Dos buenos trabajos con lote serio y propicio de Fuente Ymbro. Autoridad, temple, dominio de toro y escena. Firme Puerto con el peor lote. Espectáculo vibrante.
BARQUERITO
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo). Corrida de variadas hechuras, fina de puntas y cabos, con plaza, en peso. Le dieron sin mayor motivo la vuelta en el arrastre al sexto, que, picado al relance, se movió con prontitud y se echó en tablas para morir. El segundo, albahío, fue el mejor de la corrida. Escarbó de principio a fin el primero; hondo el tercero, que tuvo más voluntad que fondo; brusco y mugiente el cuarto, que escarbó mucho; se movió bien el quinto tras discreta pelea en varas. Corrida muy de público.
Víctor Puerto, de carmín y oro, saludos y silencio tras un aviso. Miguel Abellán, de blanco y azabache, oreja en cada toro. Matías Tejela, de perla y oro, saludos y oreja tras aviso.
Domingo, 24 de abril de 2011. Arles. Francia. 5ª de la feria de Pascua. Vespertina. Casi media plaza. Soleado, templado.
SE MOVIÓ MUCHO la corrida de Fuente Ymbro. Y tanto como la corrida, si no más, el propio ganadero, que, asomado a la barrera -la barbilla sobre la tabla cimera- o bulle que te bulle en la salsa del callejón, parecía por los ademanes y los gestos, tan aparatosos, estar gobernando un tentadero y no otra cosa.
Los toros escarbaron casi tanto como se movieron, y escarbaron, por tanto, mucho. El primero, remangado y cornialto, de seria cara, lo hizo incluso antes de tomar engaños y volvió a hacerlo después ya sin aviso. Fue el de peor nota de los seis: rebrincado, reculante, incierto. Víctor Puerto le estuvo firme, con pose de torero antiguo, algo retórico. Media estocada, un descabello.
Luego asomó, como llama de antorcha, el que iba a ser toro de mayor bonanza: un segundo albahío encendido, con la gota de Veragua u Osborne que tan bien ha prendido en Cuvillo, por ejemplo, y el estilo propio de esas reatas amerengadas y picantitas tan fiables, que dan bondad, ligereza en los cites a distancia, ritmo y compás. Se juntaron el hambre con las ganas de comer, pues Miguel Abellán, arrancado desde el primer lance, vio clara la aventura y despejado el horizonte. Una coz al aire pegó el toro antes de empezar el baile, pero lo que se anunció entonces como una toma y dame, o un ten y vete, se tradujo pronto en una faena de poder seguro, suave cadencia, ligazón sin forzamiento, aire firme y aliento sin temblores. Muy dueño Abellán: del toro, al que se trajo de largo sin empacho ni dudas, y del ambiente. Tablas de torero maduro, Más corta, habría sido más intensa la faena, que, como todas las que se abren con un jaque, se desinflan inevitablemente un poco. Una estocada caída. Dulce el caramelo.
El tercero, negro, enmorrillado, corto de manos, mucha pechuga, honda línea, se desfogó en el caballo pero sin emplearse del todo. Toro contradictorio. Le faltó el golpe de riñón que retrata la bravura. Y, aunque ese golpe le faltó a la corrida toda, en este caso pareció sorpresa. Hay un toro de sangre Jandilla muy marcado en lo viejo de Salvador Domecq –las hechuras de ese tercero, precisamente- que suele venirse arriba en la muleta. No fue el caso. Tejela no se puso del todo casi nunca. Pareció sentir que, si lo obligaba por abajo, que es como le gusta torear a Tejela, el toro se le iría al suelo. El toro murió en tablas y tragando sangre. Y eso se tomó por señal de bravura.
Armado por delante, castaño pero muy lustroso, bajo de agujas, diadema rubia, el cuarto escarbó, como el primero de corrida, antes de hacer más cosas. De una segunda vara salió con la puya enhebrada, y eso es pecado mortal en una plaza francesa. Antes de hacerse transparente, el toro escarbó de nuevo, se pegó una costalada de tembleque y volvió a escarbar. Pero no a pensárselo. Fue noble, Se estiraba pero no llegaba a irse del todo. El precio que se paga por criarse con fundas. Víctor Puerto anduvo encajado, entero y sereno. Pero a toro parado. Y perdiendo tiempo y tiempo en nada. Sonó un aviso antes de montar Víctor la espada.
Los dos últimos de corrida trajeron trepidantes emociones: el quinto, de reata notable –se llamaba Pelicano o Pelícano-, metió la cara y repitió, pero escarbó, y a su codicia le faltó la formalidad que se espera en esa clase de toros. Abellán volvió a manejar el negocio con suficiencia y autoridad, a templarse por las dos manos –más despacio por la izquierda, más ligero por la derecha- y a andar por la cara del toro sin pestañear, como si aquello fuera una lluvia de pétalos. Estar a gusto. Pareció de partida que iba a ser toro de dar guerra. Y no. Media estocada, un descabello. La gente se puso de parte del torero.
El sexto, montado, o hecho al revés, tuvo plaza al aparecer. Corrido o relanceado, tomó tres varas de desigual fortuna, se quitó el palo en la tercera, que fue la de verdad, picó con valor Héctor Vicente, banderilleó con espectacularidad El Chano y se embaló la cosa. Se embaló Tejela, y el toro, que pegaba muchos golpes de cuello sin romper de atrás, y por eso cabeceaba. Un desarme, pelea cuerpo a cuerpo, bruscas reuniones. Combate en tablas, hasta que Tejela pegó tres manoletinas, tres, y ligó la tercera con el de pecho, y entonces se calentó el gentío. Una estocada ladeada, se echó el toro, acertó el puntillero, una oreja, una vuelta al ruedo al toro del todo gratuita.
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