Ambiente distante y hostil por momentos en su remate de San Isidro. Firme pero nervioso, excelente con la espada. Discreta corrida improvisada de El Torreón.
BARQUERITO
MANZANARES VINO a cumplir su tercera de feria investido de la púrpura, que tanto pesa en Madrid cuando es de ley la púrpura. El peso de la púrpura se tradujo, a plaza llena, en un ambiente más hostil que de mera expectación. Además de la púrpura, pesaba una cuestión fatal: la corrida anunciada de Sorando no pasó completa el fielato y el ganadero se llevó los seis toros.
Por los toros de Sorando entraron seis de El Torreón que tuvieron, con la sola excepción de segundo y tercero, aire de corrida de repesca. Tres cinqueños y, en apariencia, seis de cinco familias distintas. Las sospechas que propician en San Isidro los cambios de ganadería repercuten como el ácido sobre el torero que manda en el cartel, que era Manzanares.
Un detalle: al término del paseíllo sacaron a saludar a Juan Mora al tercio para rendirle nuevo homenaje por su triunfo redondo del pasado otoño en Las Ventas. Después de saludar, Mora invitó a Manzanares y a Cayetano a compartir con él la ovación. Cuando Manzanares, que se resistió, intentó asomar por la boca del burladero se encontró con la ofensa gratuita de una protesta menor pero sonora, descortés, gratuita y ofensiva. Así estaba el ambiente. Cayetano no se atrevió ni a salir. Pero el ruido a la contra no iba por él.
Manzanares se puso delante de tres toros. El segundo de los torreones, de muy bellas hechuras, galopó, se pegó un estrellón al rematar y luego un patinazo de perder las manos por pura codicia, se empleó de bravo en una dura vara, claudicó después de la segunda pero ya había perdido las manos antes, se echó encima demasiada gente, creció una gresca ruidosa y asomó el pañuelo verde. Es probable que el toro hubiera aguantado, porque se cantó la calidad. Pero la presión fue tremenda.
De haberlo medido más y corrido hacia atrás Manzanares, el toro se habría salvado del fuego. Las mismas fuerzas y apoyos más frágiles tuvo el primero de corrida y no se oyó ni rechistar. Pero, como lidiador, Manzanares no tuvo su tarde. El segundo bis, de Carmen Segovia, fue el sobrero de mejores hechuras de la temporada. Se emplazó, hizo salida de corraleado y, como tantos toros de los de despensa de Las Ventas, tendió a soltarse a su querencia de corrales. Manzanares le pegó un sinfín de capotazos para asegurar.
No tenía mayor misterio el toro, que al venir de largo en banderillas al capote de brega de Curro Javier lo hizo galopando. Manzanares se salió enseguida al tercio, sin catar más, y sufrió un desarme. Atacó nervioso Manzanares y el toro se rebrincaba o se quedaba sin aire al tercer muletazo obligado. Tres, cuatro tandas. Cuando que hubo que abrir al toro para aliviarlo, protestaron los enemigos. Se acabó defendiendo el toro y cortó Manzanares. Una estocada espléndida. Por la ejecución y la manera de pasar. Y por el cite: ni un muletazo siquiera, tan sólo dos toques de vuelo para dejar al toro fijo.
El quinto, castaño, remangado y descarado, muy largo, con mucha plaza, fue del cupo de cinqueños. Muy briosa la salida al ataque, y Manzanares salió por él pero no llegó a estirarse. Fue una discreta renuncia. Dos varas tomó corrido el toro que Trujillo sacó del peto con dos lances magistrales. En banderillas persiguió el toro con muchos pies a Curro Javier y parecía que, con sus humos, podría encarrilarse. Primorosa la actitud de Manzanares –firmeza, serenidad- pero el toro había engañado a todos: a la hora de pelear, muchos cabezazos, aire andarín, no hacía ni el viaje de vuelta. Toro muy mirón –más que ninguno de la feria, incluido el monumental pablorromero que hirió el pasado domingo a Garibay- y tardo, y por eso incierto. Y al fin parado. Ni una broma. Manzanares agarró una gran estocada algo ladeada. Echado casi en tablas, el toro estuvo a punto de llevarse por delante al puntillero en un arreón impensado.
Blanco de la diana y protagonista Manzanares. Pero contó Juan Mora, que, viento de bonanza, dibujó seis doblones clásicos y supo luego manejar en la media altura la embestida frágil y gateada del primero de corrida, que metía la cara pero no los riñones y acabó pegando cabezazos. Al cuarto, acucharado, lo toreó de capa por delantales de mucho vuelo y lo midió después, porque fue toro de muy poco resuello. Cinco muletazos al paso de bonito compás, y dos tandas, una por cada mano, sin obligar para que el toro no se fuera por el desagüe. Y una estocada antes de llegar ni al muletazos número veinte.
Cayetano lanceó de salida movido y por abajo al tercero, que fue el de mejor aire de los seis, y acompañó después mecida y lánguidamente embestidas suaves. Como ni se trajo ni llevó al toro, la emoción fue la justa. El sexto, entre acapachado y carivaco, sin trapío ni fuerza, se puso imposible después de banderillas: topetazos y, si no, a revolverse en los pies con pésimo estilo. Cayetano, resuelto, fácil con la espada.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Que atoree San Isidro, dijo El Guerra hace ciento catorce años. En Madrid, se entiende.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de El Torreón (César Rincón), de variada condición, y un sobrero -2º bis- de Carmen Segovia, que dio juego. Rechazada y retirada por partes la corrida anunciada de Sorando. Tres de los toros de Rincón, de seria cara y distinto remate, eran cinqueños: un 1º de frágiles apoyos y de gatear o puntear por eso; un 4º noble pero apagado; y un 5º que atacó mucho de partida pero fue en la muleta tardo, mirón e incierto. El 3º, tundido en varas, fue bondadoso; el 6º topón y se revolvió. El sobrero de Carmen Segovia hizo salida de corraleado, rabeó nervioso y se dejó.
Juan Mora, de añil y oro, silencio y ovación. José María Manzanares, de violeta y oro, silencio en los dos. Cayetano, de azulete y oro, silencio en los dos.
Dos grandes pares de Curro Javier al quinto.
Martes, 24 de mayo de 2011. Madrid. 15ª de abono. Lleno. Bochornoso, veraniego.
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