A favor de obra, toros y público, el torero de Arles triunfa una vez más en ese colosal anfiteatro romano que parece el patio de su casa. Muy desigual corrida de Cuvillo.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado, 23 de abril de 2011. Arles. Francia. 3ª de Pascua. Más de media plaza. Nubes y claros, fresco.
Seis toros de Núñez del Cuvillo. Corrida terciada, de variado remate y desigual juego. Noble, tuvo suave son el segundo, muy aplaudido en el arrastre. De buen aire el quinto, que se lesionó de un tendón a mitad de faena. Escarbó, gruñó y se rebrincó defendiéndose el primero; ofensivo el tercero, de cortos viajes; demasiado sangrado, el cuarto descolgó pero rebrincándose; el sexto, blando y suelto en varas, celoso, áspero y listo, fue el más difícil.
Juan Mora, de negro y oro, saludos en los dos. Juan Bautista, de canela y oro, dos orejas tras un aviso y saludos. El Fandi, de azul pavo y oro, palmas y ovación.
Carlos Prieto y Francisco María se agarraron en buenos puyazos con primero y quinto.
BARQUERITO
La corrida de Cuvillo no fue grande ni pequeña, ni descarada ni inerme, ni tonta ni mansa ni brava, ni oscura ni clara. No llevaba pinturas de guerra, pero no era de las de sacar de la mano y a pasear. Un toro seriamente armado por delante, que fue el tercero, ensillado y largo, y que desmontó al veterano y sobresaliente piquero José Manuel González –¡toda una hazaña!- en un exceso de confianza; un quinto pobre de cara en contraste con los demás. Con su respeto los demás.
La corrida pecó de informalidad. Escarbaron mucho primero y cuarto, los dos en el lote de Juan Mora, que volvía a Arles al cabo de diez años. El primero protestó en rebrincadas; el cuarto se plantaba a mitad de suerte como hacen tantos toros de los que se crían enfundados. El sexto tenía gatos en la barriga y sacó el estilo pegajoso de los toros listos de su encaste, que no abundan pero haylos; el tercero se lastimó en algún secreto trance y se quedó sin lucir ni ver, y no ayudó un Fandi ayuno de ganas, gracia, forma e ideas. De visita, sin la menor ambición.
Más vicios que virtudes en este envío de Cuvillo. Y no demasiada fortuna, pues el quinto de corrida, un punto acochinado, se empleó de salida y en dos varas –certeros puyazos del salmantino Francisco María- y tuvo en el arranque de faena buen son, pero se rompió de pronto un tendón de la mano izquierda, estuvo a punto de perder la pezuña y dejó a todos con la miel en los labios. Juan Bautista se fue por la espada y, tras feo metisaca, enterró una excelente estocada.
Juan Bautista, en su tierra natal y a favor de obra. ¿El patio de su casa? Como torea con tanta facilidad, casi lo parece. Público cariñoso, pero no incondicional; palco generoso, que recompensó con largueza la primera de sus dos faenas; y la fortuna de llevarse el toro de más claro empleo de la corrida, que fue el segundo. Y que pudo haber sido el quinto, de no mediar la lesión de mano.
A los dos toros los manejó con la cabeza fría y el corazón no caliente pero sí templado Juan Bautista. Excelente sentido de la lidia y de la colocación. Brillante el planteamiento de las dos faenas: abierta la primera de rodillas en tablas por alto pero rematando garbosamente tanda con la trinchera y el de pecho; distancia para asentar al toro en muletazos acompasados y ligados; alegría en el toreo florido de adorno y repertorio; ayudados, el farol vitista en versión camarguesa y no tan encendido; los circulares cambiados del ojedismo de estricta observancia, que, veinticinco años después, cautiva en Francia como el primer día; el molinete casado con el de la firma.
Más caligrafía que ajuste. Y una estocada corta pero de ley. Al quinto lo templó de salida pero en lances mixtos: dos verónicas de rango mayor y, al momento, dos chicuelinas de alivio y, en fin, esa media verónica como al despojo que inventó Juan Bautista en un tentadero y le ha copiado, con capote de mayor tamaño, Sebastián Castella.
El primero toro que mataba Juan Mora en su vuelta a Francia, donde tiene toreadas muchas corridas de retorcido colmillo y un expediente distinguido, salió al revés. A pies juntos hubo lances y muletazos del repertorio de Mora, que se remonta al toreo de parón de hace cincuenta años. Tanto. Gruñón y encogido, se resistió en y de manso el toro de Cuvillo. Juan lo dejó casi tundido de gran estocada. Al cuarto, que pretendió sin éxito cambiar con sólo un puyazo, le pegó muletazos preciosos con la izquierda, en semicírculos de rico pulso y seco encaje. Pero el toro sangró más de la cuenta, No un caño, sí el chorrito que no cesa y desgasta. Los desplantes como soluciones de tanda fueron una belleza. Original. Pero ahora la espada se fue a los bajos.
Ni con el capote ni con la muleta, ni siquiera con las banderillas tuvo su tarde este Fandi en versión funcionarial. Llevaba ocho años sin torear en Arles. Y, visto lo visto, pasarán probablemente otros ocho.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Salió el sol en el tercero y le pegaron una ovación. Sin sol, esta ciudad maravilla se pone triste. Tiene gracia la idea, caprichosa, de que Juan Bautista, que nació aquí y vio toros en este sitio desde su tierna infancia. toree en el anfiteatro de Arles como en el patio de su casa, porque cuesta imaginarse que un circo romano sea el patio de casa ninguna. Y la gracia es que, durante tres siglos, los muros del anfiteatro se conservaron pero dentro de él se edificaron viviendas. Así que los arlesianos vivían dentro de la plaza de toros, digamos. Pero no había toros todavía. Ni quedaban vestigios de los leones del otro circo.
También Julián López torea en el anfiteatro como en patio hogareño. Julio César. Si no lo matan -a Julio César- se habría venido a Arles a vivir la jubilación. Dicen que el clima de la Camarga es bueno y salubre. No sé qué decir. ¡¡¡Saludos!!!
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