El torero de Utrera, templado y clásico, no acierta ni se atreve con la espada y malogra dos faenas de calidad. Noble pero apagada corrida de Valdefresno de Scamandre.
El mexicano Israel Téllez ha cortado una oreja, hoy, en la matinal de la feria francesa de Arles. Foto: EFE |
BARQUERITO
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Scamandre (Olivier Riboulet). El sexto, jugado de sobrero. Corrida cinqueña, algo embastecida, con el pelo del invierno. Fueron muy nobles todos y todos tuvieron fijeza. Pero los seis salieron tardos y antes o después se aplomaron. Aplaudidos de salida y en arrastre cuatro de los seis.
Luis Vilches, de vede manzana y oro, saludos tras aviso y silencio tras aviso. Israel Téllez, de malva y oro, silencio y oreja tras un aviso. Marco Leal, de carmesí y oro, silencio y vuelta.
Domingo, 24 de abril de 2011. Arles. Francia. 4ª de la feria de Pascua. Matinal. Nubes y claros. 3.000 personas.
DOS HORAS Y MEDIA duró la corrida matinal del domingo de Pascua. Nunca se sabrá por qué. Luis Vilches toreó con verdadera categoría –temple, gusto, asiento, pureza- pero se pasó de faena en los dos turnos. Con los dos toros más nobles, pero no más prontos de la corrida cinqueña de lisardos de Olivier Riboulet. Del hierro francés de Scamandre: sangres –vacas y sementales- de Valdefresno. Cuajo, rizos, seriedad, nobleza. Brava en el caballo, pero corrida aplomada y, por tanto, de toros tardos. No culpéis al toro que tarda: el tiempo se fue y despilfarró en gratuitas ceremonias de parsimonia.
Vilches estuvo a gusto y gastó su tiempo por eso: porque le apetecía estar delante del toro. El lunes de Pascua está anunciado en Sevilla con la del Conde de la Maza. Había que ponerse por y para eso. Prepararse, hacer provisión. Es buen torero Vilches: da gusto verlo predicar en la casuística clásica del toreo de Sevilla. Los engaños pequeños y planchados, los enganches sutiles, el viaje mecido y acompasado, el remate tan delicado de muletazo, la ligazón sin pajareo, la suavidad. Para un ganadero es un torero perfecto: sabe ponerse y estarse, no pega latigazos, no pone trampas a los toros. Les pega muchas voces, demasiados gritos.
Los dos toros más nobles de la corrida de Riboulet cayeron en sus manos y ésa fue la suerte de los toros, que, mecidos, duraron y resistieron. Con embestidas al paso primero; más francas después. A la corrida, rizada, con ese rudo disfraz y con la pelliza badanuda de los atanasios, le faltó motor. Los ganaderos, sin embargo, cubren etapas. Y este Riboulet de Scamadre ha logrado, de momento, dos cosas: fijeza y nobleza. El toro que mejor apuntó de partida, el sexto, metió la mano en un hoyo y se lesionó. Es el cuarto que se rompe en el piso del anfiteatro en lo que va de feria. Mal regado, sequísimo y duro el suelo.
Parte del polvo lo levantaron los toros en sus ataques. Parte, los toreros. Pero no Luis Vilches, que sabe posarse sin ruido como los pájaros cantores sobre las ramas de los álamos o los cedros. La cara alta el primero de los escamandres –atanasios de Saint Gilles en la Provenza- y demasiado despaciosa la embestida del cuarto, que apenas empujó. Un gusto ver al torero de Utrera tan a compás. No es fácil torear así de bien. Diez años de alternativa acaba de cumplir Vilches, que un día toreó perfecto un toro de Victorino en Sevilla, pero no lo mató, y un verano de nocturnas en la plaza de Madrid demostró que el temple es, en él, don natural.
El penúltimo matador de la dinastía de los Leal –almerienses transterrados a Arles después de la Guerra de España, la del 36- se llama Marco, tomó la alternativa aquí mismo hace un año. Y desde entonces. Traza y estampa de atleta germano, no el aura agitanada de los Leal de pura sangre sin mezcla. Torero esforzado, voluntarioso, tesonero. Pero él se llevó casi una hora de esas dos y media de festejo que de pronto reventaba en las sienes como el sol que se fue sembrando en las sienes y el sombrero de paja de Van Gohg, que hace un siglo pintó de Arles la luz y los cielos del día y de la noche sin dejarse cegar por ellos. Banderillero atleta, lidiador enviciado con capotazos injustificables, muletero tosco. Valiente con un sobrero playero nobilísimo. Pero no parece que vaya a prosperar. Lo quiere su gente. Lo jalearon.
El primero del lote del mexicano Israel Téllez, que tanto sorprendió el pasado septiembre en la segunda de las dos ferias de Arles, la de Arroz, que es la suculenta, se rompió una mano y sólo cupo despenarlo. El quinto derribó pero se paró. Téllez se emperró en torearlo a toques y al hilo del pitón, y en faena redundantísima –un aviso antes de montar la espada-, y la estrategia no fue la indicada. Con la mano izquierda sacó muletazos muy bien dibujados. Las dos estocadas –la del toro manirroto y la del toro de los cien y pico toques- fueron muy de verdad.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Cuando picaba el sol, insoportable. Pólenes de tilo, que aquí florece antes de tiempo. En algunos callejones del Arles viejo huele a espliego como si fuera aroma de baño otomano, esencia de los dioses. Bien ese Vilches que no mata ni el hambre, como Pauloba. Toreros perfeccionistas. Se dejaron la espada en la casa de empeños. Leales pero no todos toreros. Y un mexicano sin fama pero honrado. ¡¡¡Hasta luego!!!
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