martes, 3 de mayo de 2011

NOVENA CORRIDA DE LA FERIA DE ABRIL DE SEVILLA: Feliz Esaú, frustración de Morante, medias tintas de El Cid

Y una variada, movida y encastada corrida de El Pilar, que dio dos toros de notable calidad, uno complicado por bravo, otro de interés y dos garbancitos amargos.
La máxima expectativa de la tarde lo venia ser Morante y El Cid, y al final el toricantano Esaú Fernández se ha llevado las orejas de la tarde, al salir en hombros con las dos que despachó de su lote, una de cada astado. Foto: EFE
BARQUERITO

MORANTE CUMPLÍA feria y se estuvo esperando su momento. Pero no llegó. Era padrino de la alternativa del camero Esaú Fernández y los suyos fueron el segundo y el cuarto toro del reparto. La corrida de Moisés Fraile dio cuatro toros de notable juego –y diferente nota- pero ninguno de los de Morante entró en ese cupo. Suelto a querencia, roto por un volatín antes de varas, claudicante, desinflado y algo rebrincado, con un punto de manso, el segundo no fue toro propicio.

Morante, sin embargo, lo estuvo toreando siempre. De un desarme en el saludo de capa salió apuradísimo y no llegó a saltar la barrera porque no supo cómo. La faena, breve y seguida, se abrió con uno de esos muletazos por alto en bandera que Morante tiene calcados de cromos antiguos. En las rayas, luego, se enroscó el toro en tres muletazos en redondo, que fueron un prodigio pero dejaron exangüe al toro. Una segunda ronda del mismo brebaje fue un exceso para el toro, que intentó atacar pero ya sin fuelle. Muy bonita la manera de Morante de dejar el toro y salir. El toro perdió las manos en un último intento y se desvaneció el espejismo. Morante cobró un pinchazo y una estocada muy defectuosa. Rara la muerte del toro, que se enganchó el pitón derecho con el capote de Antonio Lili, que bregaba, y se fue al suelo mientras lo pisaba.

Negro y lustroso, degollado y bizco, el cuarto de corrida se llevó la firma de Morante en siete lances caros. Las embestidas, sacudidas densas, pesadas y sin pulir, se encontraron la rima, los brazos y el asiento inefables de Morante. Una verónica en viaje del toro desde adentros a la raya de fuera fue extraordinaria. La media, muy cadenciosa. No estaba claro el ritmo del toro, y no iba a estarlo nunca, y Morante se aseguró antes de varas con lances de fijar. Dejó al toro en suerte con una revolera única. Como una caricia.

Mientras se iba estirando, el toro se abría de manos y tendía a irse suelto. Y a protestar si no se le daban adentros. Morante abrió faena con garbo –por alto, asido a la barrera-, pintó un molinete y estaba de pronto en la segunda raya. Tratando de seducir a toro desganado. Cuando Morante le dio adentros, se recreó en muletazos de lento y amplio trazo. Pero en los viajes de vuelta, el toro apretaba rebrincado. Dios de dos caras. Fue toro mirón y, además, por la mano izquierda se defendió bruscamente. Un desarme. Y se fue por la espada Morante: media, seis descabellos. Un aviso.

Pero quedaba, y se esperaba, la salida a quite en el sexto toro, que fue la golosina de la corrida de Moisés. Esaú lo había enredado en una madeja de verónicas de buen son y había renunciado deliberadamente a su quite tras la primera vara. Llegó la segunda y en silencio sordo se oía el nombre de Morante, que se sentiría tentado. Más que nadie. Pero entre la cuadrilla de Esaú y el propio Esaú, interpuestos todos, cortaron en seco el propósito. La miel en los labios. Por un plato de lentejas. Se dejó a deber un quite. De Morante.

Esaú se fue a porta gayola en los dos toros: en el de la alternativa –un gesto, una declaración de intenciones- y en el sexto. Una larga forzada y un desaire sin lance, con su coletilla de desorden. El toro de la alternativa, corto y alto, reunido de cuerna, fue pronto, codicioso y noble, descolgó sin humillar propiamente, se movió con franqueza. Y Esaú anduvo despejado, fácil, templadito con la diestra, destemplado con la izquierda y bravo con la espada. Una excelente estocada.

El sexto, que abultaba el doble que el primero, fue todavía mejor. Ahora no repicaban las embestidas y, descolgado, el toro metió la cara. “Deslizándose”, como empezó a decirse un día. Sereno, Esaú repitió: sentido del ritmo con la mano diestra, sin redondear una tanda pero manejando el negocio a modo, y alguna duda con la otra mano, que parecía tan buena como la clara o mejor vista. No se sabe si en terreno adecuado. Pero la frescura y la ilusión de torero nuevo pudieron con todo. Y otra estocada de las de partir en dos un toro.

Los dos toros de El Cid tuvieron en común la prontitud. Pero el tercero. Castaño albardado, estrecho y alto, justo de cara, tuvo un trote acaballado de partido, acusó mucha querencia a la puerta de arrastre y se iba suelto si no se sujetaba. Rápido de ideas El Cid. Pero no sólo de ideas. Muletazos cortos y casi eléctricos se armaron en dos tandas asentadas. Pelea viva pero nerviosa fuera de las rayas. El toro fue mirón, por alto de agujas no humilló aunque quiso, sorprendió a El Cid un par de veces y tuvo esa combatividad creciente tan propia de la ganadería: la primera de Salamanca que se formó hace más de sesenta años con sangres de Tamarón-Domecq. Los remates de pecho fueron espléndidos. Entonces tomaba aire la cosa toda. Una estocada meritoria por lo difícil.

El quinto, un burraco de blanco de cal en lomos y vientre, fue toro badanudo. Casi 600 kilos. El mayor de todos. Galopó mucho y con tranco regular, se empleó en el caballo, quitó por chicuelinas discretas Esaú, El Cid replicó en falso –se le echó encima el toro- y luego vino una faena de muy desigual factura. Venido arriba, pesó el toro, que no terminaba de meterse en los engaños pero no dejaba de venirse. No fue fácil sostener el pulso, porque a veces parecía que el toro se desentendía del toque. Avisado, El Cid le perdió pasos, pero no le pudo. Un pinchazo y una estocada.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Un plato de lentejas y dos raciones de jamón.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El Pilar (Moisés y Pilar Fraile), de variadas hechuras. Hondos cuarto y quinto. Bien pintados primero y sexto, que fueron los de menos y más volumen de la corrida. Esos dos de polos opuestos fueron los de más bondad y mejor son. El quinto, bravo, tuvo que torear. Deslucido un flojo segundo; manejable un tercero que no rompió del todo; apretó defendiéndose a veces un cuarto áspero.
Morante de la Puebla, de guinda y negro, silencio y silencio tras un aviso. El Cid, de púrpura y azabache, saludos y silencio. Esaú Fernández, que tomó la alternativa, de blanco y oro, una oreja en cada toro. Paseado a hombros.
Martes, 3 de mayo de 2011. Sevilla. 10ª de abono. Lleno. Primaveral.

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