martes, 29 de marzo de 2011

FERIA DE LA MAGDALENA EN CASTELLÓN 2011 – CORRIDA DE REJONES: El sideral Leonardo

El joven rejoneador extremeño pone boca abajo la plaza, se desborda con rigor e imaginación y se proclama indiscutible rival de los dos grandes. Hermoso y Ventura
Triunfal salida en hombros de Andy Cartagena y Leonardo Hernández, en la corrida de abono de la Feria de Castellón, que hace la transición con una novillada sin picadores hoy, para retomar festejos mayores este miércoles. Foto: EFE
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros despuntados para rejones de Los Espartales (José Luis Iniesta), de hechuras, suerte y condición dispares. El tercero, el más en tipo, galopó de bravo y tuvo corazón y fijeza. Se vino abajo hasta afligirse el cuarto. Se echó el quinto, pero se levantó. Molido a capotazos y herido de dos rejones, se puso dócil el segundo. Manejables primero y sexto.
Rui Fernandes, saludos. Andy Cartagena, dos orejas. Álvaro Montes, silencio. Sergio Galán, oreja y dos vueltas. Leonardo Hernández, dos orejas. Manuel Lupi, ovación.
Lunes, 28 de marzo de 2011. Castellón. 2ª de la Feria de La Magdalena. Casi tres cuartos. Primaveral.

BARQUERITO

Odiosas pero se hicieron inevitables: las comparaciones cuando el cartel es de seis rejoneadores. Uno de otro nivel y muy por encima de los otros cinco: Leonardo Hernández en tarde de muchos prodigios. Después de Leonardo, “naide”, como dijo el clásico (el cáustico “después de mí, naide” data de 1901, se atribuye a Guerrita), y después de “naide”, en esta corrida de Castellón, dos más o menos a la par pero de estilos diferentes: Andy Cartagena y Sergio Galán. Y, después, los otros tres. Más corrido y toreado Rui Fernandes; sin sitio todavía y hasta desbordado por los acontecimientos Álvaro Montes, a cuyas manos vino el toro más bravo de la tarde; relativamente nuevo, pendiente de ponerse en el ritmo español de esta fiesta el joven Manuel Lupi, que monta bien de verdad y casi tan despacio como Galán.

Y, luego, como siempre, la suerte de los toros, que va por barrios. El toro de Leonardo, el único que se soltó sin divisa, atacó de partida –y tanto que Leonardo marró en el primer intento de clavar cuarteando en los medios-, pagó el efecto de un rejón de castigo demasiado trasero y al cabo de faena intensa y breve llegó a echarse arrancado en costalada y, por tanto, no de manso sino embistiendo. Leonardo no dejó que lo colearan para alzarlo sino que lo hizo él con un sutil toque por delante: un amago del caballo como si la cabeza fuera la punta de un capote. La casta ayudó al toro a levantarse. Sólo dos errores o infortunios de Leonardo: la marrada primera y el clavar trasero el primer castigo.

Lo demás fue un portento. El sentido del toreo –la concisión, la resolución, los tiempos de la faena, la elección de terrenos, las transiciones- y, naturalmente, una manera de montar de insuperable brío, el caballo ajustado a las piernas en un espejismo de centauro, vertical el talle salvo en las descolgadas de desenfadados desplantes. Variedad en los ataques con las farpas y en las salidas de suerte: a pitón contrario en tablas, al sesgo en el tercio, reuniones primorosamente medidas, galopes de costado ajustados, encendidos.

Un par a dos manos que fue, por preparación, acople y acierto, la joya de la corrida entera. Dos de las cortas a violín en el mismo platillo y sin transiciones. Una estocada ligeramente contraria. Y los aires justos a su debido tiempo: la pirueta sobre cuartos delanteros casi en la misma puerta de las cuadras, y con ella reclamó al toro, y enseguida el cuarteo para dejar a dos manos los dos palos arriba. Arriba todos los hierros clavados. La plaza bramó de emoción, y eso que pesaban como plomo casi dos horas de festejo para entonces. Si no es por el breve renuncio del toro, la faena se premia con el rabo.

La cuadrilla de Cartagena abusó de los capotazos de doma –tan en boga en el toreo de a pie- y, si no fueron veinte, serían treinta. Y así no vale. O así no es. En compensación, la pureza de un rejón de castigo a estribo en los medios. Exagerado un segundo rejón, que, sumado al capeo desaforado, dejó al toro como carretón de entreno. Piruetas, balanceos en el sitio, contorsiones de caballo articulado. La parte circense de la torería. Caballos montados al estribo, cierta dosis de demagogia.

Notable Sergio Galán con un toro que se vino abajo hasta afligirse. Los mejores aires ecuestres de todo el festejo corrieron a cargo de Galán y su cuadra: el passage en el sitio, los ataques de caras, los riesgos en llegadas de mucha verdad o pureza. Valor para aguantar el galope fuerte y un punto incierto del toro en la salida. Una estocada con vómito.

Despegadito Rui Fernandes, casi desarbolado Montes, no siempre preciso Lupi. Y la crisis a su manera: los rejones eran en Castellón de casi lleno. Casi tres cuartos esta vez. Las cajas de ahorros no se anuncian en la plaza. Fue, sin embargo, una tarde de primavera.

Postdata para los íntimos.- Tres de dinastía: Cartagena, Leonardo y Lupi. Dos portugueses: Rui y Lupi. Un andaluz sólo, y de Jaén. Uno de Tarancón, otro de Benidorm y Leonardo, que lleva sangre cordobesa. ¿Jerez? De la Frontera, por supuesto. ¿Ventura? Cruzado. ¿Hermoso? Maravilloso.

¿Mayoría de caballos lusitanos? Diría que no. O que sí. Los hay hispanolusitanos. En la cuadra de Galán.

Leonardo es un centauro. Pero los revisteros de hace cincuenta años acabaron con todas las metáforas posibles: los centauros de la Puebla. Lo de los jinetes del Apocalipsis, de tan bíblico rigor, no es propiamente una metáfora. Pero coló. Álvaro Montes ha hecho el paseíllo con el marsellés al hombro, pero lo llevaba por las vueltas, de raso escarlata. Luego, antes de irse de la plaza, a pie por el callejón, lo llevaba puesto. Azul marsellés con bordados blancos. Las manos en los bolsillos. Calado el sombrero. Los zahones, las botas. Parecía invierno. Estas corridas tan largas empiezan un día y terminan otro.

A María Sara, que apodera desde el año pasado a Leonardo, le pedían autógrafos las gentes de barrera. No a Leonardo padre, que estaba a su lado y pendiente del niño. El niño vuela en alado caballo hacia espacios siderales que sólo habitan los toros de Goya. Inmortales.

Me he posado un largo rato bajo una sombra de almez para ver si a mediodía trinaban los jilgueros. Creo que sólo lo hacen a todo gorjeo a la hora de ponerse el sol y al amanecer.

Yo no plantaría hortensias en Castellón, porque se pueden achicharrar sin que las bendiga la sal marina de Biarritz, por ejemplo, donde las hortensias son azules. A El Juli le tiraron un ramo de hortensias en Bayona una tarde de hace cinco o seis años. O más. Un ramo de hortensias que parecía un camuflaje guerrero.

Mañana, sin caballos. Un día tantos de un golpe y, al siguiente, ni los de picar. Los tres noveles son de la tierra. De la región. Todos dicen que el bueno es el de Castellón, que se llama Jonathan, con su hache intercalada. No lo dicen sólo los de Castellón. Veremos.

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