sábado, 2 de abril de 2011

FERIA DE LA MAGDALENA EN CASTELLÓN – TERCERA CORRIDA DE ABONO: Bella pero deslucida corrida de Lagunajanda

Un notable cuarto no basta para equilibrar la balanza. Dos toros de genio, dos mansitos sin fondo y uno bueno pero aplomado. El Cid, afortunado en el sorteo, cumple con fe.

Tarde de poco contenido, ante la escasa presencia de los toros lidiados de Lagunajanda, ayer en la tercera corrida de la Feria de la Magdalena. Foto: EFE

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Lagunajanda (María Domecq). El sexto, sobrero. De buenas y variadas hechuras, en tipo los seis. Dio buen juego un noble cuarto de bello ritmo. Se aplomó el primero, que tuvo fijeza. Muy violentos tercero y quinto; repuso un flojo segundo; no tuvo fijeza ni gas ni entrega el sobrero. Se oyeron pitos durante la lidia de los dos últimos, y por los toros iban las protestas.
El Cid, de malva y oro, saludos y vuelta. Sebastián Castella, de azul pavo y blancos con oro, saludos y silencio. Miguel Ángel Perera, de azul cobalto y oro, silencio en los dos.
Viernes, 1 de abril de 2011. Castellón. 5ª de feria. Más de tres cuartos. Primaveral.

BARQUERITO

LA CORRIDA tuvo dos mitades asimétricas: una primera de cuatro toros, los cuatro primeros, y con un cuarto de particular bondad y rico ritmo; y una segunda que entró repentinamente en barrena y se encontró a la gente cruzada e indispuesta. Esa segunda mitad fue de tres toros y no dos, pues el sexto, muy bien rematado, pareció frenarse y acalambrarse en los primeros compases, y renqueó después de tres capotazos de mera toma. Una bronca creciente precipitó su devolución. El sobrero, suelto y sin fijeza, muy a su aire, enterró los pitones, pareció reventarse, resucitó y sacó aire manso como los toros que pegan perdigonazos.

El quinto de corrida tenía las mejores hechuras probables del prototipo de toro juampedro y, por tanto, el aire antiguo de lo de Salvador Domecq, que era justamente la ganadería que se estaba lidiando aquí y ahora. Con el nombre de Lagunajanda, que es una de las tres particiones del legado de don Salvador.  Pese a su prometedora estampa, el toro no hizo a la hora de pelear otra cosa que pegar cabezazos y trallazos. Castella le consintió sin apenas inmutarse, pero en ese momento fue como si tocara fondo el festejo. Ya no remontó. Se sentía un runrún de fatiga y desinterés, y Perera debió de sentirlo en carne propia. El sobrero tuvo aire incierto y, aunque no fiereza, tampoco invitaba a nada. De manera que esos dos toros y pico de la segunda parte dejaron mal sabor de boca y sensación de cosa gastada, aburrida, vista y sabida.

En la otra mitad las cosas fueron sustancialmente distintas. El primer toro de la tarde, burraco bien cortado, remangado de palas, serio, se aplomó después de picado, se avivó con las banderillas y resultó manejable. De poca vida, pero la tuvo. El Cid le quitó en el tanteo una cuarta parte de los viajes que llevaba el toro dentro. Dos tandas en redondo y en los medios se comieron dos cuartas partes más. La otra se esfumó en las bagatelas propias de las faenas que de repente se desinflan. Media estocada tendida soltando El Cid el engaño, dos descabellos. Todavía estaba fría la gente pero tratable. Sacaron a saludar a El Cid a la boca del burladero.

El segundo de corrida, más terciado y menos ofensivo que el primero, fue un toro trampa. Las fuerzas justas, y perdió las manos y claudicó en un par de empeños; ligeramente reservón, adelantó por las dos manos. Ni la breve traca de la mascletá de las 6 de la tarde lo despabilaba. Castella se puso por las dos manos, y se quedó quieto, pero la fe en el toro era la justa, y eso se notó. Una estocada caída. Ese fue el primer traspié de la corrida.

Enseguida llegó, pero de otra manera, el siguiente. Un tercer toro tocado y engatillado, un punto acaballadito, colorado y lustroso, que se puso brusco después de sangrar. Se recostó en el caballo de pica. Perera se ajustó en lindos delantales pero ya antes de la primera y única vara sufrió un desarme. Porque el toro tenía su genio. Después de volver el caballo a cuadras, Perera salió a quitar y citó de largo. En el primer intento se le vino el toro violento y cruzado, y lo desarmó; en un segundo intento pasó exactamente lo mismo. Como es terco, Perera lo intentó por tercera vez y ahora sí se trajo al toro y lo vació, en un quite mixto –chicuelinas y tafalleras- rematado con revolera cumplida. Pero se puso a escarbar el toro después de banderillas y, luego, sacó el genio de los cabezazos y los topetazos. Perera consintió, incluso sacó con la zurda algún muletazo bueno, hasta que, sin previo aviso, el toro se rajó de manso y buscó tablas. Una estocada corta.

El cuarto, colorado ojo de perdiz, bajo de agujas, ancho y relleno, fue la golosina perdida en el reparto. Tomó por los vuelos el capote de El Cid en  tres lances arrebatados que acabaron con desarme; volvió a venirse plácido en un quite y de largo se vino a dulce y pronto galope a la muleta en cite de largo y sin pruebas, tan de El Cid. Cuatro tandas en redondo. El Cid abrió bastante al toro, le perdió pasos por sujetarlo y acabó toreando a suerte descargada en muletazos largos, lineales, seguros. Bravo el dibujo de los cambiados cuando El Cid se echó el toro por delante. Faltó mano izquierda. En todos los sentidos. Una estocada desprendida. Se pidió la oreja con más ruido que pañuelos. Se puso estrecho el palco.

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