domingo, 27 de marzo de 2011

FERIA DE LA MAGDALENA EN CASTELLÓN – PRIMERA CORRIDA: Decepcionantes “fuenteymbros”

 Oscuro arranque del abono de la Magdalena. Una corrida de serie B, con tres toros de pobre nota por mansos y no por malos. Oreja generosa para Matías Tejela.
Matías Tejela se llevó ayer la única oreja del festejo que abrió la Feria de la Magdalena en Castellón. Foto: EFE

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo). De desiguales hechuras y pobre trapío, la corrida manseó llamativamente. Cuarto y, sobre todo, sexto dieron, sin embargo, juego. Se fueron a tablas primero y tercero; se aplomó el segundo; en son de morucho el quinto.
Matías Tejela, de damasco y oro, silencio y una oreja. Rubén Pinar, de perla y oro, silencio y saludos. Abel Valls, de blanco y oro, silencio y palmas.
Un minuto de silencio en memoria de Rafael Ataide “Rafaelillo”, el banderillero de Vilafamés, torero muy querido en estos lares y habitual de la plaza. Enfermo del corazón, Rafaelillo murió hace diez días a los 74 años.
Castellón. 1ª de la Magdalena. Casi media plaza. Soleado, primaveral.

BARQUERITO

Dentro de la corrida de Fuente Ymbro saltaron cuatro toros de pobre nota. Tres de ellos, en la primera mitad de festejo. Un primero gachito y sin trapío, trotón, que se repuchó en una vara, se aculó en cuanto pudo con aire acobardado y se fue a tablas al trote. Levantó polvo el toro pese a moverse tan poco y, después del arrastre, salieron a regar la plaza con una manga de las que gastaban los bomberos del tiempo de Juan Belmonte.

El segundo, colorado, casi rabón, acapachado y nalgudo, enmorrillado, sangró hasta la pezuña después de enredarse con un picador y su caballo, pero antes también de irse suelto del combate. Fue toro más de triscar que de embestir propiamente, le echó enseguida miradas golosas a las tablas, jadeó agotado, metió la cara entre las manos, se paró y tuvo gesto resignado y sumiso. El tercero, jabonero o albahío, terciado, anovillado, pelliza de vellocino, romito y acodado –las dos cosas-, se fue de los engaños mansamente y recorrió en el último tercio las tablas todas en el sentido de las agujas del reloj. Se había adelantado religiosamente la hora en la noche del sábado. Y esa vuelta de barbeo fue un recordatorio.

No hubo sombra de emoción en esos turnos primeros. Tejela pegó sacudidas con el capote al toro de apertura, que pegó botes, y muleteó tapado, por fuera y sabiendo que el toro estaba sólo por irse. Una estocada. Rubén Pinar, seguro con el capote, lanceó sin estrechuras hasta la teórica boca de riego –la manga real vino de una toma en el patio de caballos-, trató de alegrarse con una tanda de banderazos y cortó faena cuando el toro pidió la cuenta. El torito jabonero no tardó apenas en rajarse. Abel Valls abrió faena de rodillas y de largo, pero el gesto no tuvo correspondencia ni eco ni segundos capítulos.

Iba ligera la cosa y en la ligereza iba, de paso, incluida la decepción. Con el cuarto cambió el signo de la película. Sólo un poco, pero lo suficiente. Un toro sin trapío pero más cuajado que cualquiera de los tres primeros. Blando en el caballo –la blandura de dolerse y salirse suelto- y con su punto de bravuconería. Escarbó, pero también humilló. Viajes rebotados o rebrincados, como saltos, pero repetidos. Algunas embestidas fueron chispazos, como pasa con los toros que meten más la cara que los riñones. Tejela anduvo acelerado, mecánico. Pareció que el toro ni le apetecía ni dejaba de apetecerle. Se iba suelto el toro cuando lo soltaba Tejela; no se metía ni por detrás ni por debajo cuando vino al toque o enganchado. Fue, al menos, toro pronto. La música se animó, una estocada, una oreja circunstancial y una vuelta al ruedo muy rápida. Como las de antes: por fuera de la raya de picar.

Castaño, desgarbado, alto de cruz, cabezón, estrecho, el quinto fue el peor hecho de los seis. Frenado, y al frenarse parecía engallarse pero no de bravo, escarbó un poco y se movió con son de morucho. Fue, por ser, noblón. Rubén Pinar se manejó con facilidad absoluta: circulares de todas las marcas –o sea, de dos direcciones- y, a última hora, cinco muletazos de muy bella factura: de costadillo pero ricamente templados, dos casi desdenes dejando al toro domado, un remate a cámara lenta. Lo mejor de la velada. Un pinchazo y una estocada.

El sexto escarbó, se salió de suertes con la cara arriba unas cuantas veces y pecó de distraído, y, sin embargo, fue el toro de la tarde: despabilado, metió la cara y, después de la cara, los riñones también, descolgó sin romperse y, cuando quiso, repitió viajes con aire entre huracanado y de abanico. En tablas dejó estar con nobleza. En los medios, pesó más de la cuenta. Estaba poco sangrado. Hizo un esfuerzo Abel Valls, que torea poco y estaba en papel de torero local pero sin mayor ambición. Algún muletazo bueno, tandas ortodoxas, la quietud indispensable en los toreros altos –más de un metro noventa mide el mozo- y esa vergüenza torera con que respiran los toreros de la tierra cuando torean en casa. Pero no bastó con todo eso.

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