viernes, 6 de mayo de 2011

DUODÉCIMA CORRIDA DE LA FERIA DE ABRIL DE SEVILLA: Manzanares, en el mejor momento de su carrera

Otra tarde sobresaliente del torero de Alicante en la Maestranza. Dos faenas muy distinguidas a dos toros diferentes y también distinguidos de Jandilla.
Nuevamente toreo del caro el que deja en la Maestranza un embalado José María Manzanares, quien este año esta rompiendo literalmente como la gran figura del toreo que ya asoma. Foto: EFE
BARQUERITO

DOS DE LOS TRES toros de fondo bravo de la corrida de Jandilla se juntaron en el lote de Manzanares y a los dos les dio Manzanares fiesta. Fueron toros muy diferentes de hechuras y son. Un punto acaballado el segundo, colorado, bien armado pero bizco, las fuerzas justas pero de sostenerse bien y de tomar los engaños con claridad. Parecía difícil que llegara a descolgar un toro tan alto pero éste lo hizo a pesar de llevar marcado un puyazo trasero. Tuvo, además, una embestida cadenciosa, de raro compás, y eso que de partida pareció rebrincarse. El toro se cantó en banderillas –largo el viaje templado a un precioso capotazo de brega de Curro Javier- y hasta en ese capotazo siguió los vuelos en rosca. Fue, por tanto, toro dócil.

El quinto parecía, en comparación, la cruz de la moneda. Dio en básculas cincuenta kilos menos que el segundo, pero le ganaba en hondura, cuajo y trapío. Muy afilados los pitones, estrechísimas las sienes propias pero ancho y acodado el balcón, tuvo una gota de fiereza. Y en la manera de escarbar, cuando lo hizo, se dejó sentir justamente esa electricidad. El toro remató de salida. Un notable puyazo de Chocolate hijo en dos tiempos, o doble, tuvo efectos sedantes. Al salir del caballo, el toro era otro, menos fogoso, pero, sin dejar de atacar, se embaló en banderillas por la mano diestra.

Los banderilleros de Manzanares, los tres, han echado una feria impecable. Los dos pares de Curro Javier a este quinto jandilla fueron, en clásico, soberbios. El toro estuvo por verse en la muleta un ratito: tomado al hilo del pitón, y hasta en muletazos traídos atrás o enroscados, se dejaba sin duelo y en un momento incluso amagó con pararse; pero en los viajes obligados –cruzado el torero y la muleta al hocico- el toro atacó muy en serio, con la vibración particular de la bravura: largos los viajes, metidos los riñones, descolgada la cara. Ese punto de temperamento encareció la faena de Manzanares tanto como el pastueño son del segundo había encarecido la otra. Lo que una y otra faena tuvieron en común fue la calma de Manzanares para, dejado de sí, dibujar con primor y compás. A cámara lenta, casi a pulso. A toro tapado  y a toro soltado y vuelto a traer. A suerte cargada y a suerte de más alivio.

El gran clamor vino al ligar el natural con el de pecho, porque entonces el sentimiento estuvo por encima de la composición. La plástica del toreo de brazos caídos, entre el perfil y el medio pecho. Espléndida la seguridad de Manzanares: en sí mismo, en la elección de terrenos y la manera de pisarlos. Notable la firmeza tan generosa con que estuvo puesto y embarcado en dos faenas que pecaron, de pecar, por largas.

En una y otra hubo un momento de sentirse ya acababa la obra. Un desarme por no soltar engaño en el quinto toro, problemas para cuadrar al segundo también por exceso. Pero hubo que pagar el gusto de cambiarse de mano por delante en muletazos pintados, el ritmo de lazos y trenzas: la ebriedad del torero entregado. Y la banda de música, que volvió a regalar los oídos de toro, torero y público con un impagable Cielo Andaluz.

La plaza rugió y mucho, porque Sevilla es muy de Manzanares. Por herencia y por derecho propio. Una estocada caída al segundo intento dejó sin premio el primer trabajo. Una tendida estuvo a punto de arruinar la fiesta del quinto, que tuvo, como era de prever, muerte resistida de toro encastado. La vuelta al ruedo, morosa y clamorosa, se hizo por etapas, con paradas en todas las estaciones, repartiendo abrazos y devolviendo prendas.

El otro toro bueno de una corrida de Jandilla tan desigual de traza y carácter fue el primero, cinqueño, negro, enmorrillado, bajo y hondo. Un volatín, escarbaduras, apuntes de acostarse en el arranque, pero, muy sangrado, el toro tuvo en la muleta apacible son. Y las embestidas pesadas que traducen la edad, el año de más. Castella, tan firme como siempre, estuvo ceremonioso, templado y encajado. De pronto asomaba la herencia del legado de su primer y mayor maestro, José Antonio Campuzano. Bien templado el toro, ajena la música, todo en los medios, fría la gente, que esperaba impaciente la salida de Manzanares.

De los otros tres jandillas, dos salieron más mansos que deslucidos, no llegaron ni a encelarse ni a obedecer. Castella no se arredró con el cuarto y le consintió de todo. Más él al toro que al revés. A Talavante le pidieron que abreviara con el sobrero, un toro bruto, brusco y áspero. Talavante no quiso irse de la feria sin dejar fe de su estado nuevo: está templado, firme de verdad, tragón pero consciente, dueño y fino, y al sexto de corrida, después de la fiesta de Manzanares, cuando menos sencillo resultaba ponerse a torear, le sacó por la mano izquierda dos tandas de gran temple. No de relumbrón sino de fondo.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Este Manzanares me recuerda mucho a otro Manzanares que vi torear no hace mucho y hace bastante también. Me lo recuerda a veces.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Jandilla (Borja Domecq). El tercero, sobrero. Corrida de muy diversas hechuras y variada condición. El quinto, el de más bravo son, ovacionado en el arrastre. De mucho temple el segundo, de serio fondo el primero. Sólo bondadoso un alto sexto de irregular encele. De mala nota los dos restantes.
Sebastián Castella, de siena y oro, saludos en los dos. José María Manzanares, de violeta y oro, saludos y oreja tras un aviso. Alejandro Talavante, de nazareno y oro, silencio y ovación.
Viernes, 6 de mayo de 2011.  Sevilla. 13ª de abono. Lleno. Nublado, caluroso.

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