QUINO PETIT / El País de España
Hoy termina la Feria de Sevilla. El martes arranca San Isidro. 'El País Semanal' reúne a máximas figuras del toreo en un año crucial para el futuro de La Fiesta. Un espectáculo más amenazado que nunca: desde la desaparición de las corridas en Cataluña hasta el descenso del número de festejos o el distanciamiento social. Los toreros rompen su silencio.
Les tiendes la mano, que estrechan vigorosamente; les ves marcharse con taciturna indiferencia tras pasar varias horas en su compañía y compruebas que es cierto: hay algo especial en ellos que les hace distintos de cualquiera de nosotros. Una actitud, tal vez. Un carácter. Una pose. O, simplemente, la posibilidad real de que alguno haya muerto cuando usted lea estas líneas. Algo tan cruel y tan auténtico como la vida misma. Sus andares, semblantes y miradas dibujan una fina estampa que nos sitúa frente a la implacable fugacidad de la existencia. No se parecen a nada. Son toreros en pleno siglo XXI.
¿Artistas o torturadores? ¿Héroes o villanos? Nunca antes se ha cuestionado tanto su papel. Tantas veces objeto de controversia a lo largo de la historia, jamás una generación de matadores ha estado en el punto de mira como ahora. La respuesta de Julián López, El Juli, con 3.000 reses bravas estoqueadas en su haber, es la siguiente: "El torero reúne todas las condiciones para ser un ídolo; es un ejemplo de vida". El escritor y periodista Carlos Abella, director del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, argumenta: "Ellos son el último héroe romántico de la sociedad española". Para el filósofo Jesús Mosterín, profesor de investigación en el CSIC y autor de A favor de los toros (Editorial Laetoli), "de héroe nada. ¡Menudo héroe el que pincha a un animal y lo destroza para hacer gestos amanerados!". No suelen dejar indiferente a nadie. Hubo un tiempo en que se vanagloriaban de ello. Pero ahora están preocupados. Muy preocupados. No solo por la prohibición taurina en Cataluña aprobada el año pasado. También atenazan sus pensamientos el descenso en el número de festejos y un creciente distanciamiento social.
Tienen en sus manos buena parte del incierto futuro de la tauromaquia. No se sienten perseguidos, "pero sí atacados por la prohibición taurina en Cataluña; allí han recortado la libertad". Son plenamente conscientes del recrudecimiento de las críticas a su oficio, acaso hoy más en tela de juicio que nunca. Jesús Mosterín esgrime posibles causas: "España ha cambiado muchísimo. En el siglo XIX, cuando las corridas eran más crueles que ahora, este era un país muy atrasado. Las ciudades son hoy relativamente limpias, y su sociedad, más culta. Nuestra dimensión moral y política se ha transformado. Además, en la actualidad existen muchas otras fuentes de diversión".
Viajamos hasta el muy taurino barrio del Arenal de Sevilla para conocer el estado de ánimo de los implicados ante las amenazas que afrontan. A unos pasos de la plaza de la Real Maestranza tiene lugar un particular encierro. Algunas de las máximas figuras de los ruedos se reúnen durante una desapacible tarde de finales de marzo en un hotel para confeccionar su contraataque. Los componentes del llamado G-10 del toreo, al que pertenecen algunos de los protagonistas de este reportaje, debaten sobre un orden del día coordinado por el escritor y periodista Rubén Amón, asesor de la estelar cuadrilla. Es la primera convocatoria a la que asisten en pleno todos los miembros de este G-10 desde la forja del grupo, al calor de la aprobación el 28 de julio del año pasado en el Parlamento de Cataluña de la prohibición de las corridas de toros por 68 votos a favor, 55 en contra y 9 abstenciones.
