martes, 31 de mayo de 2011

VIGÉSIMO PRIMER FESTEJO DE ABONO – FERIA DE SAN ISIDRO EN MADRID: César Jiménez, en el podio de San Isidro

Y, con él, un excelente toro de Peñajara. *** Méritos y madurez del torero de Fuenlabrada en dos faenas de rigor clasicista, notable temple, son creciente y rotunda autoridad.
Brillante y completa tarde la de César Jiménez hoy en Madrid, cortando oreja cada uno de sus ejemplares, abriendo la Puerta Grande, cinco años después que lo hiciera en  esta misma plaza por partida doble. Foto: Javier Arroyo
BARQUERITO

EL PRIMER TORO de Peñajara fue de los más ásperos de la feria. Genio violento, sentido defensivo y por tanto muy agresivo: cabezazos sin cuento, siempre descompuesto. Había salido frío y al paso, pero las malas noticias llegaron en dos varas: una primera cobrada por dentro y a escape y una segunda con derribo en arreón de manso pregonado. Se levantó viento, hizo hilo el toro en banderillas, hubo un preciso quite de Jesús Arruga y, a pesar de que el estilo del toro era indisimulable, Eugenio de Mora se puso con él. Habría bastado y convenido un macheteo, después, si acaso, de haber enseñado el toro a quien no lo hubiera visto. Eugenio, sin embargo, insistió en trasteo de ingrato exponer: el toro le estuvo rebañado en todas las bazas, no hubo el menor reconocimiento y, a toro avisado, sólo cupo enterrar la espada en los bajos.

Contrastes propios de estos juegos: el segundo de corrida, del mismo hierro de Peñajara, vino a ser, en calidades y estilo, uno de los tres mejores de la feria. Toro de podio, digamos. «Rodalito», número 48, negro listón. 555 kilos. En hechuras de Tamarón-Conde de la Corte: largo y lomiliso, cuello de espléndida flexibilidad, afilado hocico, hondo pero estrecho, corto de manos. Tenía que embestir. Fijeza, prontitud. Tomó engaños por los vuelos, no fue de nota en el caballo pero salió del peto metiendo la cara y por abajo y, pese a amagar con dos escarbaduras y a dolerse en banderillas, estuvo el toro listo enseguida.

Viento de nuevo. Pero César Jiménez, encajado ya en el saludo de capa, quedó comprometido con un brindis al público. Cumplió con el compromiso: no se le fue el toro, lo lució, le dio sitio y aire, lo dejó encuadernadito. Descalzo de principio a fin de una faena que, brillante idea, vino a ser en el único terreno de Madrid donde no molesta el viento cuando se enreda. O donde menos molesta: tablas y rayas de los tendidos de sol que median entre la puerta de cuadrillas y la grande o mayor, que es por donde entran en turbión los remolinos. El 5 y el 6. La faena tuvo unidad de terrenos –señal de dominio- y tensión creciente. Segura desde el arranque –de rodillas y por alto César en la tanda de abrir, y dando al toro el cobijo paralelo de las tablas-, de clásicas medidas –tandas de cuatro y el remate-, de despaciosa composición, firme sin fisuras, aciertos en toques y enganches sin un solo renuncio.

Se pudo y dejó ver el toro en todos los viajes. Las dos últimas tandas, una por cada mano, fueron las dos mejores: una en redondo despatarrada, de soberbio ajuste, abrochada con cambio de mano y el de pecho, y otra por la zurda igual de despatarrada que la otra, con el remate de una trinchera y el del desdén. No se podía ir con las orejas el toro. Una estocada con fe, pero cobrada por delante. Rueda de peones. Una oreja. De ley, se dice.

