CARLOS RUIZ
VILLASUSO
Es absolutamente absurdo tener un discurso sobre
la necesidad de sorpresa y de novedades para el toreo y sus carteles, con la
práctica real de cerrar los carteles con casi medio año de antelación. Lo peor
es que, detrás de este absurdo, hay una perezosa práctica que lleva al toreo al
límite de su contradicción. Un ejemplo: el venezolano Jesús Enrique Colombo.
Salen los carteles de aquí, de allá, y no aparece en ninguno. Ni un pitón. Y
entonces hago las siguientes preguntas...
Me pasan la feria de Burgos de la que aún era
supuesta empresa ganadora. En febrero, una feria cerrada para una plaza que en
ese momento ni tiene empresa aún y que se anunciará para junio. O sea, que
desde el invierno hasta junio, suceda lo que suceda, haya o no novedades,
triunfos gordos en Fallas, Sevilla o Madrid, las ferias se cierran ahora. O
sea, que estamos ante la suma siguiente: por una parte hay que tener en cuenta
que hay que cerrar carteles ya mismo con las figuras. De acuerdo. Y por otro,
que hay que cerrar ferias como manden los pliegos de condiciones. Y entonces,
pregunto: ¿Qué dejamos para lo bueno, para la sorpresa, para el esfuerzo de
cada día? Nada.
Es absolutamente absurdo tener un discurso sobre
la necesidad de sorpresa y de novedades para el toreo y sus carteles, con la
práctica real de cerrar los carteles con casi medio año de antelación. Lo peor
es que, detrás de este absurdo, hay una perezosa práctica que lleva al toreo al
límite de su contradicción. Un ejemplo: el venezolano Jesús Enrique Colombo.
Salen los carteles de aquí, de allá, y no aparece en ninguno. Ni un pitón. Y
entonces hago las siguientes preguntas:
¿Todos los titulares del año pasado sobre este
torero son mentira? ¿Todos sus triunfos y actuaciones son mentira? ¿Todas sus
cornadas son mentira? ¿Todo eso de su liderazgo en el escalafón de novilleros,
en el que sacó a barrer su escoba, son mentira? Porque, si fueran verdad,
resultaría que el toreo no es ni va a ser ya, jamás, ese lugar natural único en
el que el esfuerzo y los valores en la arena servían de algo a un hombre. Esa
recompensa que dotaba al torero de la justicia natural que ya no tiene.
Colombo, este año, se la juega en Madrid. Se la
juega a que le pongan medio bien a precio de saldo y bajo mínimos (como
confirma pues abre cartel y así tiene alguna chance de ir en una buena tarde) y
rezar para que el asunto salga muy, muy bien. Vamos, que o le corta dos orejas
a un toro o no le sirve de nada. Y aun así, no se sabe si le va a servir,
depende. Y eso le puede suceder a cualquier novillero que se la juegue todas
las tardes de un año, porque la confección de los carteles ya no guarda el
respeto a eso que el toreo siempre premió: los valores de un hombre nuevo en
las plazas.
Hay demasiados cambios de cromos, de nombres y de
intereses. Y eso, que tiene su lógica empresarial, que ha sucedido casi
siempre, jamás había llegado a tener tanta imposición en los carteles que se
anuncian. Como ahora, jamás. Por tanto, ese discurso diario de medios de
comunicación, de taurinos en coloquios, etc… relativo a premiar a las novedades
con esfuerzo y valía contrastados, es un discurso falso. Es una mentira nada
piadosa. Colombo y los casos similares, no reciben ese premio. Reciben un cara
o cruz en Madrid que, si le sale bien, tendrá ya rentabilidad para el año siguiente,
porque las ferias, en junio, están cerradas.
¿Hay alguien que pueda afirmar que todo lo escrito
en los párrafos anteriores no es una descripción de nuestra realidad? Hay un
sentido de lo justo que si lo perdemos estamos perdiendo el respeto a lo que ha
sido el toreo toda la vida. No solo se maltrata económicamente al novillero, al
que se le obliga a ser profesional y a acumular deudas. Sino que si se la juega
y triunfa, no le vamos a dar su justo chance. Eso no es el toreo. Eso es la
perversión de los valores del toreo. Hay que ponerlos. Y hay que ponerlos para
que el público y el aficionado decida sí o no sobre él. Y que sean su talento y
su valor los que le lleven al fracaso o al éxito.
Que decida el público y el aficionado y no esa
forma de hacer carteles en los cuarteles de invierno. Si a los adolescentes que
quieren ser toreros los metemos en una escuela, les hacemos iguales, les
vestimos iguales, les desarrollamos iguales y si, a pesar de todo, a alguno le
da por salirse de la norma y sacar la escoba con sus cojones o su arte, y no
somos capaces de ponerlo mejor por si acaso, aunque sea solo por si acaso, el
toreo lo tiene jodido. De momento, el discurso sobre los valores y el esfuerzo
es una pantomima. / Redacción APLAUSOS.ES
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