sábado, 12 de marzo de 2011

FERIA DE FALLAS 2011 – PRIMERA DE ABONO: El Juli vuelve a desatarse

Una oreja, casi dos y casi tres o cuatro, pero la espada no anda fina. Decepcionante corrida de Victoriano del Río, discreto Ponce, despedida agridulce de Barrera.

BARQUERITO

Los dos toros del lote de Ponce –un primero de línea Atanasio y un cuarto de estirpe Algarra ligeramente abrochado, de hermosa lámina- sacaron muy menguadas fuerzas y frágiles apoyos. A uno y otro pegó Ponce capotazos de doma pero sin cuento ni mayor razón. Una primera faena de sostener al toro-atanasio, que descolgó con bondadoso gesto pero no tuvo chispa ninguna; y otro trabajo más fatigoso que pensado con el toro-algarra, que se trompicaba porque tenía más voluntad que fuerza, y no demasiada gana tampoco. Sendas tandas de molinetes encadenados se celebraron, estuvo a punto de premiarse con una patriótica oreja la primera faena, que fue mero cabotaje; y se desinfló enseguida la otra. Hubo en los dos casos abusos del toreo por fuera: llamativamente abiertos los remates cambiados. Soltando el engaño, Ponce cobró en el primer turno una estocada atravesada; al cuarto lo tumbó al primer envite de entera contraria.

Era la despedida de Vicente Barrera y no acompañó la suerte: noble pero frágil, el segundo de corrida –retinto y rebarbo, chatote y algo acochinado- embistió a golpecitos y Barrera, poco puesto, compuso aprovechón en viajes de inercia; el quinto, fino de cabos, bizco, una lezna el pitón derecho, fue todavía más frágil que el primero, rodó inesperadamente y debió de descaderarse en la caída porque no hubo manera de levantarlo. Entonces se le ocurriría a Barrera la idea de pedir el sobrero, que se soltó dos horas y cuarto después del paseíllo y bajo un diluvio, con las gradas muy despobladas, y se jugó en ambiente de emoción. Bueno ese toro, de Zalduendo, que se deslumbraba mucho y por eso parecía distraerse, y decidida la entrega de Barrera en una tanda de estatuarios muy de su añejo repertorio, no tan convencido el torero en el toreo en redondo –pero sí vertical, suelto el brazo del engaño- y, al cabo, arrancado en un temerario final que incluyó un desplante de rodillas sólo que a toro ajeno. Una estocada. Una oreja para que el adiós se saldara con decoro.

La corrida –o la fiesta- estuvo donde estuvo El Juli en otra de sus tardes desatadas, de sobresaliente ambición, con el sello inteligente del torero enciclopédico, rotundo, resuelto, seguro, atrevido, incandescente. La fortuna le puso en suerte el toro de la corrida –el de mejor condición, el más bravo, un tercero acodado y corto de manos, hondito- pero también le deparó el castigo de un sexto de corrida que fue toro cabriloco y sin fijeza, las manos por delante de salida en señal de protesta, topetazos a mansalva, arreones inciertos, un punto de desobediencia propia del morucho o del toro de capeas.

Pues a los dos les dio Julián cumplida fiesta. Se embraguetó con el tercero en el saludo a la verónica, en lances de raro acople que acabaron en la boca de riego con la coda de una media a pies juntos leve y graciosa. La lidia fue admirable por sobria: con sólo dos capotazos dejó puesto al toro en suerte de varas por dos veces. Un quite mixto de chicuelinas y tafalleras, rumboso, tuvo de remate dos lindas largas: una primera por delante y otra, de despedida, cambiada, de recio trazo.

La faena de muleta, de ir por todas, como si la cosa fuera de ajustar tuercas, resultó de exuberante variedad. Hubo en la distancia y en los medios tandas de hasta siete ligados por la mano derecha, toreo con la zurda de arrastrar la muleta, cintura impecable en los remates de pecho, ligazón y firmeza, toques unas veces, enganches otras. La muleta, como batuta de una banda, controlaba del toro hasta la intención. Del repertorio mexicano hubo, además, exhibición rutilante: del toreo cambiado de los toreros de Monterrey, muletazos ligados en flor, cambios de mano, los circulares de ida y vuelta, las dosantinas. Un derroche.

Y hubo, sobre todo, un trepidante final de trabajo de rigor clásico: de ligar una tanda de naturales con el cambiado de trinchera, el de la firma y el del desdén. A pies juntos, o despatarrado. Aquí o acá o allá: en todos los terrenos encontró toro El Juli, que cobró estocada trasera. El puntillero atinó a la tercera, se enfrió lo justo el ambiente. Una oreja y no dos. La pelea con el sexto –con sus arreones taimados y sus inciertas intenciones- fue un ejemplo de afición y, tratándose de El Juli, de toreo de recursos. De ganar por la mano lo que no parecía ni un duelo porque el toro no estaba por nada. La porfía provocó a la gente de verdad, porque fue muy emocionante, el toro estuvo a punto de meterse en la muleta –no tanto- y una estocada trasera al salto pareció providencial. Pero se atascó el descabello. Siete golpes. Raro de ver en plaza de primera un trasteo campero que no todos son capaces de urdir de tan brillante manera.

FICHA DEL FESTEJO

Seis toros de Victoriano del Río –los dos primeros, con el hierro de Toros de Cortés, y los otros cuatro con el de su propio nombre- y un sobrero –séptimo- que regaló Barrera, de Zalduendo (Fernando Domecq Solís). La corrida de Victoriano del Río, de muy desiguales hechuras, sacó general flojera, fue de pobres aplomos y apoyos y no salió guerrera. El quinto, apuntillado en el ruedo a mitad de faena. El tercero, tardo después de varas, tuvo buen son. De pobre juego los otros cuatro. El sexto, topón, suelto y sin fijeza, rebrincado, en arreones inciertos como los toros de capeas. El sobrero de Zalduendo tuvo bondad.

Enrique Ponce, de azul prusia y oro, ovación y silencio. Vicente Barrera, de salmón y oro, silencio tras aviso, silencio y una oreja del sobrero. El Juli, de verde aceituna y oro, una oreja y ovación.

Valencia. 1ª de Fallas. Lleno. “Reinauguración” de la plaza. Despedida de Valencia de Barrera, que fue ovacionado después del paseo y tuvo que saludar. Encapotado. Lluvia durante la lidia del sobrero.

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