El valenciano Miguel Giménez, de inspiración morantista; el mexicano Diego Silveti, de dinastía, clásico, refinado; el madrileño López Simón, valeroso, vertical, firme.
Diego Silveti, torero de gran contenido en su toreo, ha dejado buena tarjeta de presentación en la novillada matinal de hoy en el último día de Fallas en Valencia. Foto: EFE |
FICHA DEL FESTEJO
Seis novillos de Guadaíra, de buen cuajo y bien puestos. Se pegaron repetidas costaladas tres de ellas. Gruñones los dos primeros; cobardón el tercero; reservón el cuarto; sin fuerza el quinto; manejable el sexto. No se entregó ninguno.
Miguel Giménez, de canela y oro, silencio y saludos. Diego Silveti, de lila y oro, saludos en los dos. López Simón, de blanco y oro, vuelta y aplausos.
Valencia. 11ª de Fallas. Matinal. 2.000 espectadores. Soleado, ventoso, fresco.
BARQUERITO
Interesantes los tres novilleros. No tanto la novillada de Guadaíra, de irregular conducta, mal definida, ni brusca ni buena ni mala ni muelle ni mansa ni brava sino todo lo contrario. Ni fea ni bonita. Se aguantó los caballos al menos. Los hubo escarbadores, gruñones, llorones, mirones, frágiles. Y alguna embestida buena regalaron también. No todos, pero casi. Se jugaron con viento racheado cuatro de los seis de envío, el viento tuerce la lidia y la entorpece. Tal vez eso pesara en el debe de la ganadería. Un sexto jabonero que se volvió en el umbral de toriles hizo de salida las delicias del público: por la pinta.
Valenciano, de la Pobla de Vallbona, y de la Escola Taurina de la Diputación , Miguel Giménez ha pegado en cosa de año y medio un cambio más que notable. A bien: en compostura –la manera de estar, andar, ponerse, entrar y salir, la forma de jugar brazos, cintura y tronco, y de encajarse- y en el manejo de los avíos. Distinguido con el capote: la forma de cogerlo y volarlo, y de torear encajado de verdad, más templado que propiamente despacio. A la verónica seria y a la graciosa chicuelina. Un detalle de novillero arrebatado: tres largas cambiadas de rodillas en el recibo del tercero. Calma para torear de muleta por las dos manos, asiento, empaque. No acompañaron los toros. Ninguno de los dos. No llegó a cuajar una tanda entera. Pero el aire fue notable. De todos los novilleros que la Escola ha dado en los últimos años este Miguel Giménez parece el de más fundamento.
Cambiado está también Diego Silveti y cambiado a mejor. Con el capote: el temple a la verónica clásica y pura, el garbo en los lances a pies juntos o en los remates de revolera, la audacia de dos quites de repertorio, uno por ceñidas gaoneras viejas y otro mixto con la caleserina de argumento, pero se interpuso el viento. Firmeza, que es valor y, de paso, cordura. Para sacar del segundo novillo de Guadaíra con la mano derecha algún que otro muletazo en redondo de verdad esplendido. Para intentar en casi todas las bazas el toreo de suerte cargada. No sólo a diestra. A siniestra también. Una armonía en la manera de estar. La concesión popular de unas manoletinas sedosas –versión La Serna , por tanto- y el gesto de coserlas a temeraria arrucina. Pero Silveti, como buen torero de dinastía, torea mejor por bajo que por alto. Será el sino genético. No funciona la espada y eso no es buena noticia. Y lleva en la cuadrilla un banderillero excelente. De los que saben lidiar y estar. José Antonio Muñoz, matador de alternativa, sevillano de Sanlúcar la Mayor , hijo del difunto Rafael Muñoz, picador de los grandes.
Silveti era nuevo en Valencia, donde el verano pasado triunfó con clamor su paisano Saldívar. Y nuevo también Alberto López Simón, que llegó a la gente con su toreo vertical, de inquietante estatismo, con formas que parecen tomadas del modelo Talavante, también del Joselito moderno: un acento grave, engaño pequeño, ajuste, descaro sin alharacas, cabeza fría. El paso para adelante y no para atrás: eso lo retrata.
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