
convocantes, algunos de los errores de bulto cometidos en la organización de la
jornada reivindicativa y que no es cuestión de señalar entre tanta euforia.
Porque lo que resultó más trascendente de esta
multitudinaria manifestación no fueron los detalles, sino el conjunto. La clave
estaba en esas calles valencianas abarrotadas de ciudadanos de a pie que,
pacífica pero abrumadoramente, le dijeron a los torticeros personajes de la
"nueva política" que habrán de tentarse mucho la ropa si quieren continuar
con su puritana cruzada zoofascista.
La foto más elocuente de la jornada no era
precisamente la de la cabecera de la manifestación que repitieron los medios
hasta la saciedad, ese lugar tras la pancarta al que muchos llegaron a codazos,
como pívots de baloncesto bajo el aro, para dejarse ver sin haber hecho méritos
y con ese oportunismo tan habitual en este mezquino negocio taurino.
La verdadera imagen de la manifestación, la que
realmente ha impresionado a la sociedad y asustado a los enemigos, es la de ese
mar de gente que había podido llegar a la explanada de la plaza de toros de
Valencia, pues en ese momento aún quedaban miles de personas en mitad del
recorrido: la imagen que sí que vale más que todas las miles de palabras que
hayan podido escribirse después.
La gran foto del 13-M taurino no fue la de la
cabecera. Del mismo modo que las pancartas más importantes eran esas otras que
nadie grabó ni fotografió para los grandes medios porque iban detrás de la de
los famosos: las reivindicativas de las cientos de peñas y asociaciones
taurinas que llegaron de todas las comunidades autónomas españolas, de Francia,
de Portugal, de la América taurina… Las que llenaron Valencia de colorido y de
alegría.
Esas eran las pancartas que más nos interesan, como
las que portaban los alumnos de las escuelas taurinas maltratadas por las
administraciones sectarias de Madrid y de Alicante; como las que, con orgullo,
pedían respeto para los festejos populares amenazados en Castilla y la
Comunidad Valenciana, o como la de la Unión de Picadores y Banderilleros,
verdaderos trabajadores afectados que, al revés que otras asociaciones
profesionales, fletaron dos autobuses gratuitos desde Madrid…
Era ahí, detrás de la cabecera, donde iba el
pueblo, donde marchaban esos anónimos aficionados a las corridas y al toro en
la calle que, unidos, conforman la verdadera base de la cultura taurina de este
país. Y que nadie se equivoque ni los menosprecie, porque ellos son la inmensa
masa social que sostiene la vistosa punta del iceberg, los que, con su
inquietud y su energía, pueden hacer la fuerza suficiente para sacarnos del
histórico atolladero en que nos ha metido esta extraña política que sufrimos.
El toreo nunca le estará suficientemente
agradecido a la Unión Taurina de la Comunidad Valenciana, y en su nombre a
Vicente Nogueroles, que haya dado este tan ansiado primer paso para movilizar a
las gentes del toro y sacudir las conciencias.
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