JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
Cerró la temporada colombiana el domingo pasado,
en la Santamaría. Era ya noche, hacía frío. Los toreros, ambos triunfadores,
abandonaron sin triunfo la plaza. Primero El Juli en ambulancia y luego, tras
lidiar solitario los dos últimos toros, Luis Bolívar muy serio abriéndose paso
entre la multitud que se agolpaba frente a la puerta de cuadrillas.
En el patio de caballos, me despedí de Felipe
Negret, quien tenía un aire distendido, de misión cumplida. Bajé hacia el hotel
Ibis a esperar que una vez levantado el cerco de seguridad el taxi pudiera
recogerme para ir al aeropuerto y tomar el vuelo de las nueve y veinticinco a
Cali. En el lobby, gente de toros muy animada y algunos turistas no taurinos
que observaban curiosos desde las poltronas ese pintoresco espectáculo no
incluido en el tour.
Entre saludos, comentarios y adioses era difícil
pensar en las muchas cosas en que había que pensar. La intensa corrida que
acababa de vivir, la feria bogotana completa con sus seis festejos, todo el
circuito nacional, desde la prefería en Manizales…, muchas cosas.
Ya en el avión, cavilando entre dos señoras adormiladas,
me dije que quizás lo más importante había sido que Bogotá pudo dar otra vez
corridas, las de “La Libertad”. No en libertad cierto, pues esta como el
embarazo es total o no es, pero las dio. Pese y gracias al eficaz dispositivo
policial que contuvo la marea de odio a cuadras de la plaza.
No hubo barbarie, agresiones físicas ni tragedias.
No porque no hubiese intenciones, que las hubo, que las hay, sino porque las
fuerzas del orden, mantuvieron el orden. Ese acuerdo elemental, casi zoológico,
de la civilización; “mi libertad llega hasta donde comienza la de los demás”.
Cuanta vergüenza y dolor señor alcalde nos habríamos ahorrados de haberlo
recordado hace un año como se lo recordamos.
Se acabó la temporada, sí, y durante los próximos
meses el toro ya no luchará honorablemente, cara a cara por su vida en este
ruedo sagrado, quedará expuesto, pasivo, inconsulto en otro ruedo más prosaico,
el político, a la exterminación (legislativa) de su especie.
Un ruedo muy hostil dónde, por ejemplo, la mayoría
de los candidatos a la presidencia de la república se han declarado
prohibicionistas. Hasta el converso antitaurino del partido liberal (el de las
libertades).
No hay comentarios:
Publicar un comentario