ZABALA DE LA SERNA
La habitación rezuma un olor a tabaco y noche en vela. El humo de un cigarro sube lento de su mano y lo envuelve. José María Manzanares yace en el sofá derrotado en la victoria. Una camiseta gris enseña los antebrazos venosos por donde bajó su toreo a la tierra. Sus perpetuos párpados hinchados le dan un aire de boxeador en el séptimo asalto. Sonríe mientras nos recibe con palabras incrédulas por su histórico triunfo, aún no asimilado. El vestido turquesa y oro es testigo deshilachado de la entrevista antes de que empiece. El iPad y una serena música de fondo le acompañan en su soledad interrumpida. Se asoma a la pantalla del aparato para alucinar con Orbyt y la portada de EL MUNDO que le enseñamos con su Puerta del Príncipe enmarcada. No duda en bucear por las imágenes y pregunta dónde hay que abonarse.
La grabación se demora un poco más por una llamada. «Es el presidente», le dicen. Francisco Camps le da la enhorabuena como paisano y se interesa por su traje... «Está destrozado, tiraban de todos lados, los machos, las mangas», se oye al torero. Camps y sus querencias por los trajes.
- Matador, ¿ha bajado ya de la nube?
No, aún no. Estoy asimilándolo en este momento. Cuando llegué de la corrida estaba eufórico, hoy empiezo a asimilar lo que fue toda la tarde y cómo surgió todo, cómo lo viví. Todavía sigo soñando. La mente se me va.
- ¿Cómo ha pasado la noche?
He dormido poco. Estuve un rato con la cuadrilla tomando algo y dando una vuelta, pero me vine en seguida. A pesar de que estaba muy cansado, no he podido conciliar el sueño. A las siete de la mañana ya estaba en pie.
-¿Es consciente de que esto, cuatro orejas en Sevilla, supone una consagración absoluta?
Sí, bueno, lo que pasa es que no me gusta verlo así. Yo siento que voy evolucionando en mi toreo y que mi toreo a la vez evoluciona hacia la máxima expresión que quiero conseguir en la cara del toro. Entonces, aunque haya un antes y un después de Sevilla, prefiero no verlo así porque genera presión y responsabilidad. Mi planteamiento es poquito a poco.
- ¿Cuando uno se vacía tanto, al día siguiente duele el cuerpo?
No es sensación de dolor, sino de vacío, de cansancio, como de estar bajo. Lo noté en las dos faenas, sobre todo cuando fui a por la espada en el segundo. No tenía fuerza para más. Y no era por el esfuerzo físico.
- ¿Y no le duele de la multitudinaria procesión que fue su salida a hombros camino del Guadalquivir?
Dolor, dolor, no. Me tiraban por todos los lados. No he tenido nunca una salida así en mi vida. Todo el mundo me quería tocar, agarrar el traje. Me metieron en la furgoneta, me sacaron. Fue una entrega total por parte de los aficionados que no olvidaré jamás.
- ¿No se acojonó cuando le sacaron del coche de cuadrillas?
Sí, ahí me asusté. Porque fue de una forma muy violenta, querían llevarme al hotel y yo les decía que estaba muy lejos, que muchas gracias. Ese trayecto fue emotivísimo. La foto de Orbyt es increíble, las caras de la gente. La Policía paró el lío que se iba a montar por las calles. Los chaveles de la Escuela no hacían caso y ya me lo pidieron a mí.
- ¿En el ruedo oía el rugido de la Maestranza ?
(Duda). Lo tengo todo como borroso. Me han contado que la faena fue más o menos larga. Pero se me hizo cortísima. Notaba que había mucha intensidad. No veía ni siquiera que se pusieran en pie. Sólo notaba sus sensaciones. No era plenamente consciente. Palpaba el calor como si estuviese en otro mundo.
- ¿En qué momento sintió que Arrojado era el toro de su vida?
Ya con el capote. Vi que podía durar poco y lo cuidé.
- ¿Y en qué otro momento decidió apostar por el indulto aun a costa de arriesgar la gloria?
El toro me transmitió de principio algo muy bonito. Desde un primer momento me permitió olvidarme de la técnica. Ha sido de los toros más claros y con más clase de mi vida. No pensé en indultarlo, simplemente estaba toreando y cuando me fui a por la espada me di cuenta de que la gente estaba pidiendo el indulto. Quería seguir disfrutando.
- Pero hay un instante en que mira a la presidencia.
Es que para mí era clarísimo.
- ¿Incluso con la querencia que tuvo el toro desde salida?
También es cierto que, cuando lo saqué de allí, en los medios se quedó.
- En Twitter pregunté si creían que si no lo indulta le corta el rabo. Hubo mayoría absoluta: sí.
No lo sé (se ríe). Si tengo que elegir entre el rabo y el indulto, elijo el indulto. Creo que se lo merecía y que para la Fiesta es tremendamente positivo. Prefería indultarlo. Ganamos todos.
- De todas formas, como ha escrito Villán, el presidente, concediendo el indulto y no el rabo simbólico como en otras plazas, anteponía el toro a la obra de arte.
Me dijo el alguacilillo que él salía con el rabo y el delegado gubernativo le indicó que no. Me da igual.
- ¿Y cómo templó los nervios cuando salió el sexto, con la Puerta del Príncipe en los labios?
Lo que me llenó de presión fue la ovación antes de salir el toro. Fue preciosa, pero empecé a cavilar «y si no ayuda, y si tal». Quitando ese momento salí mentalizado a entregarme al cien por cien.
- ¿Cómo se puede torear tan despacio?
Con la ayuda del toro. Pero influye tu concepto, la manera de citar y enganchar al toro. Cuando enganchas de una manera más violenta, la embestida se violenta. Cuando intentas acariciarlo y en vez del toque le echas los vuelos, la embestida se hace parsimoniosa.
- Hace dos años le escribí en Zaragoza, con un toro de Salvador Domecq, que el día que cogiese esa lenta velocidad en Sevilla se iba a caer la Maestranza.
Es verdad. Estos años atrás había cortado orejas, pero no había terminado de encontrarme a gusto, con un toro que yo dijera «me he roto».
- Como el libro del poeta García Montero Un invierno propio, usted ha tenido el suyo, propio y duro [10 operaciones en la mano izquierda]. ¿Eso le dado la sensación de paciencia y templanza que desprende Manzanares ahora?
Estoy seguro de que así ha sido. Este invierno he madurado en ese sentido muchísimo. No sé si ha sido por el tiempo que he estado parado. De la temporada pasada a ésta ha habido un gran cambio en cómo afronto las faenas. También me ha ayudado cambiar los trastos. Antes los llevaba mucho más rígidos.
- ¿Qué le diría a Cuvillo?
Gracias por hacer un sueño realidad. Ya se lo dije.
- ¿Y a Sevilla?
No tengo palabras.
- ¿Cómo se lo explicará un día al hijo que espera?
Si mi hijo no es torero, nunca llegará a entenderlo. Hay que vivirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario