Suena
su apellido como un eco de verónicas faraónicas. Esta novillera cordobesa de 19
años debuta este domingo con picadores en Vistalegre. Compagina su vocación con
la carrera de enfermería.
ZABALA DE
LA SERNA
Diario EL
MUNDO de Madrid
Cuando Rocío Romero soñaba con aros en el cielo,
cintas en el suelo y días de gloria en la gimnasia rítmica, ya educaba su
cuerpo, sin saberlo, para el toreo. ¿Qué es el toreo sino ritmo y expresión? En
Córdoba, su cuna, Córdoba la sultana, ya iba a la feria desde que era muy
pequeña, «chica, chica, chica». Y en los veranos, el pueblo del padre, Dos
Torres, ardía en fiestas y juegos de vaquillas berlanguianas; la fiesta taurina
bajo el sol de ferragosto se convirtió en el caldo de cultivo de la pasión de
Rocío. Allí dio el primer paso, el primer pase, recién cumplidos los 13 años: «Estaba
en el tendido viendo una charlotá y echaron una becerrita. Salté de espontánea,
cogí una muleta que había por ahí y me di cuenta que eso era lo que de verdad
me hacía feliz. Siempre he sentido que tengo algo dentro que quiero sacar. En
la gimnasia ya había encontrado la vía de escape para esos sentimientos...
Hasta que delante de aquella becerra salió todo lo que yo sentía».
La reacción en casa fue en plan mira qué mona la
niña lo que hace. Como si aún fuesen los vuelos de las acrobacias los que templaba
y no los del capote. La afición taurómaca del padre henchida de orgullo y la
percepción amable de la madre dieron paso a la preocupación lógica cuando
Romero -suena su apellido como un eco de verónicas faraónicas- emprendió el
camino de la Escuela de Tauromaquia. Ahora, a sus 19 años, la víspera de su
debut con picadores, este domingo en Vistalegre, ya saben que va en serio:
«Ella, mi madre, sí que pasa miedo. Mi padre, como es aficionado, lo vive de
otra forma».
Rocío Romero ha pasado las últimas tres temporadas
como novillera sin caballos. Siente la preparación del rodaje a punto, los
objetivos cumplidos, los triunfos de la Maestranza y la plaza de Los Califas
-«Sevilla es otro mundo y Córdoba es mi tierra»- como recuerdos vivos en el
esportón. Presentarse a las puertas de Madrid, siendo Madrid de algún modo pero
con otro latido, es una responsabilidad. «Aunque no sea Las Ventas» -razona la
cordobesa-, «estás en Madrid. Me ilusiona. Es bonito. Ojalá que salga todo
bien. Este tiempo me ha servido para acumular fechas y vivencias inolvidables.
Como cuando gané el Bolsín de Ledesma el año pasado».
Para definir su concepto y referir los espejos de
su inspiración, se retrata a sí misma. Pues parece que funciona aquello de que
se torea como se es: «Soy muy transparente. Me gusta hacer las cosas de
corazón. Si hago algo es porque lo siento. Intento torear como soy. Con el
alma. Expresar fuera lo que llevo dentro. Como aficionada me gusta muchísimo
Finito de Córdoba y el maestro Morante. Pero no quiero parecerme a ellos.
Quiero ser yo. Ser fiel a mi propia personalidad».
En un mundo de hombres, el del toro como todos o
más que todos, Cristina Sánchez fue la mujer que más lejos subió. Una senda
desbrozada que a Rocío Romero le gustaría seguir por motivos estrictamente
profesionales más que por empatía de género, «por donde ha llegado, por tomar
la alternativa y confirmarla, por haber triunfado, por cómo ha funcionado. Su
ejemplo como torero me vale más que por el hecho de ser mujer. Esto no es ni de
hombres ni de mujeres, es de toreros».
¿De verdad no cree que por su sexo haya barreras
más altas que franquear? «Yo no las he sentido. Sí habrá gente que tenga sus
prejucios. Existe esa barrerita. Pero se rompe fácil cuando te ven torear,
cuando te pones delante del toro igual que el resto. Esto es un mundo muy
difícil, ya seas hombre o mujer», dice la novillera aspirante. En medio de la
vorágine del movimiento #MeToo, Rocío Romero reniega de las etiquetas sin
renunciar a la igualdad en la que cree. Como si fuera una cuestión de fe la que
sostiene la lucidez de su palabra.
Piensa rápido y torea despacio. Y viaja. Y
estudia. Ya cursa segundo de enfermería. «Me ayuda y me despeja. Es importante
estudiar. Poco a poco voy sacándome la carrera», concluye la mujer que ya
espera al toro en los altos de Carabanchel.
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