Aquel fue el detonante que hizo saltar todas las alarmas de un sector históricamente desunido y desgajado en múltiples asociaciones de profesionales, ganaderos y empresarios. Con los líderes del escalafón como punta de lanza comienzan a vislumbrarse intentos de mostrar unidad y fortaleza. Así nació el G-10, resultado del paso al frente de los que visten de luces. Y así arrancó en otoño del año pasado una peregrinación de matadores a través de diferentes instancias políticas. Entre las más relevantes, los Ministerios de Interior y Cultura. A sus titulares reclaman una vieja aspiración finalmente atendida: el traspaso a este último gabinete de las escasas competencias en materia taurina que permanecen en el primero. Con el trasvase, los toreros dicen aspirar a "la implicación del sector político y empresarial, la reducción del IVA para actividades taurinas y la promoción y difusión de la Fiesta desde el Ministerio de Cultura".
En paralelo a estos movimientos, el Tribunal Constitucional admitió a trámite en noviembre un recurso del Partido Popular contra la Ley 28/2010, de 3 de agosto, aprobada en el Parlamento de Cataluña y por la que entra en vigor la prohibición de las corridas de toros a partir del 1 de enero de 2012. Ante la escalada de politización de la tauromaquia, los espadas tratan de manifestar distancia: "El toreo no es de izquierdas ni de derechas, es de todos".
Al hilo de las turbulencias, Salvador Boix, músico, periodista y apoderado de José Tomás, ausencia capital de los ruedos desde la gravísima cornada que sufrió el 24 de abril del año pasado en Aguascalientes (México) y figura que también forma parte del G-10, reflexionaba en conversación con EL PAÍS a principios de año: "La prohibición en Cataluña fue una maniobra política. En Andalucía ha fracasado una iniciativa legislativa popular semejante, y en el País Vasco ni se ha planteado. Los argumentos animalistas son muy débiles. Es difícil que prosperen sin apoyos externos, como ha ocurrido en Cataluña con el nacionalismo”.
Los toreros de mayor relumbrón han salido en defensa de sus intereses esbozando estrategias conjuntamente. Resulta imposible conocer el contenido del cónclave del G-10 celebrado en marzo en Sevilla. José María Manzanares, El Juli y Miguel Ángel Perera acceden, al menos, a conversar. La terna bien podría conformar uno de los carteles más codiciados en los cosos de postín. Entre las muchas críticas recibidas desde que decidieron aunar fuerzas se han localizado bombardeos desde las filas abolicionistas, pero también desde su propio bando.
"Al principio era chocante vernos por primera vez en un ministerio", reconoce Miguel Ángel Perera. "Y el mundo del toro, la prensa taurina", prosigue El Juli, "pecó en esos primeros pasos de impaciencia. Parecía como si en el primer día se quisiera solucionar todo". Algunos llegaron a utilizar la palabra lobby para referirse a ellos. "Al contrario, nos exponemos a que nos den bofetadas por todos lados sin ánimo de beneficio personal", responde Perera. "Estamos juntos para defender la Fiesta y nada más. Que pregunten a los empresarios si hemos presionado para que contraten a unos o a otros".
El fuego cruzado también llegó desde los propios compañeros. El francés Sebastián Castella estuvo implicado en el G-10, pero decidió retirarse y arremetió contra el grupo en una entrevista en el portal burladero.com, donde dijo que desde esa plataforma "algunos van por intereses personales". José María Manzanares no tardó en responder a Castella desde su perfil en Twitter. Hoy asegura no haber querido polemizar con el diestro francés, que aceptó la invitación de El País Semanal a aparecer en este reportaje y en el último momento prefirió no hacerlo. "Es ridículo que en un grupo de 10 se persiga el interés de uno o de dos", argumenta Manzanares. "Estamos sacrificando nuestro tiempo por el bien de la Fiesta. Si él quiere luchar por su parte, me parece perfecto. Pero que no se equivoque con nosotros".
Horas antes de la conversación con Manzanares, El Juli y Perera, el maestro retirado Luis Francisco Esplá disertaba sobre el convulso presente de la tauromaquia durante unas mesas redondas organizadas por la Asociación Taurina Parlamentaria y la Consejería andaluza de Gobernación y Justicia en la Maestranza de Sevilla. Desde allí hizo Esplá una llamada de emergencia: "Tenemos que reinterpretar la imagen del torero. La sociedad española ha cambiado. Y hay que incorporarse a ella. Nos creíamos, como Juncal, que el toreo era el ombligo del mundo". ¿Llegan tarde, por tanto, estas acciones? ¿Es posible desterrar la imagen narcisista y huraña que les persigue?
