Bajo una tormenta de espectacular aparato, el torero arlesiano se crece como un héroe, se siente y gusta toreando y banderilleando y sólo se atraganta a la hora de matar.
El Fundi nuevamente ha dado una lección lo que es la lidia total ante un Miura, aún cuando la emoción de la tarde tuvo nombre propio: Mehdi Savalli. Foto: EFE |
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Miura. Corrida voluminosa y, con la excepción de un tercero playero y descarado, ofensiva si exageraciones. Salió de desigual condición. El tercero tuvo muy buen son; el sexto fue bravo en los tres tercios. Sin fuerzas ni correa el primero, muy llorón, y un noble cuarto. No pudo verse el segundo. El quinto, claudicante y mugiente, escarbó y tuvo brusco aire.
El Fundi, de tabaco y oro, ovación tras un aviso y oreja protestada. Alberto Aguilar, de celeste y oro, pitos tras tres avisos y pitos tras un aviso. Mehdi Savalli, de tabaco y oro, saludos tras un aviso en los dos.
Arles (Francia). 7ª de feria. Vespertina. Tres cuartos largos. Una tormenta de feroz descarga, tronadas e intenso aparato eléctrico durante la lidia entera del sexto.
BARQUERITO
El fin de la Pascua taurina de Arles fue épico. Tras una tarde de sol templado, se anubarraron los cielos casi de golpe antes de doblar el quinto miura y justo al soltarse el sexto -660 kilos, el mayor de la corrida- se desató una dantesca tormenta: truenos como bombazos, una sobrecogedora traca que se repitió tres o cuatro veces, relámpagos como hélices luminosas, centellas y rayos, cerrado el cielo casi negro, y una furiosa manta de agua. Los mismos que por la mañana habían estado vendiendo sombreros de paja ofrecían ahora por docenas impermeables transparentes. Se fueron los menos previsores, pero aguantó estoicamente la mayoría.
De amplia popa, muy corpulento y cabezón, largo y ancho, negro zaino, corto de cuello pero cuello musculosísimo, muy gruesas las mazorcas, más o menos reunido de cuerna, el toro imponía. Al ganar pasos, ganaba velocidad y acortaba el espacio porque lo llenaba. Fue el de más poder de todos los jugados. A pesar de cuajo tan rotundo, ese toro tan de Miura compartió protagonismo no se sabe si a partes iguales con un torero dispuesto a todo y de casi todo capaz también: el arlesiano Mehdi Savalli, de origen tunecino, sexta temporada como matador de toros, predilecto de muchos de los presentes.
No le arredraron a Savalli ni el toro ni sus circunstancias, sino que parecieron estimularle. No fue un viaje al infierno sino todo lo contrario: si no lo mata a la cuarta o quinta –un pinchazo, una estocada delantera –y el toro ni se rascó-, otro pinchazo, una segunda estocada atravesada y desprendida y un descabello-, Savalli le corta el rabo al toro. Por méritos propios –la audacia, los arrestos para poner tres pares de banderillas comprometidos, el temple en el toreo de recibo, el fino acento en muletazos ligados por las dos manos y sin vacilar- y porque el ambiente se había desatado tanto como la misma tormenta.
La gente estuvo literalmente bramando y, en la parte de grada que tiene suelos de tabla, pateaba de emoción. Se pedía música, pero la orquesta está en Arles situada en un descubierto y los maestros habían puesto a recaudo los instrumentos en sus estuches. Lo que hizo la gente fue batir palmas como de bulerías. Uno se animó a tararear las notas primeras de un pasodoble y subrayaron el invento con oles a coro.
Savalli se hizo dueño del toro, que embestía pero pesaba mucho en cada viaje como si fuera una tromba. El toro había tomado tres puyazos en regla, y descabalgado y volteado a Jacques Monnier, el piquero francés de mejor escuela, y había sangrado lo suyo, no poco. Por tener tuvo el toro hasta nobleza y esa nobleza pareció embriagar a Savalli, que estuvo en algunos momentos como en trance. Desde el callejón y desde las gradas también le pedían que cortara faena –porque la tormenta seguía azotando a todos- y entrara a matar. Tres manoletinas, ligadas con uno de la firma y el de pecho. Y entonces se dio cuenta Mehdi de que había que coger la espada. El toro se le puso por delante y él ni pasó ni empujó. Sonó un aviso. Voló el rabo como si lo hubiera devorado el mismo turbión revuelto. Memorable. Será faena de recordar.
El más templado de los seis miuras fue el tercero y entró en el reparto del propio Savalli. Sin diluvio y en otro grado de la escala, la emoción fue parecida, porque a ese toro, cárdeno, temiblemente playero, algo degollado y de fiero aire, también le dio fiesta Mehdi: lances encajados y limpios, tres precisos pares de banderillas bien reunidos y, con la mano izquierda, toreo de quilates, la suerte cargada, dormido el cuerpo. Tres tandas ligadas con sus remates de pecho. Larga la faena, y el toro se orientó a pesar de ser tan suavemente tenido y, como el sexto, esperó a la hora de la igualada. A Savalli le resultó imposible salvar la barrera del asta derecha tan abierta que parecía la valla de una aduana. Pero la ovación fue de gala.
El Fundi, que ha sido en Arles un torero mítico, le pegó al cuarto una estocada antológica y sólo por ella se ganó una oreja que pretendieron regatearle algunos. Humilló el primer viaje pero sin viaje y no hubo nada que hacer. Noble y pronto pero flojito y apagado, el cuarto sólo se dejó traer y llevar a su aire.
Alberto Aguilar se estrelló. No sujetó los pies, no llegó a reunirse ni una vez con ninguno de sus dos toros, se vio desbordado casi desde el principio y no fue tampoco capaz de pasar con la espada. Tres avisos del segundo de corrida, que tuvo guasa, y uno y casi el segundo del quinto, que fue, dentro del miura moderno, uno de tantos. Sólo había que meterle mano. O intentarlo.
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