Plaza abarrotada y ambiente de pasión en la clásica matinal de rejones del Lunes de Pascua en Arles. Buena corrida de Bohórquez. Pablo Hermoso, bien pero no tanto.
Diego Ventura en su encuentro en la cima del rejoneo con Pablo Hermoso de Mendoza en Arles ha salido vencedor en la matinal de hoy en Arles. Foto: Mauricio Berho |
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros despuntados para rejones de Fermín Bohórquez que se soltaron sin divisa y dieron buen juego. Corrida pareja. Exageradamente desmochado el cuarto. El sexto, pastueño, fue de son insuperable. Con bondad toda la corrida. Primero y cuarto pagaron la sangría de tres rejones de castigo. Le faltó fuerza al quinto, que se derrumbó. Nobles los otros tres.
Joaquim Bastinhas, pitos en los dos. Pablo Hermoso de Mendoza, saludos y dos orejas. Diego Ventura, dos orejas y una oreja.
Arles. 6ª de feria. Matinal. Lleno. A pleno sol. 27 grados centígrados. Piso polvoriento.
BARQUERITO
No se sabe si en Arles son de Pablo o de Ventura. Si se mide la cosa con fino oído, cabe decir que la mayoría es pablista: paulista, hermosista, mendocista. Pero esta baza del Lunes de Pascua fue, con diferencia, de Ventura, que toreó más y mejor que Hermoso, arriesgó bastante más también y sacó cuadra completa, puestísima, muy brillante.
La fortuna del sorteo: el sexto fue el toro ideal para torear a caballo. No el más bravo, sí el de más pastueño son. Ese famoso temple a tranco de compás que tiene el toro de sangre Urquijo pura. Hizo lote con el sexto un tercero que escarbó –estaba duro el piso, y caliente-, descolgó, se empleó y, sobre todo, atendió sin hacerse llamar ni dos veces a cites de punta a punta de Ventura. A favor de querencia. Pero había que ir.
Largo y hondo, el primero de Hermoso tuvo calidad y dio la impresión de que, lidiado a pie, habría sido todavía mejor que acoplado al ritmo batido de esos caballos que parecen liebres embridadas. Al otro toro de Hermoso le faltó fuerza o le sobró el segundo rejón de castigo. Las dos cosas.
Ventura, más calmado y menos tenso que en otros duelos directos previos con Hermoso, se dejó llegar tanto al tercero de corrida que hasta lo tuvo debajo de montura, y hubo un momento en que pareció que el caballo salía levantado del golpe del toro y no de mano de Diego. Como las reuniones fueron tan ceñidas, la gente bramó de emoción. Ventura no estuvo toreando para la masa ni para rebañar ovaciones fáciles. Por el contrario: en estado de gracia, encontró terrenos para llegar y batir. Y para firmar los pasajes más clásicos de una jornada matinal casi bochornosa. ¡Qué calor de abril!
El tercio de castigo en el sexto fue una maravilla de ritmo. La orquestina de la peña Chicuelo la acompañó con una versión preciosa del Cielo Andaluz –de Pascual Marquina- y esos momentos tuvieron magia única. Ventura se pasó de clavadas después. El lomo de ese toro tan bueno era de pronto como el mostrador de una ferretería en día de feria. Una pena. Menos herido, toreado en suaves pasadas, el toro, que atendió a los quiebros con fijeza, se habría prestado a espectáculo más armónico. La estocada cayó contraria y Ventura descabelló a la primera y a solas. Sólo una oreja de premio para esa faena, que fue la mejor de la jornada.
Con dos orejas acababa de premiarse el trabajo de Hermoso con el quinto, al que tumbó de rejonazo mortal sin puntilla. Y por eso sería. Por fallar con la espada en cuatro intentos, y dos descabellos, Pablo perdió trofeos corpóreos en su primer turno. Entonces sacó a las estrellas de su renovadísima cuadra: Dalí, Silveti, Ícaro. La cuadra digamos B –Machado, Manolete y el renacido Pata Negra- no está todavía para competir con ese lujo equino que se tiene en las manos Ventura: los Triana, Revuelo, Suerte, Nazarí y Chocolate.
Pese a su profesión de sobriedad clásica, Hermoso se atrevió con los desplantes y las descolgadas sobre testuz antes de asirse a dos manos a la mancuerna. En ese terreno Ventura le sacó palmos de ventaja: teléfonos, acodadas, caricias, casi tortitas en las mejillas greñudas de los toros de Bohórquez, que tienen el gesto bonancible de los de diseño y fieltro de Kukusumusu: cabecita acarnerada, puntas romas, mirada festiva.
¿Pureza? La hubo en los templados galopes de Ventura y en las reuniones sin empacho y a estribo de Pablo. ¿Alardes? ¿Aires? Fue pródigo Ventura: cites al paso francés, salidas con paso español. No fue manco Pablo: piruetas –ni una más ni una menos-, levadas con el ágil Ícaro. Cada vez que asomó un banderillero para dar cuerda al toro, la masa se echó encima como los niños cuando, en los teatros de títeres, aparece el malo de la cachiporra sin disimular sus taimadas intenciones.
Hasta eso fue parte de este teatro tan elocuente de la de rejones de Pascua en Arles, donde los caballos son dioses. Abarrotada la plaza. La orquesta dio un concierto. Telonero del concierto fue el veterano Bastinhas, que no lo vio ni claro ni despejado. Tres rejones de castigo a cada toro. Una pasada. El cuarto lo estrelló contra la barrera y estuvo a punto de sacar montura y montado por encima de la torre sarracena del flanco norte del anfiteatro. Por decirlo de alguna manera. No es fácil medir terrenos para torear a caballo en el ruedo elíptico de Arles. Pero con Pablo y Ventura lo parece.
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