PACO
AGUADO
Hoy
sí. Toca ya meterse en harina y hablar de esa reciente desbandada de toreros en
torno a lo que dieron en llamar el G-10, esa unión de figuras, en principio
bienintencionada pero tan artificiosa que ni era unión ni en la que todos eran
figuras, en el más estricto sentido de la palabra.
Haberlas,
las había. Menos que los dedos de una mano, porque no todas tenían la suficiente
independencia para pensar y actuar con cohesión y coherencia. Sobre todo desde
que, apenas creado el grupo, los tentáculos del maquiavélico poder empresarial
se fueron extendiendo para tener controlados cada uno de sus movimientos y
provocar su más que latente división.
Por
eso mismo, un año después la iniciativa de El Juli –que de alguna
manera también pretendía así arroparse y buscar aliados en su guerra
particular– ha quedado en nada, o casi nada. Y, como a Bombita cuando lideró el viejo "pleito de los miuras", la mayoría de los hombres G han
acabado por dejarle solo, en compañía únicamente de Miguel Ángel Perera,
el otro independiente del grupetto. Como estaba cantado.
No
puede negarse que el G-10 se ha anotado varios logros muy importantes en su
único año de vida, pero, con todo lo que al toreo le queda por hacer, apenas
han sido golpes aislados que no han valido ni para una victoria a los puntos en
un par de asaltos del duro combate que queda por librar: el pírrico paso del
toreo al Ministerio de Cultura, la vuelta momentánea de las corridas a
Televisión Española, el cambio de enfoque de la promoción entre los jóvenes,
las reivindicaciones con políticos de varios países…
Pero,
tanto antes, cuando arrancó la iniciativa, como ahora, que ha fracasado, es
evidente que la extensa problemática del toreo no puede ni debe afrontarse con
arranques puntuales ni con acciones aisladas y minoritarias que dejen al margen
a la gran mayoría de los afectados. Ni que obvien ese fundamental consenso
entre los distintos sectores que la Mesa del Toro hasta ahora ha sido incapaz
de conseguir.
Valorando
en su medida la importancia de ese necesario primer paso del G-10, el que
ninguna otra parte de este espectáculo se ha atrevido a dar hasta el momento,
este último tropiezo pone sobre el tapete la necesidad de establecer una,
aparentemente utópica, estrategia bien planificada y conjunta. Y, sobre todo,
bien asesorada.
Aunque
solo sea una verdad a medias, todo el mundo coincide en señalar que ha sido la
errática gestión de los derechos audiovisuales por parte de la empresa All
Sport Media el factor que ha dinamitado el grupo. Pero convengamos también que
han sido agentes externos, y con intereses menos altruistas que los de los
incautos contratantes que se pusieron en sus manos, los que han acabado por
desvirtuar el enésimo intento de los toreros por poner en orden la eterna
problemática de la televisión.
La
cuestión es que, por errores de planteamiento y asesoría, pulsos de poder y una
palmaria falta de dignidad y de concienciación profesional, el toreo y los
toreros siguen divididos en el umbral de otro invierno clave –¿cuánto tiempo
llevamos los periodistas recurriendo a esta tópica muletilla?– para el futuro
de la Fiesta.
El Juli, como dejó ver en
una reciente entrevista en Tendido Cero, parece dispuesto a seguir en la lucha,
a no renunciar en la búsqueda de soluciones desde su posición de primera
figura, aunque, ahora sí, buscando claramente el amparo de José Tomás,
que hace tiempo predica con el ejemplo.
Tal
vez el torero de Velilla haya sabido ver que la caída del G-10 marca el momento
de hacer autocrítica, incluso de la forma de administrar su carrera. Y también
de que, para igualar el absoluto poder empresarial, hay que prescindir de
falsos elitismos para unir las fuerzas de las verdadera figuras a las de toda
esa legión de toreros –de oro y de
plata– ignorados o maltratados, que son, junto a la gran mayoría de los
ganaderos, quienes realmente sufren en sus carnes la dureza de esta crisis taurina.
Aunque, como a Bombita, le
cueste estar tres años sin torear en Madrid.
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