Corrida de gran porte y brava de
los hermanos Uranga, con un quinto excepcional. Reaparición feliz y afortunada
del joven torero arlesiano tras dos años en el olvido.
BARQUERITO
UN TORO SOBERBIO de Pedraza de Yeltes. Hermosísima prenda de
600 kilos. Colorado, ancha popa, armoniosas proporciones, la cuerna en corona,
muy finas las puntas. Un galope sueltecito de partida. Hasta fijarse en el
platillo mismo y enfilar desde ahí uno de los caballos de pica de Alain
Bonijol. En el Anfiteatro solo sale un picador. Un primer puyazo memorable por
la manera de meter los riñones y encajarse. Un segundo en ataque de largo y la
misma entrega en el peto. Un quite de Juan del Álamo por tafalleras, dos, y la
verónica vuelta de Jesús Córdoba.
Réplica valerosa de Thomas Joubert por saltilleras. Galope
bravo en banderillas y dos pares excelentes de Raphael Viotti. Y un brindis
parsimoniosísimo al público de Joubert.
El primero de lote, encastado, guerrero, noble pero no siempre
metido en el engaño, había sido el de su más que decorosa reaparición en Arles,
su plaza y su patria. Este otro vino a ser algo así como el toro de su vida.
Apuesta mayor: por la categoría del toro, que había empezado a ver y paladear
casi todo el mundo en varas y después de varas, y porque, después de dos y casi
tres temporadas apartado del toreo, el joven Joubert estaba obligado por la ley
del ser o no ser. Fue que sí.
Una faena de larga y original trama, abierta con una
inesperada pedresina, que fue como un cohete, y, empalmados con el cohete y el
cartucho, el cambiado por la espalda, un excelso natural a pies juntos y dos de
pecho amplios, largos, precioso el dibujo. Firme y encajado el torero, planta
juncal, verticalidad natural, sueltos los brazos. Un clamor en la plaza. Una
segunda tanda más en clásico: el molinete de entrada, cuatro en redondo y el
cambiado por alto. Vino planeando el toro a la velocidad perfecta. Templada
muleta. Un paseíto enojoso de Joubert entonces. Para tomar aire, para dejarse
querer, para pensar, para creérselo del todo.
Y vuelta al toro. Tercera tanda: una arrucina de apertura,
tres en redondo, un cambio de mano, el de pecho. Como a resorte el toro en
todos los viajes. Todos de aliento, prontos, largos. Una ligera duda de Joubert
al echarse la muleta a la izquierda. El pase de las flores ligado con el de
pecho. Solución de la tauromaquia de Nimeño II tras su primer viaje a México. Y
una segunda cumbre de la faena: al natural de frente sin prueba previa, dos
naturales. Y un farol, que no salió, pero lo ligó Joubert con tres más
seguidos, y el de pecho. Ya estaba toreando sin espada.
El toro estaba para lo que fuera preciso. Habría admitido
hasta veinte viajes más. Incansable el fondo. Sin saberse, el tono de la faena
había perdido intensidad. Los adornos a pies juntos se celebraron. No tanto
como el toreo de mano baja. Pero hervía el público. De toda la ola de émulos de
Juan Bautista –unos cuantos matadores arlesianos de alternativa- tal vez
Joubert sea el de mayor sensibilidad.
Media estocada. Parecía que sin muerte, pero en el último
ataque el propio toro se tragó la espada entera y rodó sin puntilla. Clamor
monumental. La vuelta al ruedo al toro. Las orejas para Joubert, que, cuando
las tuvo en la mano, se fue a buscar al callejón a Paquito Leal, su maestro y
mentor, torero ya retirado, patriarca de los Leal de Arles, lo hizo salir al
ruedo, le entregó las orejas y lo abrazó con fuerza. Como hacen los náufragos
al sentirse rescatados.
Con todos sus atributos y su volumen, la de Pedraza fue una
señora corrida de toros. No se esperaba menos. Los seis fueron bravos en el
caballo, nota sobresaliente de la corrida sin excepción. Al sexto, que pareció
querer blandearse, le puso las tuercas en varas Paco María. Los seis fueron de
largo. El sexto, que por hechuras desdecía de los demás, fue el garbanzote
negro: ni un viaje regalado, no descolgó ni una baza. Juan del Álamo, poderoso
y entonado con el tercero de corrida, se empeñó en recibir a ese sexto con la
espada y no hubo modo.
El primero, cinqueño, de una hondura extraordinaria, fue
toro noble pero escarbador, algo tardo y de los de sujetar porque quiso irse
varias veces. Tenía, sin embargo, una golosa embestida humillada. Se extendió
más de la cuenta Escribano en faena marinera. El propio Escribano quiso lucir
al cuarto en el caballo como si se tratara de corrida concurso. No terminó de
funcionar el invento, y no por culpa del toro, que fue en varas tan bravo como
el que más, sino por otras razones. Demasiado sangrado en tres puyazos, el toro
pecó de pegajoso en el último tercio. No pasó apenas nada. Si el toro quinto
llega a jugarse de segundo y viceversa, es probable que Joubert se hubiera
entonado más. Los toros bravos dan alas y parecen tenerlas.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Pedraza de Yeltes
(Hermanos Uranga). Vuelta al ruedo en el arrastre para el quinto, Dudanada,
número 20.
Manuel Escribano, saludos y palmas tras un aviso.
Thomas Joubert, aplausos y dos orejas.
Juan del Álamo, una oreja tras dos avisos y silencio tras
dos avisos.
Buenos puyazos de José Manuel
Quinta, Óscar Bernal, Mathias Forestier y Paco María.
Arles. 5ª de Pascuas. 5.000 almas. Nubes y claros, templado. Dos horas
y cincuenta y cinco minutos de función.
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