jueves, 31 de marzo de 2011

FERIA DE LA MAGDALENA EN CASTELLÓN – SEGUNDA CORRIDA: El Juli juega con un Jandilla de Vegahermosa

Ingenio y desparpajo de una faena de torero ambicioso y de ricos recursos. Dos orejas. Dos también para Manzanares tras rara estocada. Ambiente de gala, Jandillas justitos.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Borja Domecq Solís. Todos, con el hierro de Jandilla, salvo el quinto, del de Vegahermosa. Corrida de desiguales hechuras, justa de trapío, noblona, de desigual condición. Bien toreado, dio juego el quinto. Se dejó el tercero. Lastimado el primero; manejables los otros tres.
Morante de la Puebla, de verde musgo y blanco, saludos y silencio. El Juli, de carmín y oro, saludos y dos orejas. José María Manzanares, de carmín y oro, dos orejas y ovación.
Jueves, 31 de marzo de 2011. Castellón. 4ª de feria. Primaveral. Lleno.

BARQUERITO

UN AMBIENTAZO. Castellón parecía Nápoles. Con el Vesubio a punto. El cartel de más tirón en taquilla: Morante, El Juli y Manzanares. Una de Jandilla. Lleno. Remolinos de gente cuando llegaron los toreros con sus cuadrillas en furgoneta. Rabiosa primavera. Ni gota de aire. Día laborable en la ciudad y la provincia, castigadas las dos por la crisis muy severamente y, sin embargo…. La mascletá de las dos en Rafalena, bandas de música de Polonia, Eslovaquia y Alemania por las calles del centro, y un masivo mariachi, confetis. Gente de Barcelona y Valencia. Florecido el azahar, olía a pólvora y naranja. La fuerza de un cartel de lujo en una capital de provincia.

Pero no embistió la corrida de Jandilla más que lo indispensable, a cuentagotas y con desgana. Tres toros de bonitas hechuras que se abrieron en lotes distintos: un primero lustroso y bien cortado, un segundo recogido y brocho, atacadote pero en el aire de embestir y un sexto de cresta hirsuta y estrechas sienes, lomiliso o sin enmorrillar, de cuello frondoso. En tipo y peso los tres. Los otros tres fueron relleno de corrida y harina de otro costal: el tercero, que tuvo más cara que los demás, estaba sin rematar y tan anovillado que, sin ser ninguno de los dos primeros el toro del aguardiente, parecía sobrante de la novillada del miércoles; el cuarto, mustio ratón encabritado, fue de salida muy protestado por los toristas de la tierra; el quinto, de rara lámina –rubio y carifosco, ojalado, zancudo y largo, pobre de cara-, pasó sin más el listón de mínimos.

Si la corrida hubiera sacado una chispa de agresividad, se habría embalado la fiesta. El primero de los seis -élástico, guerrero, vivo pero con recámara- fue el de más seria conducta de todos. Morante no se salió de las rayas. Primoroso en lances de acariciar y dibujar, airoso en un quite refitolero, facilote en un trasteo más de líneas que de hundirse en el fondo de la tierra. Una trincherilla, dos maravillas sueltas a dos manos, el garbo propio en la postura. Un pinchazo y una estocada caída. Aunque no lo pareciera, el arranque de fiesta tuvo algo de jarro de agua fría. Se dejaron sentir los de Morante, los que estaban en la plaza por él. Pero ni así.

El segundo de corrida enterró  pitones en un volatín completo y salió del trance lastimado. Era toro corto de cuello y eso pesó. El Juli toreó bien con el capote –en el saludo, en un quite por chicuelinas- y tuvo luego paciencia para dos cosas: primero, para sostener al toro, que escarbaba y se le había ido en costalada al suelo en el primer viaje de poder, y luego, para reclamar a las musas en una faena bien tramada, resuelta, brillante en pasajes a pies juntos, de rabioso final. Un pinchazo, una estocada trasera, el puntillero marró dos veces.

El terciadito tercero tuvo brío de novillo y no de toro, Manzanares se adornó con chicuelinas de un quite ligero y rompió el hielo en un arranque de faena de gracia particular: seis muletazos de distintas marcas, con una hebra pegó el torero un molinete y el de pecho; antes, una trinchera. Buen aroma. Dos veces se fue el toro al suelo cuando Manzanares propuso cosas más serias. Entre muletazos sueltos de cintura y muñeca se dejaron sentir también las pausas para que respirara el toro, que pidió de pronto la cuenta. Listo, Manzanares aprovechó la querencia para citar no se sabe si a recibir, al encuentro o en dos tiempos. Entró la espada, rodó el toro y se pasó el palco dos pueblos: dos orejas.

El cuarto despertó las iras de los de Nules, Burriana y Villavieja. Ni fuerza ni plaza ni gana. Morante anduvo sobrado y hasta empeñoso en un ejercicio de bella caligrafía pero monocorde, como si se copiara a sí mismo. Un recorte, un regate, una salida. También  los artistas trabajan a veces. El quinto tuvo desordenada movilidad y fue más pronto que los demás. No mejor. Ni peor. El Juli estaría picado o lo que fuera y no dejó pasar la baza. De modo que lo dejó crudo, se propuso cortarle las orejas y se las cortó. Con el capote, la calidad de su rico repertorio, con la guinda de media florida a pies juntos y una revolera de bajo vuelo, distinta. Y, brindada al público, una faena de rico trajín cuyo final pudo enseguida adivinarse: que El Juli iba a meter en el engaño al toro, a tirar de él y a jugar cuando tocara, y a esmerarse en toreo del caro: los cambios de mano por delante ligados con el pase natural siguiente, los péndulos desafiantes, los desplantes, el rizo, los guiños. Ni un tiempo muerto ni un minuto de más. La espada: ataque en serio, entera la estocada, El Juli soltó el engaño pero, cosas de suerte, le vino volada a las manos la muleta. Y rodó el toro sin puntilla con muerte de bravo.

El sexto fue toro apagafuegos: rebrincado, de pobres apoyos, muy justa entrega, tundido por duro puyazo de Barroso, estaba sin gasolina a los diez viajes. Manzanares tenía el billete en el bolsillo. Y prisa por terminar.

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