Fue también bravo el tercer peñajara, pero no de la línea Tamarón sino de la de Contreras, que son las dos que, por separado o cruzadas, conviven en la ganadería. Contreras: corto el cuello, carita abierta, papada limpia. Se sentó dos veces como derrengado el toro. Falsa alarma, porque en la muleta se recompuso. La misma fijeza del segundo, no tanta categoría, pero toro más que notable. Nervioso Javier Cortés, ileso tras una caída. Estuvo con el toro, pero no se puso con él. Un pinchazo, un sartenazo –como decían los clásicos- y cuatro descabellos. Con el toro en los medios todavía entonces.

El argumento colateral de la corrida iba a ser, algo más tarde, una encendida polémica entre una minoría que trató de negarle el pan y la sal a César Jiménez con efectos retroactivos –cuando ya tenía ganada la puerta grande- y una especie de Frente Popular de Fuenlabrada y Candeleda –los dos pueblos de César, el de cuna y el de arraigo- que justo en los tendidos  5 y 6 estuvieron celebrando el triunfo pase a pase y por su paso. Con entrega. El tema: que si se le había ido sin torear un toro u otro. Sin torear se fue justamente ese tercero de la tarde.

Fuera de tipo, alto de agujas, gordinflón, rabicano y calzado, pezuñas rosadas, el cuarto saltó al callejón y persiguió, al volver a la arena, a un  arenero que no estaba en su sitio. Sólo el susto. Y el disgusto de Eugenio de Mora, porque, puesto por delante, taimadamente a la espera, mirón y buscón, a la defensiva, el toro no tuvo ni un verso.

El quinto fue del cupo de Contreras: frentudo, cabeza como enroscada, carillano y chato, mucha quilla, corto de manos, sienes menores. Estaba cojo. Buenas cosas dejó entrever. Pero fue devuelto. El sobrero, de Carmen Segovia, casi 600 kilos, fue ancho, alto y cabezón, descarado, de finas puntas, envergadura respetable, tronco de cilindro, popa inmensa. No tenía cuello, no descolgó porque no pudo. Y no humilló.

Tampoco este toro iba a írsele a César Jiménez, pero ahora le tocó a él poner más que el toro y su gente tuvo que empujar más que antes. Engallado por naturaleza, sólo en la media altura venía ese toro de tan ancho cacho. Tan ancho que César tuvo que cambiar de muleta enseguida: porque el viento le descubría la primera y menor, y porque necesitaba más peso en la mano. El manejo del toro fue notable. La inteligencia de, reunido de perfil, aprovechar bien viajes que César reclamó con el engaño por delante y a engaño puesto, las dos cosas. Breve y en terrenos abrigados, la faena tuvo unidad y criterio de buen torero. Una estocada sin puntilla. Y la oreja que abría la puerta grande y desató entre los indignados de sol y los del Frente Popular la más vibrante disputa dialéctica de todo San Isidro.

El sexto, colorado de pitones blancos, fue toro fiero, muy fiero. César Jiménez intervino en tres quites providenciales para salvar un caballo, un  picador y a un banderillero, y entonces cesó la gresca. Papeleta para Javier Cortés, que brindó al público, pero estuvo a las primeras de cambio a merced del toro, que arreó estopa y, enterado, era de pronto el dueño del combate.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Buen torero de Cariñena: el valiente Arruga. Arruga pero bravo. Al César lo que es del César: dos orejas.

FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Peñajara (José Rufino), de buen cuajo y muy desigual condición, y un sobrero -4º- de Carmen Segovia, de fea y seria traza, mucha cara y diligente empleo. El segundo fue en al muleta extraordinario; bravo el tercero. Mansos con sentido primero y cuarto. Fiero el sexto.
Eugenio de Mora, de yema y oro, silencio en los dos. César Jiménez, de añil y oro, una oreja en cada toro. Salió a hombros. Javier Cortés, de violeta y oro, silencio en los dos.
Notables pares de Jesús Arruga, Daniel Ruano y José Manuel Infante.
Martes, 31 de mayo de 2011. Madrid. 21ª de abono. Casi lleno. Nubes y claros, ventoso.

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