domingo, 18 de febrero de 2018

Papanatismo, secretismo, despotismo y mafia en la tauromaquia moderna

La fiesta de los toros adolece de tradicionalismo y está necesitada de giros en el guion.
 
ANTONIO LORCA
Diario EL PAÍS de Madrid
Fotos: Anibal Garcia Soteldo - EFE

La fiesta de los toros está enferma de papanatismo (admiración excesiva), secretismo (ausencia de transparencia), despotismo (abuso de superioridad), mafia (defensa de intereses sin escrúpulos)… (y miedo, también, mucho miedo de los toreros fuera del ruedo).

Dicho así, a bote pronto, suena como muy fuerte, y hasta poco elegante; casi como una desfachatez en estos tiempos buenistas que corren.

Pero como la opinión es libre, habrá que permitir que alguien saque los pies del tiesto y suelte una boutade a la que, ciertamente, la tauromaquia no está habituada.

Pongamos que hablamos de la fiesta de los toros en el siglo XXI; refirámonos, por ejemplo, a Sevilla, la Feria de Abril, uno de los dos ciclos taurinos más importantes del mundo. Pero hagámoslo por la cercanía en el tiempo, —los carteles se presentaron el pasado lunes—, pues lo que ocurre en este sur se mimetiza en todo el orbe taurino.

Las ferias las diseñan las figuras, que son las que de verdad mandan en la fiesta.

Se anuncian, he ahí, 15 corridas de toros, confeccionadas con los mismos criterios de siempre, con abundancia de figuras que huelen a naftalina, y ganaderías tan ennoblecidas que suelen transmitir más ternura que respeto. Carteles remataos, se dice en el argot, como un justificable y vacío eufemismo de ternas acomodadas, cansadas de fracasar en tardes ya olvidadas y desesperantes a la búsqueda infructuosa de un colaborador artístico de capa negra y santas intenciones. Ni una sola novedad, ni un solo giro en el guion establecido, ni una gesta, ni una sola sorpresa… Carteles de siempre, que cada año, a la vista está, atraen a menos espectadores…

¿Alguien protesta? No, por Dios; son carteles de los que siempre han gustado en Sevilla. Carteles de arte, del ‘¡bien…! más que del ¡ole!', de la sonrisa complaciente más que de la emoción desbordante. Pero ahí queda en el desierto la máxima de Ortega (y Gasset): “El día que la estética prevalezca sobre la épica, la fiesta se habrá acabado”. En fin, que Sevilla sufre en el caso taurino, como en tantos otros, un papanatismo preocupante.

Pregunte, pregunte lo que desee, y tenga la seguridad de que solo encontrará medias verdades. ¿Por qué no viene Paco Ureña? (valga el ejemplo), ‘porque se le ofreció una buena corrida y prefería otra’. Ah! Pero… No, no hay más explicación. Y vas y le preguntas al torero y prefiere no responder. Rumorea twiter que la clave es que le han ofrecido menos dinero que en 2016, pero mejor no volver a preguntar porque la incógnita se evanescerá sin respuesta. ¿Y la ausencia de Rafaelillo? Silencio. Se dice entre bastidores que pidió 30.000 euros por matar la corrida de Miura, y le han respondido con un lacónico ‘¡vamos, hombre…! El propio mentor de Cayetano, otro ausente, ha afirmado que a su torero le ofrecieron cuatro o cinco corridas, pero no la que él soñaba. ¿Cuáles? ¿Cuál? Nunca se sabrá.

El empresario -este o cualquier otro- no cuenta la verdad, los toreros guardan silencio, se esquivan cuestiones candentes… de modo que no te enteras de nada. Y de dinero, ni hablamos. Secreto de estado. Es de mal gusto. Y se supone que el cliente tiene derecho a saber por qué un tendido en la Maestranza cuesta un riñón. Secretismo total.

Jesús Enrique Colombo, la gran revelación del año pasado, no figura en los primeros carteles.

Es evidente, además, que las ferias -la de Sevilla, también- la diseñan las figuras, que son las que, de verdad, mandan en la fiesta. Pero figura no es solo el torero reconocido por la mayoría, sino aquel que está apoyado por una empresa influyente. Empresas y figuras hacen y deshacen carteles, acuden con sus toros de la mano, dejan fuera a los compañeros incómodos, —nadie pregunta a los clientes—, y defienden en exclusiva sus intereses. ¿No son muchas cuatro corridas en el abono sevillano para Roca Rey y Manzanares? Pudiera ser, pero es que el primero está apoderado por la empresa Pagés y el otro por el todopoderoso Matilla. ¡Ahora se entiende…!

Jesús Enrique Colombo es un novísimo matador de toros que el año pasado, aún novillero, fue el triunfador absoluto en Madrid y en todas las plazas en las que actuó. Pues no está ni en Castellón, ni en Valencia, ni en Sevilla. ¡Y lo apodera Juan Ruiz Palomares, el hombre que gestiona la carrera de Enrique Ponce! Caso parecido es el de Juan de Álamo, triunfador en San Isidro 2017 y ausente, también, de las primeras ferias. ¿Por qué? No se sabe. La justicia no es un valor consustancial a la fiesta de los toros.

Colombo y Del Álamo, triunfadores en 2017, no aparecen en las primeras ferias.

La Feria de Sevilla es un claro ejemplo -no el único, claro- de abuso de autoridad (despotismo) de las empresas y figuras.

Todos ellos ofrecen, por cierto, una deprimente imagen; parece que actúan convencidos de que el negocio se acaba y hay que recoger las últimas migajas. Parecen hacerlo de espaldas a la modernidad, a los intereses de los clientes, con las mismas fórmulas de siempre, a pesar de las luces de alarma que indican peligro de desaparición. Desprecian al toro y a los que pasan por taquilla; por eso, escasean la bravura y la fortaleza, y cada vez luce más el cemento en las plazas. Coge el dinero y corre, parece ser el mensaje. En fin, que componen un grupo extraño -muy extraño- que tiene sentido mientras existan antitaurinos y animalistas a los que culpar de la depauperada situación de la tauromaquia.

Y unas perlas finales:

La primera:

A veces, muchas veces, hablar con una figura de toreo es tarea imposible. Pero, ¿no habíamos quedado en que hay que enseñar la tauromaquia? Y si consigues hablar, la evasiva constante es la protagonista del diálogo, lugares comunes, balones fuera… Y constatas el miedo a la sinceridad para no molestar. “Entiende, por favor, que yo no quiera entrar en esos temas”. Y te lo dice un héroe al que has visto jugarse la vida ante dos pitones como puñales, y resulta que se empequeñece cuando piensa en un empresario de medio pelo. Y te convences, claro está, de que algo no funciona.

Y la segunda:

La tradición, la maldita tradición… Esa ley no escrita, pero taladrada en las conciencias de tantos taurinos… ¡No hay nada que cambiar, porque las cosas siempre se han hecho así! Pero  el mundo sigue adelante, evoluciona, cambia y exige nuevos planteamientos que no llegan.

Mientras tanto,… el papanatismo, el secretismo, el absolutismo y la mafia seguirán mandando en la tauromaquia moderna.

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