FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
Se dice, se escribe, que Morante armó
la marimorena en La México. ¿Qué es la marimorena? Si entendemos por tal el
alboroto ligado a pendencias, tumultos represivos y camorras varias (que es la
interpretación fetén) va a resultar que el de la Puebla salió trasquilado del
monumental coso del D.F., es decir, envuelto en un halo irascible y
reprobatorio tras su actuación del pasado lunes en su muy esperado retorno a
tan colosal escenario. Lo cierto es que Morante estuvo así, colosal,
interpretando su personal versión del toreo al natural en el quinto toro de la
tarde, una especie de sinfonía en do
mayor, con ese quejío que se sustancia y se entrevé en su personal forma de
mover los engaños cuando entra en trance. Cumbre de Morante en La
México. Orejas y paseo en hombros de la multitud, con jaleo entre los
aficionados más pasionales y enardecidos cuando el ídolo procesionado llega a
esa otra cumbre que remontan las rampas hormigonadas de este peculiarísimo
embudo taurino.
He vivido algunas escenas similares en varias
ocasiones, con Ponce, Joselito, El
Juli… Impresiona. Las gentes que van a los toros en esta Plaza, sobre
todo cuando son capaces de casi llenarla (colmar la parte de arriba no numerada
ya prácticamente no se contempla), si un torero arrebata en el ruedo, quieren
arrebatarlo para sí, para ellos, cuando aparece al final de la corrida sobre un
mar de cabezas por la avenida de Insurgentes. Recuerdo que Ponce, en una
ocasión, hubo de tirarse de las andas humanas aprovechando un semáforo en rojo
y se metió, con el vestido hecho jirones, en un automóvil, rogando al
sorprendido conductor que le trasladara al hotel. Me consta que a Morante lo adoran en
México. El aficionado de aquél país es especialmente sensible a la belleza de
formas que el torero expresa frente al toro. Sintoniza en seguida con la
sensibilidad del artista. Se enmarida con él. Vibra con él. Hace explosionar su
entusiasmo como ningún otro público de toros en el mundo. Solo se lanzan al
ruedo sombreros, prendas de vestir y objetos varios cuando las faenas de muleta
adquieren el carácter de antológicas. Pero se lanzan, y es un gozo ver ese
inusual espectáculo, esa comunión alcanzada en su máximo punto de ebullición.
La pasión soltada al albedrío más extremoso.
Pero, ¿con qué toro?, se preguntan razonable y
tercamente los aficionados españoles. Con el de allí. Con el que se está
criando en los potreros de los ranchos desde que los hermanos Llaguno se
llevaron, en 1908, aquellas seis vacas y
dos novillos de lo más florido del marqués de Saltillo, poniendo el pie de simiente que haría brotar la flor
incipiente de la cabaña brava mexicana. Aún siendo consciente de que existen
grupos de aficionados y algunos críticos que hace ya algunos años empezaron a
exigir más grande tamaño y cuerno más grande –influidos, sin duda, por lo que
desde aquí se transmite como paradigma del toro de lidia, es decir, el toro de
Madrid, Bilbao o Pamplona, pongo por caso– , lo cierto es que las gentes del
común que van a los toros en México quieren el animal fuerte y vigoroso, de
cuerpo apretado, rematado, musculado y de bravura contrastada y duradera, que “vaya a más” durante la lidia. El cuerno
no es cuestión esencial, porque, en general, jamás existieron en el campo
mexicano toros cornalones, y se sabe que con la braveza de su comportamiento y
la brevedad de cuerpo y de encornadura, los toros mexicanos han pegado cornadas
que tiembla el misterio. Comprendo que para el aficionado de acá esta tesis no
se entienda, pero es así. Misterio, también.
Les puedo asegurar que durante la faena de Morante de la Puebla, los millares
de gargantas que gritaban “ole”
estaban identificados con la obra de arte, y salvo muy raras excepciones no
echaban cuentas del tamaño de los artistas que entraron en liza sobre el
palenque capitalino. En semejantes tesituras, la cuestión no es de romana, sino
de romance. ¿Acaso el arte se pude mensurar?
Acabo por el principio: Morante no armó
la marimorena. Justo lo contrario: alcanzó un triunfo de clamor. Tampoco los
toreros que acometen la proeza de lidiar valerosa y voluntariamente seis toros
o más en solitario protagonizan una “encerrona”,
que es sinónimo de celada artera y traicionera. Ni los puntilleros “atronan” al toro, sino que lo atruenan.
Como decía aquél, un poquito de por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario