sábado, 19 de marzo de 2011

FERIA DE FALLAS 2011 – SEXTA CORRIDA DE ABONO: Vuelve a verse el Perera de 2008

Con un toro al que hubo que consentir, el torero de la Puebla del Prior saca su carácter. El Cid, feliz con lote de tómbola. Tres buenos toros de Capea. Cayetano, sin suerte.

FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de la familia Gutiérrez Lorenzo (Capea) -los dos primeros y el cuarto, con el hierro de San Mateo; tercero y quinto, con el de San Pelayo- y un sobrero, jugado de sexto, de Zalduendo, que se aventó tras buena salida. De variadas y desiguales hechuras la corrida de los Capea. El cuarto, de hermosas embestida formal, fue el toro de la corrida. Muy bondadosos los dos primeros; se tronchó un asta el tercero y se quedó sin ver; noble el quinto, que no tuvo la entrega de los otros.
El Cid, de siena y oro, oreja y oreja tras un aviso. Miguel Ángel Perera, de verde oliva y oro, oreja y oreja tras un aviso. Cayetano, silencio en los dos. A hombros El Cid y Perera.
Valencia. 8ª de Fallas. Primaveral. Lleno.

BARQUERITO

El primero de corrida, mansito, dócil y de pajuna bondad, pareció el toro con ruedas. Rizada testuz, como un ratoncito, cara de bueno. Aplaudieron al picador por señalar sin hacer ni sangre el segundo puyazo reglamentario. El Cid le dio mucha capa al toro. Capotazos de doma. Más de una docena. Capa incluso después de fijado el toro, que había sacado de salida el galope perezoso y suelto propio de la sangre Murube. Con la fuerza justa –que ni le sobraba ni le faltaba- el toro fue en la muleta sencillo.

Sin pruebas previas, El Cid abrió las dos primeras dos tandas en la distancia y a galopito boyancón vino con la lengua fuera el toro, que repitió a muleta puesta y dejada o sin dejar ni poner siquiera: la cuerda duró cuatro viajes por tanda. Entre tandas se pegó paseos marciales El Cid, que quiso sin demasiada fortuna adornarse en circulares de grado 360, que ponen a la gente. El conjunto fue de torero seguro, puesto y rodado. Acaba de cumplir temporada larga en América. Se notó. La estocada, excelente, hizo rodar a ese toro, cuya bondad candeal no iba a ser excepción en la corrida de los dos hierros de los Capea.

El segundo, del hierro de San Mateo, fue de parecido estilo, llamativa fijeza y esa disposición del toro plácido que sólo viene a reclamo y nunca protesta. Se picó lo justo pero tuvo vidita. Una chispa que le faltó al primero. Perera, que parece subido de moral al regreso de México, se prodigó en alardes de capa: a pies juntos en el saludo en lacios lances de caro ajuste, y por tafalleras en un quite de cinco seguidas sin rectificar de sitio ni de planta salvo para rematar con revolera. La fijeza del toro y la quietud del torero. A pies juntos de nuevo el arranque de faena en tanda de trenza por alto y, luego, un trabajo de destreza notable y fácil respiración en los alardes –los circulares cambiados o invertidos, los desplantes a cara de perro aunque sin perro, el ajuste rabioso en los muletazos por los muslos- y de grave seriedad en el toreo obligado por las dos manos. Un pinchazo y una estocada. A la hora de la igualada el toro estaba seco del todo.

Cayetano se fue a porta gayola para esperar al tercero, del hierro de San Pelayo, que, cuello de gaita, sin enmorrillar y armado por delante, fue de hechuras distintas a los dos globos recién jugados. El toro estuvo a punto de pararse en la reunión primera y de saltar la barrera, como buen Murube. Cayetano le pegó lances de rica plástica –volados a tiempo y por delante, largos, acompasados- y dos recortes de recurso que tuvieron gitanería. Al salir de la primera vara el toro enterró los pitones y entonces debió de troncharse el cuerno derecho por casi la cepa. No se notó, pero poco después del comienzo de faena –banderas de rodillas, un molinete de tronío al paso en la apertura- el toro se estrelló con la flámula y se le descolgó el cuerno sin caérsele. Cayetano se puso por la mano izquierda y con la izquierda atacó con la espada –detalle generoso- para enterrar una honda trasera.

El cuarto, de San Mateo, más toro que los otros, fue el que mejor se empleó en el caballo y el de embestida más seria y vibrante. Sin dejar de ser, sin embargo, toro del cupo de bondad como enseñada o transgénica. De bravo embestir –tarde pero seguro- y sin un átomo de fiereza. Perera hizo un valiente y lucido quite por valencianas o saltilleras. El Cid volvió a amarrar al toro con el capote de brega hasta tener seguros todos los viajes. En los medios fue después una faena de firme disposición, en distancia corta, de limpios muletazos largos y lineales porque le tuvo El Cid tomada la velocidad al toro en los viajes. No tanto cuando quiso adornarse o recortarse o perfumarse. Como estaba a gusto, El Cid se pasó de metraje. Tuvo la ocurrencia de pretender recibir al toro en los medios con la espada. No procedía. Un pinchazo, una estocada, un aviso.

El signo de la corrida cambió entonces. El quinto, de San Pelayo, no fue ni tan transparente como los dos primeros ni tan de entregarse como el cuarto. El sexto se lastimó y fue devuelto. Un sobrero de Zalduendo, de prometedores principios –galope estirado, bravo brío-, se indispuso de repente y Cayetano, sorprendido en dos cruces, cortó por lo sano.

Con el toro de San Pelayo Perera, encajado en secas verónicas de trazo paralelo, vino a firmar faena de riesgo: a tirar del toro cuando se le resistió, a gobernarlo sin rendirlo ni castigarlo cuando se le iba del engaño –la cara por arriba, desordenado el viaje-, a aguantar imperturbable los pitones del toro casi en la faja, el pecho o los muslos en las salidas de muletazos de ida y vuelta sin perder paso ni sitio. En el toreo de cercanías, como lo llamó José Luis Suárez-Guanes, apareció el Perera soberbio de sus buenos días. No con temibles atanasios de los Fraile, sino con este quinto toro noble después de todo y dócil a la hora de jugar Perera a los péndulos con seguridad absoluta. La forma de meter Perera la cabeza en la boca del león fue celebradísima Y cuando sacó la cabeza, que es todavía más difícil que meterla, se puso de pie mucha gente. Un clamor Y ¡ay! un bajonazo.

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