"Hemos llegado hasta esta situación por la propia dejadez del sector taurino", admite El Juli. "Hemos fallado en la comunicación. El torero es un personaje actual. El sacrificio, el esfuerzo, cómo se juega la vida en vivo y en directo... Falta mandar ese mensaje. Hemos querido encerrarnos en nuestros propios mundos y a lo mejor hacía falta lo contrario". La autocrítica sorprende. En este universo se ha pecado históricamente de autocomplacencia e inmovilismo. Y también hay silencios cómplices. Uno de los más letales quizá sea el de los partidarios de la lidia que han cedido terreno a los exponentes de la España cañí, permitiendo que se apropiaran de una raigambre cultural en aras de potenciar patriotismos exacerbados. Es lo que el filósofo Fernando Savater llama "el toro por la patria" en su libro Tauroética (Ediciones Turpial).
Si los toreros están en entredicho, más aún lo está el toro. ¿Existe una connivencia entre ganaderos, empresarios, figuras y apoderados para que el animal que salga a la plaza convierta el espectáculo en una estafa? Los diestros responden al unísono: "Hay demasiada demagogia". Perera, acostumbrado al arrimón de puerta grande, añade: "¿Qué ganadero va a querer criar animales para que no se los compren o qué torero quiere pegar un petardo cuando se anuncia?". Sin embargo, en las crónicas de hoy rebosan clamores por la falta de casta, trapío y pureza de los astados, así como denuncias de afeitados, estructuras caducas o insulsez de figuras monótonas que no conectan con los tendidos e incluso aparecen más en los programas del corazón que en los telediarios por protagonizar hazañas.
Por ahora, lo cierto es que el considerado segundo espectáculo de masas en España, por detrás del fútbol, atraviesa un año decisivo. Al margen de controversias políticas y judiciales, se acentúa el descenso de festejos mayores: de los alrededor de 2.000 que tanto el Ministerio del Interior como la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL) contabilizaban cada año en España desde mediados de la pasada década hemos pasado a los 1.487 que la UCTL registró en 2010, siguiendo una curva descendente que arrancó de 2007 a 2008 con los rigores de la Gran Recesión. Unas 200.000 personas vinculadas profesionalmente a la tauromaquia analizan con pánico estas cifras, entre ellos los trabajadores de las más de mil ganaderías de reses bravas que ocupan más de 500.000 hectáreas del territorio nacional. El presidente de la UCTL y de la Mesa del Toro, Carlos Núñez, reconoce: "Para ser ganadero en el siglo XXI será necesaria una buena gestión. Además, la crisis nos va a ayudar a ser más escrupulosos que nunca en la selección animal. Al público hay que darle un toro muy bueno en todos los sentidos. Si no, se irá de la plaza".
Para unos, todo pasa por renovarse o morir. "Estoy abierto a modificaciones", asegura el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, con dos décadas de alternativa a sus espaldas, 1.800 corridas toreadas y un dilatado liderazgo en el escalafón. "En Cataluña, ningún bando dio soluciones. Era todo o nada, pero nadie dijo: '¿Por qué no planteamos un espectáculo diferente?'. Por ejemplo, eliminando la suerte de varas o impidiendo que el toro muera. Son ideas que me da miedo exponer. Pero aunque las grandes ligas, Sevilla o Madrid, deben mantenerse, cuando llevas la Fiesta a escenarios menores a lo mejor habría que diseñar otro tipo de festejo".
"No es posible que haya en España varios reglamentos, que según la comunidad autónoma donde torees la cosa varíe. Mi espectáculo soñado sería un poquito más suelto, no tan encorsetado".Enrique Ponce también cuenta con más de dos décadas de alternativa y mantiene reservas al respecto. "La tauromaquia se puede modernizar de cara al espectador, ofreciendo comodidad, facilidades o difusión, pero la esencia de la corrida es lo que te transporta a otro tiempo. Y eso es mágico".
