Genuina torería, sosiego, sencillez y sensibilidad del nuevo Paquirri con un toro de insuperable bondad y pastueño son. Talavante, despacioso. El Fandi, facilísimo.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Borja Domecq Solís. Todos, con el hierro de Jandilla, salvo el sexto, que fue del de Vegahermosa. Corrida variada, abierta y desigual. El cuarto, de muy pastueño son, fue de bondad extraordinaria. Sin fuerza, se vinieron abajo los tres primeros. Echó la cara arriba el quinto por flojo; roto por un puyazo trasero, el sexto se rebrincó.
Rivera Ordóñez “Paquirri”, de tabaco y oro, silencio y una oreja. El Fandi, de carmín y oro, silencio y una oreja. Alejandro Talavante, de rosa y oro, silencio en los dos.
Valencia. 2ª de Fallas. Más de tres cuartos. Soleado, templado.
BARQUERITO
De mírame y no me toques fueron los tres primeros Jandillas: un colorado astifino y astiblanco que rompió plaza y fue de trote entre agónico y aborregadito; un segundo negro girón y meano, de amplias pezuñas, claudicante y asfixiado que estuvo a punto de reventarse en una dislocada caída; y un tercero gacho y casi capacho, cuerna de manillar, hocicudo, que escarbó, estuvo a punto de romperse en dos teleles y fue, al cabo, tan bondadoso como inocuo.
A este tercero lo dejó molido un primer puyazo trasero; el segundo sangró más de lo que parecía; al primero lo aviaron con dos picotazos de costado sin emplearse ni el toro ni el caballo ni el piquero. Pusieron banderillas Rivera y El Fandi con aparente facilidad, y entonces se percibió que Francisco estaba con ganas y no de paso. El toro de El Fandi fue, después de una docena de muletazos más a tirón que otra cosa, de los de ahí te pudras.
Firme, Talavante eligió casi descaradamente los medios sin apenas pruebas y se dejó ver calmoso y dueño. Dueño de un toro que estaba para el tinte, pero había que ir al tinte a llevarlo. Rivera compuso con soltura y asiento en tablas una faena de cierto acento: suavidad, lógica. Fue bonito el arranque por alto en seis muletazos divididos en tres tramos: dos a dos. Como se toreaba en tiempos de las fieras astadas. Había ese público de pandereta tan de domingo de ferias y Rivera se lo llevó de calle, pero no pasó con la espada. El Fandi cobró una rara estocada ladeada y trasera, pero anduvo listo para descabellar. Ya se había quedado en el olvido el recibo del toro con dos largas cambiadas de rodillas en tablas, tan aparatosas. Talavante tuvo la brillante idea de pasar al tercero de abajo arriba, por sostenerlo, y la banda se animó con una versión desafinada, despoblada y sin solista del Nerva. Casi media estocada cobrada en la cara, un descabello.
Tras una rutinaria pausa para repintar rayas que no se habían ni gastado ni difuminado, saltó un toro pechugón, negro listón, cortas las manos, palas blancas y pitones negros. Y saltó al galope, con ganas de desfogarse. Cara de bueno tenía el cuarto jandilla, y lo fue. Rivera lo vio enseguida, y tal vez antes que nadie, lo recogió con sencillos lances limpios, remató con media clásica y, elocuente prueba de su decisión, quitó por chicuelinas también clásicas –más de costado que de frente, alta la mano de salida- y abrochó el quite con una media cobrada con las vueltas del capote, las manos cruzadas y recogidas en la cintura: lance perfecto, de lindo ajuste.
Perdió el toro en las manos en la segunda vara, pero galopó en banderillas. Codicia, fijeza. No demasiado motor. De dulce el toro, cadenciosa la embestida. Rivera, sosegado, descolgado de hombros, cumplió brillante en banderillas –tres pares precisos, más en Dominguín que en Paquirri- y vino a explayarse luego en una faena de buen ritmo, no poco garbo, sentido de la improvisación y, sobre todas las cosas, bien sentida. Sincera entrega: elegante toreo al natural, despacioso en redondo, bonitas improvisaciones a pies juntos, en cambios de mano, la dosantina ligada con el molinete y el desplante, el circular ligado con un cambio de mano, el desdén y otro desplante.
Así que la faena tuvo torería, y no sólo de repertorio, sino de torero que sabe torear. El final de faena, con ayudados por bajo, confirmó todo eso. La estocada, caída y trasera, no estuvo a la altura de la faena. La vuelta al ruedo, oreja en mano, fue triunfal. El toro se llevó en el arrastre una ovación cerrada. También lo había visto la gente. Versión insuperable del toro franciscano. De los odres nuevos de Jandilla.
Ni el quinto ni el sexto –éste, con el hierro de Vegahermosa- agriaron la fiesta, pero la comparación con el santísimo cuarto se hizo inevitable. El quinto, que se acostó por las dos manos, echaba la cara arriba al rebrincarse, porque tuvo más codicia que fuerza; el sexto, destrozado por un puyazo traserísimo, estaba partido en dos y se rebrincó regañado casi tanto como el quinto, estuvo a punto de sentarse cuando se desacoplaban los cuartos traseros del chasis. Fue el toro más voluminoso de la corrida. Pegó cabezazos. Talavante, trapacero con el capote, volvió a estar asentado y tranquilo, y a intentar torear despacio, hasta que al toro se le fundieron los plomos. Experto en sustos y esgrima, El Fandi, clamoroso con las banderillas –arriba los brazos, clavadas certeras, reuniones apretadas-, se libró del quinto con consumada habilidad y sin sufrir. La apertura de faena –tanda de rodillas ligada y dejando venir de largo al toro- prometió más de lo que fue.
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