Día de fiesta mayor, cartel carito, Ponce en el patio de su casa, una corrida escogida de Las Ramblas. Pero ni toros ni toreros. Sólo Castella salva los muebles a última hora.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Las Ramblas (Daniel Martínez). El tercero, jugado de sobrero. Corrida afilada pero sin plaza, de muy desigual remate y pobre juego. Protestas para sobrero y quinto en plena lidia. El cuarto fue el de más serio cuajo. Manejable el quinto, de solo aceptable son el sexto. Punteó revoltoso y defendiéndose el primero; desganado y distraído el segundo; encabritado el tercero; brusco el cuarto, derrengado.
Juan Mora, de añil y oro, silencio en los dos. Enrique Ponce, de carmín y oro, aplausos tras un aviso y leve división. Sebastián Castella, de celeste y oro, silencio y una oreja.
Buena brega de José Chacón con el sexto. Dos brillantes pares de Javier Ambel.
Valencia. 10ª de Fallas. Lleno. Primaveral.
BARQUERITO
Abrió un toro sardo, coletero, acodado y rebarbo, ofensivo por cornialto y afilado, y de estilo defensivo pero agresivo: de puntear los engaños, de revolverse o meterse por debajo y de ir haciéndolo con progresiva violencia. Era el toro del regreso a Valencia de Juan Mora al cabo de más de diez años. Suaves lances en el recibo y un quite por delantales. Ya empezó a orientarse y distraerse el toro entonces. El genio asomó después.
No se sabrá si al toro le faltó sangrar en un segundo puyazo para templarse un poco o si una segunda vara en regla habría sido todavía peor remedio. Las protestas con la cara arriba fueron una constante. Fue faena dispuesta de Juan –espléndido un muletazo de desdén y castigo muy de la casa- pero el estilo del toro impidió redondear nada. Media estocada, dos descabellos.
No tuvieron puntería quienes enlotaran la corrida: el cuarto, que por traza y cuajo la desigualaba descaradamente, vino a emparejarse con ese primer toro sardo que tanta guerra sorda dio. Casi 600 kilos, sillón, cuerna de horca, casi cubeto, las palas de las astas le arrancaban de detrás de las orejas: otro tipo, otra línea, nada en común con el resto del envío, armónicamente armado. El único negro de los seis. Poquita fuerza, las manos por delante. En media verónica a pies juntos se dejó ver el compás de capa de Juan Mora, que lo tiene. Después de varas –sobró la segunda pese a ser mínima- pareció derrengado el toro, que, por no sentarse, echaba la cara arriba. La cosa terminó a cabezazos. Juan se puso sin pruebas –pensaría en faena corta- pero dos desarmes en dos zarpazos le invitaron a insistir. Con ambiente en contra. En contra para entonces de todo: de ese cuarto zambombito negro, de los tres que se habían echado por delante y, sobre todo, de un sobrero, tercero bis, que, alma y estampa de cabra, había acabado reculando en una renuncia clamorosa.
Nadie se esperaba una corrida tan pobre de Las Ramblas: el primero de los toros de Ponce, gachito y recogido, todo culata, no lucía escaparate de feria mayor, el toro que se devolvió por cojo tenía lindas hechuras pero no trapío, y a mitad de festejo –una hora y diez minutos- no había pasado casi nada. Ponce molió a capotazos al segundo y trató de convencerlo en una faena de recorrer mucha plaza sin que el toro se calentara. Lo mató por arriba y a la primera.
Castella, fino en el recibo del toro devuelto, abrevió con el caprino sobrero, cuya presencia fue protestada mientras se estaba jugando.
Un jarro de agua fría, el fiasco de la feria. Pero salió galopando el quinto, que era el último de los cuatro toros que Ponce mataba en Fallas. Un puyazo trasero hizo daño. Parecía que tal vez o quién sabe, porque Ponce se fue a la distancia en un prometedor alarde. Tres muletazos seguidos en línea, el cambiado de remate muy abierto. Una faena más de merodear que de reunirse, venida abajo por las dos partes, rellena de tiempos muertos. Sonaron pitos de castigo por la parte de sol. Una estocada caída. Pitada para el toro en el arrastre. Y no fue uno de los peores, sin embargo.
Todo el pescado vendido, un plomo, pero también el sexto hizo briosa salida y Castella, igual que en su primer turno, se estiró con el capote. Una larga y una media de medio pecho muy vertical. Un quite brillante por chicuelinas, dos pares bravos de Javier Ambel, lidia sobria y competente de Chacón y brindis de Castella al público, que se sentía en otra corrida. Y una faena de marca y acento Castella: la apertura de largo en el anillo para el cambiado por la espalda y su trenza atada a él; otra siguiente en similares términos. Determinación, la mano baja, paciencia cuando se distrajo el toro, intentos con la izquierda, el pase de las flores, dos bucles de rizo rizado encima del toro pero sin esconderse, sólo apartarse de una coz tirada a traición, un apurado desplante, una estocada. Una oreja.
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