El sevillano Morante de la Puebla prefiere hablar directamente de rito. "Por tanto, es algo difícil de modernizar. Cuanto más atrás se vaya en el tiempo, más auténtico y más puro es. No se puede mover mucho hacia una modernidad que no sé por dónde viene". Morante, considerado como el último exponente de la magia en los ruedos, sí preferiría, en cambio, no estar tan sometido a regulaciones.
El Juli va más allá y cuestiona abiertamente el protagonismo del presidente en la plaza: "La estructura actual deja mucho que desear. El presidente es el juez, y los demás parece que van a engañarle. Él debería ayudar a que todo sea extraordinario". Y anhela, como el resto de sus compañeros, el modelo de Francia, donde su Ministerio de Cultura aprobó recientemente inscribir las corridas de toros como patrimonio inmaterial del país conforme a los criterios de la Unesco. "Allí existe una comisión que vigila que la corrida tenga las hechuras necesarias y, si algo falla, exista mayor responsabilidad directa".
Con mayores o menores ansias de "modernización", de cara al exterior todos creen en la necesidad de asumir el compromiso de difundir su oficio. "Parte de los que no están de acuerdo con el toreo argumentan desde el desconocimiento, aunque también hay gente consciente de lo que quiere y de lo que dice", apunta Cayetano Rivera Ordóñez, descendiente de las dinastías más ilustres de los ruedos. Manzanares, El Juli y Perera son partidarios de invitar a los antitaurinos "a enseñarles el mundo real del toro bravo", mientras que el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza considera fundamental "abrir una mesa de negociación con ese sector de la sociedad que sí es amante de los animales".
Leonardo Anselmi, promotor de la iniciativa legislativa popular auspiciada desde la plataforma animalista PROU! que propició el debate de la prohibición taurina en el Parlamento catalán, pronuncia una respuesta para todos ellos desde Ecuador. Allí participa en la elaboración de propuestas contra las corridas de toros que se fraguan en varios países de América Latina: "Hoy regalan orejas y rabos en muchas plazas; sigue habiendo afeitado y toreros que no se animan con cualquier toro; los animales vienen lentos, gordos, y en pocos años han cambiado su fisonomía. ¿Qué quieren mostrarnos? ¿La decadencia de una industria que se arrastra por los pasillos de la Administración pidiendo limosna? ¿Así quieren acabar con esto, dando pena? Si fuera aficionado, sentiría vergüenza".
A pesar de todo, siguen surgiendo valores que sueñan con convertirse en toreros. Entre ellos está el novillero salmantino Juan del Álamo, hijo de un albañil y un ama de casa. "Lo he mamao desde pequeñito: mi padre tenía afición, y mi hermano era novillero". En el caso del segoviano Víctor Barrio, lo suyo es "devoción desde la infancia hacia las figuras y el colorido de la Fiesta ". Con 20 años, estudios y un puesto de encargado de un campo de golf, decidió dejarlo todo por la ilusión de su vida. "Uno tiene que luchar por lo que quiere".
Tienen páginas web personales, alimentan perfiles en Twitter o Facebook y reclaman mayor presencia pública. "Y salir más en los telediarios; nos sentimos marginados respecto de otras artes", insisten Manzanares, Perera y El Juli. Parecen dispuestos a afrontar los avatares del presente. ¿Pero tiene futuro la tauromaquia en España? Para el filósofo Jesús Mosterín, "no tiene ningún futuro a largo plazo: este tipo de actividad pertenece a los asuntos que están en decadencia. Calculo que en aproximadamente veinte años se habrá prohibido totalmente en toda España".
Antes de despedirse y estrechar con fuerza sus manos, una de ellas reconstruida en quirófano tras múltiples complicaciones de un percance con la espada, José María Manzanares para en seco, toma colocación y distancia y despliega un último lance con aroma de plegaria: "La tauromaquia tiene hoy más futuro que nunca".
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