La
fiesta de los toros adolece de tradicionalismo y está necesitada de giros en el
guion.
ANTONIO
LORCA
Diario EL
PAÍS de Madrid
Fotos: Anibal Garcia Soteldo - EFE
La fiesta de los toros está enferma de papanatismo
(admiración excesiva), secretismo (ausencia de transparencia), despotismo
(abuso de superioridad), mafia (defensa de intereses sin escrúpulos)… (y miedo,
también, mucho miedo de los toreros fuera del ruedo).
Dicho así, a bote pronto, suena como muy fuerte, y
hasta poco elegante; casi como una desfachatez en estos tiempos buenistas que
corren.
Pero como la opinión es libre, habrá que permitir
que alguien saque los pies del tiesto y suelte una boutade a la que,
ciertamente, la tauromaquia no está habituada.
Pongamos que hablamos de la fiesta de los toros en
el siglo XXI; refirámonos, por ejemplo, a Sevilla, la Feria de Abril, uno de
los dos ciclos taurinos más importantes del mundo. Pero hagámoslo por la cercanía
en el tiempo, —los carteles se presentaron el pasado lunes—, pues lo que ocurre
en este sur se mimetiza en todo el orbe taurino.
Las ferias las diseñan las figuras, que son las que de verdad
mandan en la fiesta.
Se anuncian, he ahí, 15 corridas de toros,
confeccionadas con los mismos criterios de siempre, con abundancia de figuras
que huelen a naftalina, y ganaderías tan ennoblecidas que suelen transmitir más
ternura que respeto. Carteles remataos, se dice en el argot, como un
justificable y vacío eufemismo de ternas acomodadas, cansadas de fracasar en
tardes ya olvidadas y desesperantes a la búsqueda infructuosa de un colaborador
artístico de capa negra y santas intenciones. Ni una sola novedad, ni un solo
giro en el guion establecido, ni una gesta, ni una sola sorpresa… Carteles de
siempre, que cada año, a la vista está, atraen a menos espectadores…
¿Alguien protesta? No, por Dios; son carteles de
los que siempre han gustado en Sevilla. Carteles de arte, del ‘¡bien…! más que
del ¡ole!', de la sonrisa complaciente más que de la emoción desbordante. Pero
ahí queda en el desierto la máxima de Ortega (y Gasset): “El día que la
estética prevalezca sobre la épica, la fiesta se habrá acabado”. En fin, que
Sevilla sufre en el caso taurino, como en tantos otros, un papanatismo
preocupante.
Pregunte, pregunte lo que desee, y tenga la
seguridad de que solo encontrará medias verdades. ¿Por qué no viene Paco Ureña?
(valga el ejemplo), ‘porque se le ofreció una buena corrida y prefería otra’.
Ah! Pero… No, no hay más explicación. Y vas y le preguntas al torero y prefiere
no responder. Rumorea twiter que la clave es que le han ofrecido menos dinero
que en 2016, pero mejor no volver a preguntar porque la incógnita se evanescerá
sin respuesta. ¿Y la ausencia de Rafaelillo? Silencio. Se dice entre bastidores
que pidió 30.000 euros por matar la corrida de Miura, y le han respondido con
un lacónico ‘¡vamos, hombre…! El propio mentor de Cayetano, otro ausente, ha
afirmado que a su torero le ofrecieron cuatro o cinco corridas, pero no la que
él soñaba. ¿Cuáles? ¿Cuál? Nunca se sabrá.
El empresario -este o cualquier otro- no cuenta la
verdad, los toreros guardan silencio, se esquivan cuestiones candentes… de modo
que no te enteras de nada. Y de dinero, ni hablamos. Secreto de estado. Es de
mal gusto. Y se supone que el cliente tiene derecho a saber por qué un tendido
en la Maestranza cuesta un riñón. Secretismo total.
Jesús Enrique Colombo, la gran revelación del año pasado, no
figura en los primeros carteles.
Es evidente, además, que las ferias -la de
Sevilla, también- la diseñan las figuras, que son las que, de verdad, mandan en
la fiesta. Pero figura no es solo el torero reconocido por la mayoría, sino
aquel que está apoyado por una empresa influyente. Empresas y figuras hacen y
deshacen carteles, acuden con sus toros de la mano, dejan fuera a los
compañeros incómodos, —nadie pregunta a los clientes—, y defienden en exclusiva
sus intereses. ¿No son muchas cuatro corridas en el abono sevillano para Roca
Rey y Manzanares? Pudiera ser, pero es que el primero está apoderado por la
empresa Pagés y el otro por el todopoderoso Matilla. ¡Ahora se entiende…!
Jesús Enrique Colombo es un novísimo matador de
toros que el año pasado, aún novillero, fue el triunfador absoluto en Madrid y
en todas las plazas en las que actuó. Pues no está ni en Castellón, ni en
Valencia, ni en Sevilla. ¡Y lo apodera Juan Ruiz Palomares, el hombre que
gestiona la carrera de Enrique Ponce! Caso parecido es el de Juan de Álamo,
triunfador en San Isidro 2017 y ausente, también, de las primeras ferias. ¿Por
qué? No se sabe. La justicia no es un valor consustancial a la fiesta de los
toros.
Colombo y Del Álamo, triunfadores en 2017, no aparecen en las
primeras ferias.
La Feria de Sevilla es un claro ejemplo -no el
único, claro- de abuso de autoridad (despotismo) de las empresas y figuras.
Todos ellos ofrecen, por cierto, una deprimente
imagen; parece que actúan convencidos de que el negocio se acaba y hay que
recoger las últimas migajas. Parecen hacerlo de espaldas a la modernidad, a los
intereses de los clientes, con las mismas fórmulas de siempre, a pesar de las
luces de alarma que indican peligro de desaparición. Desprecian al toro y a los
que pasan por taquilla; por eso, escasean la bravura y la fortaleza, y cada vez
luce más el cemento en las plazas. Coge el dinero y corre, parece ser el
mensaje. En fin, que componen un grupo extraño -muy extraño- que tiene sentido
mientras existan antitaurinos y animalistas a los que culpar de la depauperada
situación de la tauromaquia.
Y unas perlas finales:
La primera:
A veces, muchas veces, hablar con una figura de
toreo es tarea imposible. Pero, ¿no habíamos quedado en que hay que enseñar la
tauromaquia? Y si consigues hablar, la evasiva constante es la protagonista del
diálogo, lugares comunes, balones fuera… Y constatas el miedo a la sinceridad
para no molestar. “Entiende, por favor, que yo no quiera entrar en esos temas”.
Y te lo dice un héroe al que has visto jugarse la vida ante dos pitones como
puñales, y resulta que se empequeñece cuando piensa en un empresario de medio
pelo. Y te convences, claro está, de que algo no funciona.
Y la segunda:
La tradición, la maldita tradición… Esa ley no
escrita, pero taladrada en las conciencias de tantos taurinos… ¡No hay nada que
cambiar, porque las cosas siempre se han hecho así! Pero el mundo sigue adelante, evoluciona, cambia y
exige nuevos planteamientos que no llegan.
Mientras tanto,… el papanatismo, el secretismo, el
absolutismo y la mafia seguirán mandando en la tauromaquia moderna.
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