domingo, 13 de marzo de 2016

FERIA DE FALLAS EN VALENCIA – TERCERA DE ABONO: Una emocionante faena de Rafaelillo

Trabajo de autoridad y poder con el toro más encastado de una bella, seria y distinguida corrida de Adolfo Martín. Buen trabajo de Ureña con un tercero bravo y listo. Gran ambiente.
BARQUERITO
Foto: EFE

A LA HORA DEL PASEO el ambiente era de euforia. Las cifras y el fervor de la manifestación en defensa de las tauromaquias habían desbordado las expectativas. Con la cabeza de la marcha ya en destino –desde una balconada de la primera grada Enrique Ponce leyó a las cuatro de la tarde y tras cincuenta minutos de procesión una proclama subrayada con ovaciones- todavía se agolpaban grupos de manifestantes en la zona de San Agustín y el arranque de Marqués de Sotelo. Un gentío. “¡Vivan los toros!”, exclamó Ponce encendidamente. “¡Vivan!”, coreó la multitud.

La plaza estaba llena. El latido de las grandes ocasiones. Por la mañana, en un concurso de recortadores con un lote de Adolfo Martín de insuperable trapío, se colgó el No hay billetes. Al romperse filas el público hizo salir a los tres de terna a saludar. Y luego empezó la corrida, que fue tan seria como se esperaba. Cinco hermosos toros por delante –tres de ellos, cinqueños- con abundante artillería, en tipo los cinco, cárdenos, cortos de manos. Soberbio escaparate.

Solo desentonó el sexto y último, que pasó la barrera de los 600 kilos –el promedio de los cinco primeros se quedó en los 530- y sacó  hechuras atípicas: demasiado alto, demasiado largo, bien armado pero falto del trapío sobresaliente de los otros. La nota relevante de la corrida de Adolfo fue la emoción, Solo que el primero de los seis, cornipaso y vuelto, el clásico saltillo degollado, salió quebrado de varas y se resolvió en una embestida suave pero claudicante. Rafaelillo lo trató con mimo. Ni así. Un pinchazo y una gran estocada a capón.

El goteo de emociones vino después. Algo frágil el imponente segundo –bizco, descarado, un pitón izquierdo como guadaña- pero en cada viaje se dejaba sentir. Fue toro particularmente noble y solo a final de faena, tras mucha plaza recorrida, hizo amago de soltarse. Escribano se estiró en cinco lances bien tirados, de llegarse hasta la boca de riego antes de rematar con airosa media. El toro había gateado ligeramente, pero galopó en banderillas –cuatro pares de Escribano- y tomó la muleta al ralentí pero con la franqueza que retrata al toro noble, éste siempre fijo en el engaño. Habría sido de sentido una faena diligente. La abrió en pausas el torero de Gerena, templado en una excelente tanda en redondo pero empeñado en tomar al toro muy en corto y al hilo del pitón. Un remate de trabajo por manoletinas improcedentes, un pinchazo, media tendida y desprendida y un descabello.

Cuatro de los seis toros eran de la misma reata y los cuatro llevaban el mismo nombre, Aviador, estirpe fiable en la ganadería. El tercero, un Tostadito de reata probablemente de prueba, y el cuarto, un Madroño de reata infalible, se salieron del registro. Fueron los dos toros de mayores emociones: el tercero, porque al rematar arriba el muletazo se revolvía, y el cuarto, por hacer esas cosas tan singulares del encaste que son ir mudando de condición a lo largo de la lidia y de hacer las mutaciones para bien o mejor.

Paco Ureña, vertical, encajado y relajado, se esmeró en dos bellas y cadenciosas tandas con la zurda, acompasadas, ligadas. Sangrado hasta la pezuña, el toro vino pronto a engaño pero sin medir ni dejar de hacerlo. En el primer descuido –un error de colocación, la falta de un toque a tiempo-, el toro prendió a Ureña por la corva izquierda y lo revolcó. La emoción no fue solo la cogida –sin consecuencias- sino el pleito que se libraba. La gente arropó al torero después de la voltereta. Una estocada caída soltando el engaño.

Las pasiones mayores se vivieron después. Rafaelillo paró al cuarto con poderosos lances genuflexos cosidos en un solo terreno, de rico vuelo, abrochados con revolera y toro gobernado. Dos puyazos, y en los dos se empleó el toro en serio. Pareció excesivo el castigo –muy certero a caballo Agustín Collado- pero salió a quitar Escribano. Desistió al tercer lance. No lo vería claro. Dos pares clásicos de Pepe Mora, perfectos, y una faena de Rafaelillo, brindada al público, que iba a tenerse sobre la autoridad, la paciencia, el sentido del temple y la medida, el pulso y el poder.

Toreo de mano baja en la apertura de castigo pero en muletazos largos y casi en tablas; luego, tres tandas breves y ligadas entre las rayas, con protestas ligeras del toro en viajes cortos y hasta revoltosos; en la cuarta tanda pareció Rafaelillo tener ya en la mano al toro, que le tiró un impensado derrote. Pero ahí se acabó la guerra. Se echó Rafael la muleta a la izquierda y, para general sorpresa, vino el toro casi planeando y toreado, y la gente bramó. Una monumental tanda de naturales. En una segunda, el toro pisó la muleta y casi desarma a Rafael y se carga el invento. ¿Solución? El desplante a tiempo, otro desplante de rodillas, un feliz apunte de toreo por delante, el abanico y, en fin, una extraordinaria estocada. Una oreja, casi dos.

El quinto, tercer Aviador del envío, cárdeno capirote, galopó al cite desde casi los medios en el recibo de Escribano –larga cambiada de rodillas, el toro como un cohete- tomó capa con compás brioso y Escribano toreó a lance hecho. Antes de varas el toro estuvo a punto de sentarse derrengado. Falsa impresión. Duró en faena larga y ondulante, abuso de torero por fuera, trabajo espaciado en paseos. Como la faena recién vista de Rafaelillo había sido de tanta tensión y tanto ritmo, las diferencias se hicieron sentir. Cuando Escribano ligó en natural con el de pecho, se celebró. No bastó con eso.

El toro que descompuso la imagen tan pareja de la corrida tuvo más agilidad de lo previsto por hechuras. Ureña brindó a Vicente Nogueroles, el gran movilizador de la manifestación de las tres de la tarde. Una faena trabajosa, con bonitos apuntes de torero frontal con la izquierda. Solo que la embestida al pasito del toro era pura desgana por falta de celo.

FICHA DEL FESTEJO
Valencia. 3ª de Fallas. 12.000 almas. Soleado, fresco. Dos horas y veinte minutos de festejo. Seis toros de Adolfo Martín.
Rafaelillo, silencio y oreja tras un aviso.
Manuel Escribano, ovación en los dos.
Paco Ureña, una oreja y silencio.
Buenos lances de brega y brillantes pares de Pepe Mora.

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