A punto de repetir puerta grande en San Isidro, el torero extremeño firma la faena más emocionante del ciclo pero no la rubrica con la espada. Distinguido Manzanares.
BARQUERITO
SOLO DOS ERRORES de bulto cometió Talavante a la hora de firmar y rubricar su emocionantísima faena al sexto toro de Parladé: primero, abrochar con planas manoletinas lo que había sido un derroche de talento, temple y entrega; y, segundo, pretender recibir al toro con la espada a contraquerencia, que fue misión imposible porque el toro sólo se empleó a favor de querencia. De la tercera manoletina Talavante salió arrollado y volteado, y solo la providencia evitó un percance. La plaza llevaba volcada y rugiendo un buen rato, porque, a borbotones, inmensa llamarada, de gran tensión y muy valerosa, la faena había puesto de acuerdo al cónclave entero: todo era de verdad.
La decisión de citar en contraquerencia –Talavante de cara a chiqueros y dando afueras al toro- fue un puro sinsentido. El toro no vino metido y no entró la espada. Un pinchazo escupido. Luego, atracándose ciegamente, y en el mismo sitio, Talavante cobró una estocada de las de dejarse la piel. Trasera y defectuosa. Herido de muerte, el toro tomó el rumbo de tablas y vino a indicarle a Talavante el sitio preciso donde pudieron haberse coronado la obra y el gesto. Al otro lado de la puerta de chiqueros. Un aviso antes de cuadrar Talavante al toro. Otro justo cuando el toro iba a rodar al primer golpe de verduguillo. Volaron las dos orejas de premio cabal.
Los mercados taurinos miden sin el menor pudor la torería por orejas y puertas menores o mayores pero grandes, y Talavante se quedó sin poder abrir por segunda vez en la feria la de Madrid. Una feria a la que ha puesto su nombre. No sólo Talavante. También Manzanares, que pudo sentir esta vez más que nunca el llamado peso de la púrpura, que en Madrid se paga, salvo excepciones, a precio de mercado negro. Una inmensa mayoría con Manzanares: no hacía falta olfato de sabueso para detectarlo. Los que sintieron que había poco toro –entre ellos, los iconoclastas- estuvieron friendo a Manzanares. No demasiado. Lo justo como para ponerle a prueba los nervios No lo reventaron. Pudieron más los partidarios que los detractores y aquéllos jalearon casi con igual fuerza la paja y el grano de dos faenas de caro nivel pero de fondo, inteligencia y logros desiguales.
Talavante pudo trabajar con bastante más tranquilidad que Manzanares. Pero no le cogió el aire a un tercer toro ensillado del hierro de Parladé –tercero de la tarde- que, castigado con más de un miau y justo de gas después de emplearse en el caballo, tuvo bondad. Firme toda la tarde, Talavante se lo sacó al tercio, pero, excesivamente montada la muleta, al toreo con la diestra le faltó el vuelo que pedía el toro. Con su mano buena, que es la izquierda, Talavante pecó de torear por fuera. O de haberse puesto demasiado tarde. La faena fue, además, muy premiosa.
Ese aire premioso que Manzanares y su cuadrilla imponen como una liturgia algo amanerada parecía haberse contagiado. Talavante rompió los moldes con el sexto. Los propios –de nuevo Talavante ajeno a modelos, como la tarde del pasado martes.- y los ajenos: no más liturgia que la de meterle mano a un toro encastado de Parladé, que tuvo su parte violenta pero también su entrega y su ritmo. En su querencia, como tantos y casi todos. Fue el más serio de la corrida. No el más armado, pero sí el más hondo.
Talavante, que se había estirado en el saludo con cinco mandiles y un remate de media muy vertical, corta y ligera, se dejó crudo de dos picotazos sin sangre ese toro que iba a encumbrarlo. Un toro que en el tercio primero y en los medios después se le iba de engaño después del segundo viaje. Como hacen los toros rajados. No tan rajado, sin embargo. Pues, en cuanto Talavante dio con el sitio y enganchó por el hocico, el toro se vino sin rezongar y repitió. La mano buena del toro era la izquierda: feliz coincidencia. Y dejándolo venir. Eso hizo al fin Talavante en una tanda de cinco soberbios por el desgarro, el temple a toro que se batía endemoniadamente y el ajuste. Y el de pecho.
Un jaleo formidable. Volcada la plaza, remató Talavante con la otra mano en tanda corta pero de escalofrío. Espléndido el de pecho a pies junto. La ebriedad del torero lanzado: una tanda más de tres por abajo y tres por arriba. La aventura de torear por manoletinas a las nueve y pico de la noche. Y la idea obtusa o mal pensada de recibir al toro. Clamoroso, con todo, el adiós de Talavante a la feria. No se le esperaba con tanta fuerza.
Manzanares toreó con gran ritmo de capa al quinto y de salida. Una rara combinación: cuatro verónicas embraguetadas, tres delantales y una larga ensortijada maravillosa. Un toro burraco con una gota mansa que acentuó la premiosidad con que fue lidiado y las pausas excesivas de Manzanares a lo largo de una faena larga sin razón y un punto desnortada. Una estocada desprendida. Volcaron el ambiente los partidarios. El equipo contrario protestó muy poquito cuando Manzanares paseó la oreja por la zona minada de sol. Porque ahí son de Manzanares también. Y se nota.
A quien no perdonaron fue a Castella, agraciado en el cuarto con una oreja de petición no mayoritaria pero tras una faena de firmeza, de buen temple por las dos manos, abuso del toreo cambiado en circular, un intento discreto de trenza Ojeda, verticales giros de talón en las series ligadas. Y una estocada tendida a paso de banderillas.
Todos los triunfos llegaron en la segunda mitad de corrida. En la primera la tomaron con los toros de Parladé –un primero demasiado sacudido, un segundo muy bien hecho, pero dio igual- y ni a Castella, suave pero matón, ni al mismo Manzanares, alentado por sus fieles pero empeñado en torear a media altura viajes punteados, les hicieron excesivo caso.
FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de “Toros de Parladé” (Juan Pedro Domecq Morenés), bien armados, de desigual remate y condición, y dos -4º y 5º- de Juan Pedro Domecq, que fueron nobles. Desechada la corrida anunciada de Garcigrande. El sexto de corrida, encastado, peleó de bravo y no de manso en querencia. Buen toro el segundo. Notable el cuarto. Manejables los otros tres
Sebastián Castella, de malva y oro, silencio y oreja protestada. José María Manzanares, de azul cobalto y oro, ovación y una oreja. Alejandro Talavante, de nazareno y oro, silencio y vuelta tras dos avisos.
Excelentes con las banderillas Juan José Trujillo, Curro Javier y Luis Blázquez.
Viernes, 20 de mayo de 2011. Madrid. 11ª de abono.
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